El dolor a ti debido

La tristeza del barro
de ese lodo encadenado
La voz que no llega
del vacío que nada anhela
El silencio inopinado
del dolor que no hace caso
El deseo frustrado
de una vida de paso
La palabra no dicha
de ti y de mi ausencia.
Cuánto quisiera
de esta esencia hueca
estar súbitamente alejado.
Cuánto quisiera
salir de la quimera
de un estar bien a tu lado.

24 de marzo de 2022.

Los neologismos en nuestra lengua. Comentarios breves al libro de Guerrero Ramos

Neologismos en el español actual Z Cuadernos de lengua española ...

Haciendo honor al título de este blog, Diseccionando libros, hoy me propongo llevar a cabo un sucinto análisis de un librito, Neologismos en el español actual, escrito por Gloria Guerrero Ramos y publicado por Arco Libros. Y lo voy a hacer porque creo que el gran mérito de este documento es que sintetiza de un modo brillante los fundamentos y mecanismos que explican la creación de nuevos vocablos en un sistema lingüístico como el del español, y porque además es en el análisis de los neologismos donde se ponen a prueba algunas de las premisas asentadas en la ciencia lingüística, en particular en la neología, la subdisciplina que estudia los procesos de formación de nuevas lexías.

Las lenguas son, como las comunidades y las personas que las hablan y utilizan, organismos vivos, sujetos por tanto a cambio. Y cuando digo las lenguas, me refiero, naturalmente, a todas las lenguas, sin distinción alguna, sin ninguna consideración hacia criterios que son más ideologizantes que estrictamente científicos. Una de las claves de la transformación de los sistemas lingüísticos es, precisamente, la construcción de neologismos, que, como bien explica Guerrero, salpica a todas las clases, grupos y categorías sociales. Todos, sin ser conscientes de ello o no, creamos o empleamos palabras nuevas, alimentamos el torrente perpetuo que es la lengua, con su caudal léxico en constante modificación. Por eso la autora del libro afirma que «la neología es una de las manifestaciones principales de la vitalidad de una lengua (…) Toda lengua viva crea palabras nuevas tanto para encontrar sustitutos a los préstamos, como para designar realidades nuevas» (p. 11). Realidades nuevas. Esta es la gran fuente de creación de nuevos vocablos, de categorías que aluden a conceptos que, a su vez, responden a nuevos hechos (o, por mejor decir, a hechos descubiertos, porque estos pueden existir durante siglos y milenios sin que los humanos nos apercibamos de ellos).

Desde el punto de vista lingüístico, el neologismo es siempre una palabra, ya sea simple (palabra o morfema), ya sea compleja (grupo sintagmático o sintagma lexicalizado). No solamente es que «[e]l neologismo es inevitable en toda lengua que se hable» (p. 13), sino que constituye un elemento consustancial a todo sistema lingüístico; es, digamos, la célula viva que permite que nuestras lenguas no se conviertan en una reliquia del pasado, sino en un gran organismo social vivo. Dentro de los distintos tipos de neologías existentes, Guerrero diferencia las neologías denominativas de las neologías estilísticas. Las primeras no tienen que ver con «el deseo de innovación sobre el plano de la lengua», sino más bien con «la necesidad de dar un nombre a un objeto, a un concepto nuevo» (p. 17). Las segundas neologías, las estilísticas, son más bien neologías formales, es decir, aquellas palabras introducidas para expresar nuevos matices, para referirse de otra forma a ideas que no son nuevas. En todo caso, tanto unas como otras hacen referencia a la necesidad que tenemos los hablantes de innovar. O más que a la necesidad, quizá sería más preciso referirse a la inevitabilidad, porque tampoco es un proceso necesariamente consciente, o no solamente consciente, dado que los mecanismos neológicos forman parte del devenir inevitable de los idiomas como sistemas de comunicación en constante transformación. De ahí lo absurdo que resulta oponerse a determinados neologismos aludiendo a supuestos motivos lingüísticos; es como Sísifo tratando en vano de subir la enorme roca a la cima de la montaña… no podemos luchar contra aquello que es inevitable. Y los neologismos, nos gusten más o menos, lo son. En este sentido, tiene mucho interés el aporte de autores como Gardin o Lefèvre, citados por Guerrero, que cuestionan el paradigma científico chomskiano por negar en última instancia el carácter cambiante, dialéctico, real, vivo de las lenguas.

