Francisco de Quevedo y la búsqueda de una nueva picaresca

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Historia dela vida del Buscón, llamado don Pablos, exemplo de Vagamundos, y espejo de tacaños (en adelante, El Buscón) es la única novela escrita por Francisco de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos, una de las grandes plumas de la historia de la literatura española en lengua castellana.

Esta novela fue publicada en multitud de ediciones piratas en vida del propio Quevedo. No obstante, el escritor madrileño jamás reconoció la autoría de su novela ni autorizó su publicación. Según el crítico Domingo Ynduráin, la novela se escribió después de 1603 y antes de 1626, esto es, en una época en que el imperio español (la «monarquía universal española», como era denominada en ese periodo histórico), que se había fraguado con una debilidad interna y una dependencia de capitales foráneos muy notables, comenzaba lenta pero inexorablemente a derrumbarse con la derrota de la Armada Invencible y las constantes y crecientes revueltas anticoloniales en los Países Bajos.

Ha sido mucha la tinta vertida en torno a El Buscón por multitud de críticos, entre los que destacan Leo Spitzer, Fernando Lázaro Carreter, Francisco Rico, Antonio Rey Hazas o Domingo Ynduráin. Por tanto, no es en modo alguno mi intención decir nada que no esté ya dicho por los grandes estudiosos de esta obra. El único propósito de este artículo es escribir a vuela pluma algunas impresiones sobre esta obra cumbre de la literatura española del Siglo de Oro.

La historia de don Pablos, protagonista del Buscón, una novela en clave autobiográfica, es la historia de un pícaro que rompe con algunos de los cánones más importantes del género picaresco. Y es que, a diferencia del Lazarillo o el Guzmán de Alfarache, en el Buscón no hay intención moralizante alguna. Efectivamente, poco le importa a Quevedo proponer, al modo picaresco clásico, alguna alternativa ética. Al contrario, en la novela del escritor madrileño lo determinante es la sátira, la ridiculización y la burla de un personaje cínico, de un buscavidas pendenciero e inestable que se ve envuelto en todo tipo de argucias, embustes y chanchullos pero que, al mismo tiempo, no cesa de tener fe en poder abandonar su vida de deshonra, miserias morales y estrecheces de todo tipo.

El hecho de que Quevedo rompiera algunos de los preceptos narrativos esenciales de la novela picaresca es lo que ha llevado a algunos críticos literarios a sostener que el Buscón no es en absoluto una novela picaresca. Sea como fuere, lo que interesa resaltar ahora es que nos encontramos ante una obra con mayúsculas de la literatura española en castellano, una novela en la que Quevedo demuestra una vez más su particular pirotecnia verbal, su maestría conceptista para construir una historia repleta de metáforas, dilogías e hipérboles. Juegos verbales, chistes, retorcimientos léxicos, ironía y sátira por doquier para demostrar un ingenio con las palabras que pocos autores han alcanzado en la historia de nuestra literatura.

Al final, la gran pluma del español fustigó a toda una época, pero no con el objetivo de hacerla progresar —cosa que no era el objetivo siquiera remoto de Quevedo—, sino para exaltar lo caduco, lo que hacía que ese imperio español donde «no se ponía el sol» se fuera resquebrajando progresivamente, lo aristocrático, lo nobiliario, lo caballeresco; en definitiva, todo aquello que para Francisco de Quevedo, un personaje destacado de la clase dominante de la época, era excelso y honroso. Es decir, todo lo contrario del submundo que de forma tan cómica, grotesca y genial aparece reflejado en esa gran novela que es el Buscón. 

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