Pero entonces, ¿no podemos hablar de neologismos ex nihilo? Por supuesto que sí, aunque no son los más habituales. Guerrero explica que únicamente cabe «hablar de neologismo creado ex nihilo si se mantiene la conciencia del proceso creador. Lo diferenciador de este tipo de neologismo reside, precisamente, en que la motivación sólo existe para el creador» (pp. 24-25). Sin embargo, como decimos, lo habitual, dentro de las neologías de forma, es que los vocablos nuevos se creen combinando los distintos elementos existentes, sobre todo mediante los mecanismos de la prefijación, la sufijación (verbal, nominal o adjetival) y la composición (como en librecambio o guardiacivil), además de otros mecanismos no menos usuales, y muy dependientes de los cambios socioculturales y tecnológicos, como la acronimia y la siglación (ofimática como resultado de unir oficina e informática, módem para modulador demodulador, Unicef o grapo), o los préstamos lingüísticos. Estos últimos aún provocan entre ciertas mentalidades estrechas una especie de urticaria ideológica, como si la introducción de palabras de otras lenguas supusiera la destrucción de la lengua receptora, o su «contaminación». En ocasiones, algunos furibundos enemigos de los préstamos olvidan que sus lenguas no solo importan palabras, sino que también las exportan. En todo caso, que una lengua como el inglés sea la gran exportadora mundial de palabras tiene más que ver con cuestiones económicas y políticas que con razones lingüísticas sensu stricto. Además de las neologías de forma, contamos con neologías semánticas, ya sea mediante la formación de lexías complejas (coche bomba), ya sea mediante conversión (como en el caso de partido bisagra o viaje relámpago, tan habituales en el lenguaje periodístico). En general, los dos ámbitos, esferas o dimensiones más neologizadores son la juventud y el lenguaje científico-técnico e internauta.

Volviendo a la cuestión del rechazo dogmático y acientífico de los neologismos provenientes de otras lenguas, Guerrero ejemplifica el caso de Francia, donde la rigidez antineológica lleva a plantear usos que a todas luces están destinados a fracasar, como por ejemplo hablar de logiciel frente a software, o de télécopic frente a telefax. Y digo que están destinados a fracasar porque lo que parecen no comprender algunos es que las lenguas no son dispositivos que se puedan normativizar y fijar de una vez para siempre por parte de élites, sino que de forma espontánea se desarrollan y cambian en función de múltiples variables; supone, al fin y al cabo, tratar de ponerle puertas al campo. Y no entro aquí, por supuesto, en la libertad de cada cual para usar el vocablo que más le guste o por el que sienta más inclinación. Pero, al fin y al cabo, la ciencia lingüística sabe perfectamente, y creo que Guerrero lo demuestra de manera cristalina, que la oposición a los neologismos es tan vieja… como los propios neologismos. ¡Tengan ustedes un buen y neológico día!

A vueltas con la coma del vocativo… y el orden de los adjetivos

Espero que, independientemente de la fase en que se encuentren de la cuarentena, estén todos bien. Por cierto, extiendo este deseo a los lectores que tengo en la América hispanohablante y en cualquier lugar del mundo. Hoy volveré a darles la tabarra (eso sí, en muy pocos caracteres) con el temita de la coma del vocativo. Primero, porque, pese a que el trasfondo que vivimos es indudablemente trágico (y, por qué no decirlo, distópico), el ejemplo que compartiré con ustedes hoy me parece deliciosamente divertido. Pero, además, porque nos permite seguir enfatizando los conflictos que existen en el español actual con la dichosa coma (o comita, diminutivo que denota cierto hartazgo) del vocativo.

Hace escasos días, un amigo muy querido me envió un wasap con una imagen que, hasta donde he podido comprobar, no es fake, sino completamente real. Me refiero a esta pintada, hecha en alguna sede del PSOE, uno de los dos partidos gobernantes en España actualmente:

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Dejando a un lado consideraciones netamente políticas, en esta pintada llaman la atención al menos dos cosas para cualquier lingüista, sociolingüista o curioso de las lenguas: por un lado, el adjetivo antepuesto, asesino, colocado detrás del nombre propio, Pedro; por otro lado, la más que habitual, e incluso lógica, ausencia de coma propia del vocativo en los registros coloquiales del español escrito. Sobre esto último ya he hablado en la anterior entrada, así que tampoco tiene sentido insistir mucho en ello ahora mismo. En todo caso, sí diré que es una evidencia cada vez más palpable de que el hablante medio de español, cuando escribe, no encuentra motivo alguno para colocar ese signo de puntuación, que puede llegar a ser tan socorrido, llamado coma. Sin embargo, bajo mi punto de vista, lo más llamativo en el mensaje de marras no es la dichosa coma del vocativo, sino más bien la disposición en que el autor de tamaña creación ha decidido ordenar el grupo sintáctico constituido por adjetivo y sustantivo. Por regla general, parece que cuando alguien llama asesino a otra persona (afortunadamente, nunca he tenido la oportunidad de experimentar tal cosa), suele hacer uso del adjetivo pospuesto, no antepuesto. Así, lo habitual es decir Pedro, asesino, y no Asesino, Pedro. Es que, como mínimo, no sé, podemos decir que suena un pelín raro. ¿O no?

Así lo ha considerado más gente. Prueba de ello es que, casi al momento de hacerse pública la creación artística urbana, apareció la magia del meme (por cierto, tengo pendiente publicar una reflexión sobre la memización del lenguaje) para hacer de las suyas y convertir la pintoresca y extraña pintada en una maravilla de fotomontaje, convertido además en un homenaje a una célebre saga de videojuegos:

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Si me permiten el comentario, literalmente escupí el café cuando vi el fotomontaje (a propósito, desconozco quién es el autor del meme, pues me lo pasaron tal cual; en todo caso, felicito a su creador). Me pasé varios minutos riéndome a carcajadas, sin exagerar ni un ápice. Para quien no lo sepa, el juego en el que aparece el rostro chopeado de Pedro Sánchez es Assassin’s Creed, desarrollado por la compañía Ubisoft. En fin, que el (o la) artista de la pintada, bien podría al menos haberle dado dos vueltas a la idea antes de haberse lanzado a la piscina de la redacción de un mensaje tan corto como cargado de significado. Seguramente la intención, tal vez aderezada con elementos inconscientes, llevó a nuestro avezado y ansioso pintor a enfatizar el epíteto de asesino, y lo demás salió solo: ASESINO PEDRO. Esperemos que, mientras dure la pandemia, al menos podamos seguir divirtiéndonos y sacándoles jugo a situaciones tan lingüísticamente valleinclanianas como esta. Por ahora, yo seguiré pintando por todas las fachadas de mi ciudad: ¡ASESINO CORONAVIRUS!, a la espera de que algún experimentado chopeador haga el oportuno meme.

El entierro de la coma del vocativo

La historia real de los africanos del ataúd que triunfan en redes

Es público y notorio que la lengua hablada y escrita por el hablante medio va por un lado y lo prescrito por la norma estándar va por otro. Este es un problema, hasta cierto punto inevitable, que se ha discutido largo y tendido por numerosos lingüistas y sociolingüistas. Sin embargo, si hay un claro hiato entre norma estándar y usos habituales del hablante promedio es el que se da con la coma del vocativo (la expresión nominal en función apelativa, como en el ejemplo de «Toma esto, María»), que, si me permiten el uso del famoso meme de los ghaneses sobre el entierro, hace tiempo que ha desaparecido de una buena parte de los escribientes hispanoparlantes en Internet y las redes sociales. Veamos un ejemplo ilustrativo al respecto.

Hace escasos días, concretamente el 23 de abril, un conocido bussinessman y gurú social del mundo hispanohablante, Martín Varsavsky, escribió lo siguiente a propósito del actual confinamiento por el SARS-CoV-2:

Comas. Para el blog, martes 28-4-2020

Varsavsky, indignado, le pedía al ínclito Pedro Sánchez (al que por cierto le haría falta, igualmente, un curso acelerado de ortografía, en particular sobre el uso de los signos de puntuación) que aislara ya, de una vez, a las deportistas salidas. Yo estoy plenamente de acuerdo con Martín. ¡Los sufridos hombres llevamos ya mucho tiempo aguantando a mujeres atletas cuyo desaforado apetito sexual nos perturba e incomoda! Así que me sumo a la petición del hispanoargentino: ¡Sánchez, aísle de una maldita vez a las deportistas salidas, que nos acosan con sus miradas!

Chanzas aparte, es evidente que lo que en realidad quería expresar Varsavsky era que nuestro honorable presidente del Gobierno permitiera a las personas deportistas realizar salidas controladas, por lo que la redacción correcta, naturalmente, debería haber sido esta: «¡Deportistas, salidas aisladas ya!». El asunto es en el fondo serio, ya que demuestra, como decía al principio, que hay una norma ortográfica que va por detrás de la norma hablada y escrita por la mayoría de los hablantes, que por distintos motivos no ven la necesidad de colocar la coma del vocativo. De hecho, en medios más informales aún como WhatsApp o Telegram, ¿cuántos de nuestros contactos, sinceramente, usan la coma del vocativo al saludar? ¿Cuántos dicen «Hola, Naiara», en lugar de «Hola Naiara»? Pocos, muy pocos. Sin embargo, no creo que haya que rasgarse las vestiduras por ello (¡lo dice un corrector ortotipográfico y de estilo obsesionado con las comas y los puntos y comas!), ni culpar al hablante promedio. El problema, me parece, tiene que ver con lo ya señalado: hay un claro desajuste entre ambos niveles de la lengua. Mientras no solucionemos esa falla, de poco servirá lamentarnos. Eso sí, que al menos se nos permita reírnos un rato, que falta nos hace. Y me sumo a la exigencia de Varsavsky: ¡aíslen de una vez a las peligrosas deportistas salidas! Pasen Uds. un buen día.

No todo está escrito. El genio de Borges en «La biblioteca de Babel»

La Biblioteca de Babel | Trasdós

Si tuviera que elegir a un escritor de entre mis preferidos para llevármelos a una isla desierta, hoy por hoy ese escritor sería Borges. (Tranquilos, uso escritor como metonimia; no pensaba llevarme el cuerpo del argentino, que descansa plácidamente para la eternidad en el Cimetière des Rois, en Ginebra.) Y si tuviera que elegir, además, un libro de entre toda su magna obra, ese sería el cuento La biblioteca de Babel.

Hace ya años, muchos años, que leí por primera vez La biblioteca de Babel. Al principio reaccioné como creo que muchos lo hacen al enfrentarse en una primera ocasión al genio argentino: con impacto, incredulidad y hasta extrañeza. Y es que la literatura borgeana no es fácil de digerir al principio. Sin embargo, conforme fui acometiendo distintas relecturas (recuerden: releer no es de hecho volver a leer lo mismo, sino más bien leer cosas nuevas que antes no se habían descubierto), fui apercibiéndome de nuevos elementos que antes habían estado ausentes en mi cabeza. Hoy es uno de esos días en que, casi por casualidad, he engullido con toda la atención que siempre requiere un autor grande, y, cuál ha sido mi sorpresa, que he reparado en algo que para muchos será obvio tiempo ha, pero que para mí ha devenido un auténtico descubrimiento: la exégesis plausible según la cual Borges reivindica en La biblioteca de Babel la vida frente a lo libresco. Ojo, no la vida frente a los libros, que sería una cosa muy distinta, sino las energías vitales del Universo —sí, con mayúsculas— frente al dogma, frente a la letra muerte, frente a lo esclerotizado y convertido en piedra sagrada por los sacerdotes y apóstoles de lo viejo. ¿Se puede acaso interpretar otra cosa en el maravilloso cierre de La biblioteca de Babel?:

La escritura metódica me distrae de la presente condición de los hombres. La certidumbre de que todo está escrito nos anula o nos afantasma. Yo conozco distritos en que los jóvenes se prosternan ante los libros y besan con barbarie las páginas, pero no saben descifrar una sola letra. Las epidemias, las discordias heréticas, las peregrinaciones que inevitablemente degeneran en bandolerismo, han diezmado la población. Creo haber mencionado los suicidios, cada año más frecuentes. Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana – la única – está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta.

Acabo de escribir infinita. No he interpolado ese adjetivo por una costumbre retórica; digo que no es ilógico pensar que el mundo es infinito. Quienes lo juzgan limitado, postulan que en lugares remotos los corredores y escaleras y hexágonos pueden inconcebiblemente cesar, lo cual es absurdo. Quienes la imaginan sin límites, olvidan que los tiene el número posible de libros. Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza.

Dejo que Uds. decidan si están de acuerdo conmigo o no. Sea como fuere, ¡cualquier excusa es buena para leer y releer a Borges (que formó parte del trío de genios argentinos, junto con Pizarnik y Cortázar)! Un escritor que, en mi humilde opinión, figura entre el elenco de creadores que ha revolucionado el arte de pensar y narrar mundos ficticios pero indisolublemente asociados con la vida real. Un escritor que, además, sabía elegir la palabra precisa para cada contexto. Y eso no todo el mundo ha sido capaz de hacerlo como él. Y hoy, ¿seguimos anclados a la (falsa) certidumbre de que está todo escrito?

Guía práctica de español de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC)

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En esta ocasión solo quiero compartir con ustedes un documento, con el que he tenido la obligación y el placer de trabajar recientemente, que me parece muy útil para cualquier corrector ortotipográfico y de estilo de lengua castellana (y para cualquier persona curiosa). Me refiero a la Guía práctica de español, elaborado por el Servicio Lingüístico de la Universitat Oberta de Catalunya, que animo desde aquí a leer, criticar y consultar cada vez que sea menester.

El documento se agrupa en siete grandes bloques: 1) ortografía; 2) morfología y sintaxis; 3) neologismos y nuevas grafías; 4) redacción y construcción de la frase; 6) convenciones formales; y, por último, 7) edición de materiales didácticos, además de cuatro anexos sobre los errores y dudas más frecuentes en español, los antropónimos extranjeros, los topónimos extranjeros, de naciones y Estados del mundo, y los tratamientos protocolarios en castellano.

Por comentar únicamente algunos aspectos que me parecen particularmente reseñables, recomendaría de modo encarecido, en lo relativo al bloque temático de la ortografía, el apartado relativo a la escritura de casos dudosos (como el grupo consonántico -st-postsoviético; sin embargo, posguerra y no postguerra*), el tema del guion en las palabras compuestas (centroizquierda francoespañola, y no centro-izquierda* y franco-española*) o el eterno problema de los signos de puntuación y de la acentuación, que es algo en lo que persisten muchísimas dudas por parte de los hablantes (o escribientes, en este caso) de castellano.

En el bloque sobre morfología y sintaxis, el epígrafe concerniente al género de los sustantivos concita un gran interés, sobre todo si tenemos en cuenta que este sigue siendo un asunto polémico. Como curiosidad, respecto a los determinantes, ¿cuántos hablantes conocen que la norma prescribe el uso de los numerales ordinales en el lugar de los habitualmente usados partitivos (capítulo decimotercero, en lugar de capítulo treceavo*)? Aquí, sin embargo, surge el problema de hasta qué punto la norma prescriptiva puede seguir ignorando el uso común (la norma descriptiva, si se acepta la expresión). Otro aspecto digno de mención me parece el abuso, según el criterio de la UOC, al que se ha llegado con el empleo de los sustantivos deverbales (Tomamos la decisión de la salida, en vez de Tomamos la decisión de salir*). 

El tema dedicado a los neologismos y nuevas grafías es, debo admitirlo, una de mis grandes debilidades como lingüista. Todo lo que suponga creatividad, innovación lingüística… todo lo que implique crear problemas, quebraderos de cabeza o dudas respecto a la norma académica me hace disfrutar de lo lindo. ¡Qué le vamos a hacer! En este caso, hay recomendaciones de la RAE que me parecen manifiestamente mejorables. Por ejemplo, güisqui en lugar de whisky. Creo que no hace falta explicar por qué.

Acerca del tema reservado a la redacción y construcción de la frase, considero que la guía de la UOC expone, con una gran frescura además, los problemas más importantes que en cualquier momento se encuentra cualquier persona que decide escribir en la lengua de Cervantes. Me quedo en este punto con un consejo: evitemos construcciones artificiosas o rebuscadas. Si podemos decir algo de una forma clara, explícita y sencilla, ¿por qué acudir a complicaciones innecesarias? ¡No vamos a ser más listos ni más cultos por ello!

Por último, para los sibaritas obsesivos de la norma (entre los cuales no me incluyo, ¿por quién me han tomado?), son una delicia los epígrafe centrados en las convenciones formales (abreviaciones [abreviaturas, símbolos, siglas, acrónimos], mayúsculas y minúsculas, numerales, con letras o con cifras; enumeraciones, tipos de letra [negrita, cursiva, etc.], fórmulas matemáticas, criterios de traducción al español para personajes contemporáneos, históricos y legendarios; o el tratamiento de masculinos y femeninos y la ordenación alfabética) y en las cuestiones que tienen que ver con la edición de materiales didácticos, como el uso de las minúsculas para las formas de designación genérica de las personas o el de las mayúsculas para los enunciados de los ejercicios de los libros de texto.

En definitiva, que, si no han leído esta guía de la UOC, ¡ya están tardando en hacerlo! Y ahora, después de esta publicidad subliminal de la OUC (por cierto, estoy abierto a colaboraciones, ¡ejem!), me retiro a mis aposentos reales a continuar con mis labores. ¡Que sigan Uds. bien (confinados, pero bien)!

“El talón de hierro” de Jack London, el profeta literario

Jack London

Jack London tenía el genio que ve lo que permanece oculto a las muchedumbres, y poseía una ciencia que le permitía anticiparse a los tiempos. Previó el conjunto de los acontecimientos que se desarrollan en nuestra época. El espantoso drama al que nos hace asistir en espíritu en El talón de hierro aún no se ha convertido en realidad, y no sabemos dónde y cuándo se cumplirá la profecía del discípulo americano de Marx.

Anatole France, 1923.

Jack London (1876-1916) es uno de esos escritores que en su corta vida no dejó indiferente a nadie. Aún hoy, su literatura sigue despertando todo tipo de reacciones; detractores y defensores de sus novelas defienden tesis contrapuestas para considerar a London como un autor panfletario o un genio. Como crítico contumaz y lector empedernido que soy, London está para mí situado al nivel de su compatriota, John Steinbeck (¡tengo pendiente comentar algún día Las uvas de la ira!); forma parte del Olimpo de los grandes escritores conmovidos por las cuestiones sociales candentes de su época, el primer tercio del siglo XX (que, entre otras cosas, vio a Europa reducida a cenizas durante un largo lustro de guerra entre potencias), y por usar su literatura no como un mero instrumento de barata propaganda, sino como un dispositivo cultural para la crítica sin contemplaciones del viejo mundo y para la creación de una nueva sociedad. El talón de hierro, publicada en 1908, no se sustrae a las pulsiones que empujaron al autor norteamericano a coger su pluma, más bien al revés.

El talón de hierro debe ser enmarcada entre la narrativa distópico-ucrónica, de ciencia-ficción y con clara intencionalidad política, además de adelantada a su tiempo en muchas cuestiones. La novela nos transporta a una realidad ficticia en la que los grandes conglomerados financieros se han constituido en un poder omnímodo que controla todos los resortes e instituciones del Estado. Dicho poder se encarna en el Talón de Hierro, que rige el mundo de manera inmisericorde y aplasta a todos aquellos que, como Ernest Everhard, osan plantarle cara. La Comuna de Chicago —seguramente, London pensaba aquí en la Comuna de París de 1871, bien real— es finalmente liquidada.

Una de las cosas más interesantes de El talón de hierro, con un estilo directo pero cargado de desgarro, agudeza y profundidad, es que se trata de una novela que no se limita a reflejar esquemáticamente lo que London considera como una realidad objetiva en ciernes. El autor californiano no establece una falsa dicotomía entre buenos y malos, entre un bloque monolítico y otro dentro del Talón de Hierro. Por el contrario, el régimen del Talón de Hierro se sirve de distintas capas de ciudadanos subalternos con objeto de dominar al conjunto de la sociedad. ¡Pareciera que London nos estuviera recordando que en toda sociedad son necesarios los kapos! Pese a que son varias las rebeliones que sacuden la tiranía mundial encarnada en el Talón de Hierro, al final el régimen, representado sobre todo en todo su simbolismo vesánico por las ciudades de Ardis y Asgard, se termina imponiendo como un poder ciego y absoluto sobre la mayoría de la sociedad.

Hasta cierto punto, ¿no es nuestra sociedad actual sorprendentemente parecida a la descrita por Jack London en su novela? ¿No rigen también elefantiásicos poderes ajenos a la voluntad de la mayoría de los seres humanos? ¿No estamos ante el reinado de una tiranía implacable? ¿Podemos considerar en este sentido a London como un auténtico profeta de la literatura? ¿No fue el demócrata Abraham Lincoln quien declaró que se habían entronizado «las corporaciones» y que «el poder capitalista del país se esforzará por prolongar su reinado, apoyándose en los prejuicios del pueblo, hasta que la riqueza esté acumulada en algunas manos y la República será destruida»? En cualquier caso, el optimismo teleonómico desaforado de London no deja a lugar a dudas, en boca del personaje Ernest, que sentencia que «[l]a clase obrera (…) se liberará mejor sin vosotros que con vosotros», y «así como su clase derribó a la vieja nobleza feudal, así también será abatida por una clase, la clase trabajadora». Sin embargo, el regusto que deja al lector la obra no puede ser más amargo; hay salida según London, sí, pero esta tardará en llegar; el Talón de Hierro seguirá dictando draconianamente sus leyes al conjunto de la sociedad. London se preguntó: ¿hasta cuándo? Sus lectores siguen sin encontrar hoy una respuesta clara.

 

Pensamiento y lenguaje. Unas impresiones a vuela pluma

He decidido aventurarme por vez primera en este blog en el intrincado laberinto de la filosofía del lenguaje, un tema que me apasiona y al que, siempre que puedo, le dedico algo de tiempo. Para ello, voy a reflexionar muy brevemente sobre el problema de la relación que se establece entre pensamiento, o conciencia, y lenguaje humano. Vaya por delante que lo expresado aquí —al final compartiré, como siempre, algunas referencias interesantes para profundizar en esta cuestión— refleja unas ideas que en absoluto pueden ser definitivas ni absolutas, pues el tema de la vinculación entre pensamiento y lenguaje, o entre lenguaje y pensamiento, está lejos de haber sido resuelto, en la medida en que tampoco se han resuelto del todo (¿se resolverán alguna vez?) las cuestiones que tienen que ver con la complejidad del cerebro, la conciencia y el lenguaje humanos como un todo articulado.

¿Qué fue antes: el huevo o la gallina? ¿Qué surgió antes: el lenguaje o el pensamiento? ¿O la pregunta está capciosamente formulada… y pensamiento y conciencia surgen, por el contrario, como un proceso simultáneo, en ningún caso inescindible? Este último es mi punto de vista: lenguaje y conciencia son igual de viejos; de alguna forma, el lenguaje humano es nuestra conciencia cotidiana, real, desde el momento en que los seres humanos nos constituimos como una especie animal peculiar y diferenciada del resto por la capacidad para crear conscientemente. O, dicho de otra manera, el lenguaje es la encarnación en palabras, orales o escritas, de la realidad pensada. Por tanto, sería erróneo, siempre a mi modo de ver, pretender emancipar mutuamente ambas esferas; lenguaje y pensamiento son inseparables: no hay lenguaje sin conciencia ni conciencia sin lenguaje; ambos constituyen expresiones de nuestra vida social.

Lenguaje es, por consiguiente, la forma concreta en que el pensamiento, por decirlo en términos aristotélicos, logra pasar de la potencia al acto. Entonces, lamento llevar la contraria a las Sagradas Escrituras, pero no, al principio no fue el Verbo, sino el acto. En todo caso, volvemos a lo mismo del principio: ¿puede situarse uno de los dos elementos del binomio en un momento de anterioridad respecto al otro? Pues no es una pregunta fácil de responder. Un servidor estima que, por una parte, podemos decir que verbo y acto se hicieron realidad al mismo tiempo. Sin embargo, creo que, si somos rigurosos, hemos de imaginarnos que los primeros seres humanos desarrollarían antes sus primeras formas de pensamiento (por ejemplo, buscando alimentos, abrigo y refugio), comunicándose a partir de ahí con sus congéneres a través de un lenguaje primitivo, poco desarrollado y con total seguridad cargado de elementos del lenguaje gestual.

De hecho, si nos trasladamos a la humanidad prehistórica, sería difícil pensar en que los primeros homo sapiens tuvieran la capacidad de crear pensamientos abstractos —y no olvidemos que, sin la abstracción, el pensamiento como tal es inviable—  sin la capacidad del habla. Según la perspectiva defendida por la gran mayoría de lingüistas, antropólogos, arqueólogos, psicólogos, neurólogos e historiadores, el lenguaje es el resultado de una evolución social muy prolongada en el tiempo, de las distintas formas de trabajo y supervivencia, así como de las relaciones humanas erigidas sobre el modo de producir y reproducir la vida social. No en vano, antropólogos de la talla de Glynn Isaac consiguieron demostrar que el desarrollo del lenguaje se vio propiciado, en gran medida, por haber adoptado las primeras comunidades humanas el reparto de la comida.

¡Efectivamente, hablar para poder comer! Acto y verbo van unidos en el fondo, pero se habla para hacer desde el principio de los tiempos. También se podría discutir largo y tendido acerca de la relación entre la postura erguida de los primeros antropoides y humanos y la capacidad para articular palabras, lo que a su vez tiene mucho que ver con la prensibilidad de las manos. De ahí que, realmente, solo se haya demostrado por ahora la existencia de la doble articulación del lenguaje en una especie como la humana; requiere un nivel de conciencia social tal, que es algo de difícil alcance para la mayor parte de las especies animales. En este sentido, soy de la opinión de que, aunque podemos encontrar formas de lenguaje en otras especies, ninguna como la nuestra se ha hecho tan dependiente de un lenguaje hiperdesarrollado para nuestra propia supervivencia. ¡Algo dijo Darwin, hace ya casi 200 años, al respecto! (Animo a cualquiera a consultarlo en una de sus obras de referencia, La descendencia humana y la selección natural.) Sí, es cierto, hay formas de comunicación considerablemente desarrolladas en otras especies animales. Pero ¿se puede decir de dichas formas que impliquen realmente pensamiento inteligente, consciente? Al menos, no en el grado alcanzado por los humanos. Alguno dirá: «Bueno, algunos humanos no es que piensen mucho…». ¡Pues también es verdad! Bromas aparte, si acudimos también al célebre biólogo y epistemólogo Jean Piaget, parece claro que lenguaje y pensamiento son parte integrante de un complejo y prolongado proceso de desarrollo humano que se inicia en el nacimiento y se prolonga al menos hasta la adolescencia.

En definitiva, sospecho que a estas alturas podemos al menos destacar tres cosas respecto al vínculo establecido entre lenguaje y conciencia. Primera: no podemos separar ambas dimensiones, como el que elige ketchup en vez de mayonesa. Segunda: el lenguaje humano está estrechamente relacionado con sus distintas expresiones naturales e históricas de sociabilidad. Y tercera: cuanto más descubramos respecto al funcionamiento de la sociedad humana, por un lado, y de la fisiología y anatomía de nuestro cerebro y sistema nervioso, por otro, más pruebas podremos hallar respecto a la trabazón que se fija entre pensar y hablar.

Fuentes

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Defior, S. y Serrano, F. (2011). La conciencia fonémica, aliada de la adquisición del lenguaje escrito. Revista de Logopedia, Foniatría y Audiología(31), 2-13.

Muñoz Cruz, H. (1987). Funciones sociales y conciencia del lenguaje. Estudios sociolingüísticos en México. Xalapa: Universidad Veracruzana.

Obler, L. K. y Gjerlow, K. (2001). El lenguaje y el cerebro. Madrid: Cambridge University Press.

Pérez Leroux, A. T. (2008). Subjuntivo y conciencia de la subjetividad en la adquisición infantil del lenguaje y la teoría de la mente. Revista de Logopedia, Foniatría y Audiología2 (28), 90-98.

Ríos Hernández, I. (2010). El lenguaje: herramienta de reconstrucción del pensamiento. Razón y palabra. Primera revista electrónica en América Latina especializada en Comunicación, 72.

Rubia, F. J. (2010). La consciencia es el mayor enigma de la ciencia y de la filosofía. Tendencias21. Consciencia y cerebro. Revista electrónica de ciencia, tecnología, sociedad y cultura.

Sánchez Ávila, J. S. (2017). Conciencia, intencionalidad y lenguaje: el reconocimiento agencial como base de la ontología social. Cuadernos de filosofía latinoamericana117 (38), 175-210.

¿Diversidad lingüística sin conflictos?

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Recientemente publiqué una entrada en el blog (aquí podéis leerla: Lenguas y conflictos sociopolíticos en el mundo) en la que exponía algunos ejemplos de países y regiones del mundo donde perviven conflictos lingüísticos, que, en realidad, como decía en aquella entrada, responden casi siempre —por no decir siempre— a causas extralingüísticas. Hoy, sin embargo, quiero traerles, muy brevemente, dos referentes de países donde la cuestión de la diversidad lingüística se afronta y resuelve razonablemente bien (sobre todo en uno de ellos). Como es natural, esto no significa que sean modelos perfectos (nada lo es, en realidad). Tampoco que sean exportables o mimetizables en cualquier latitud del orbe. En absoluto. Pero sí confirma, al menos, que existen otros patrones, paradigmas, referentes o modelos de Estados donde los mosaicos lingüísticos se organizan de tal forma que ninguna comunidad lingüística, en general, está por encima de otra.

Trasladémonos primero a Suiza, Estado enclavado en pleno centro de la Europa continental. Suiza es quizá uno de los ejemplos prístinos y cristalinos de respeto entre diversas comunidades de hablantes de distintos diasistemas lingüísticos, lo cual se refleja en primer lugar en su Constitución, de 1999, en concreto en su artículo 4 (aunque, en realidad, va mucho más allá de una mera formalidad jurídica). Al contrario que países plurilingües como Bélgica o la propia España, en Suiza la diversidad lingüística es, paradójicamente, lo que ensambla al país. En la Confederación Helvética no existe una sola lengua oficial, obligatoria, sino que las cuatro lenguas consideradas nacionales, las más habladas, son idiomas oficiales: alemán, francés, italiano y romanche. Para ser precisos, el italiano, el francés y el alemán tienen un estatus jurídico idéntico, mientras que el romanche goza de una suerte de semioficialidad (se contempla su derecho de uso en las administraciones públicos). Como recoge el reportaje de BBC News Mundo que aparece al final de la presente entrada, es muy común que en el país helvético se organicen actos culturales en los que se simultanean las cuatro lenguas.

No obstante, como era de esperar, son el alemán y el francés, además del inglés —idioma no oficial, pero sí cada vez más hablado—, las lenguas más usadas en el día a día por la mayoría de los suizos; en concreto, distintos cálculos realizados muestran un porcentaje de en torno a un 60 % de suizos que hablan alemán como primera lengua en 17 cantones, mientras que el francés se extiende por 4, y el italiano por 1. Otro dato para nada baladí es que hay un cantón, Grisons, que es trilingüe, mientras que otros tres son bilingües en la práctica. Como decía al principio, todo ello no significa en modo alguno que el abigarrado paisaje lingüístico suizo sea una Arcadia feliz. Como reconoce Büchi, el idioma alemán tiene una gran preponderancia por motivos económicos, y tal cosa genera en ocasiones fricciones. Pero ¿no es hasta cierto punto lógico que, con la condición de que exista una nítida igualdad entre lenguas (en realidad, entre hablantes de distintas lenguas), existan lenguas que gocen de más uso que otras por motivos económicos, tecnológicos, etc.? Lo que no debería existir es privilegios de ningún tipo para ninguna comunidad idiomática.

Otro país que puede también brindar al mundo políticas y prácticas lingüísticas de reconocimiento mutuo es, en cierta medida, Canadá (el segundo país más extenso del mundo, donde se reconocen como oficiales el inglés y el francés, además del inuktikut, inuit o inupiak, en los Territorios del Noroeste y en el Quebec). El estudio de Zamorano, Rius y Bonet arroja bastante luz al respecto. Así, el Gobierno federal lleva años promoviendo planes de apoyo y promoción de las lenguas aborígenes y del entendimiento entre los dos grandes grupos de hablantes, el anglófono y el francófono. Si bien, como digo, los conflictos interlingüísticos son mayores que en el caso suizo, los canadienses han sido capaces, hasta ahora, de mantener unos mínimos cauces comunes de comprensión y reconocimiento mutuos entre hablantes de una lengua y otra. ¿No deberían cundir estos ejemplos, profundizándolos incluso? ¡Un servidor opina que sí!

Fuentes

BBC News Mundo (2018). El secreto para mantenerse unido con cuatro lenguas.

Promotora Española de Lingüística (PROEL, 2020). Lengua inuit. Edición digital.

PROEL (2020). Lengua romanche. Edición digital.

Zamorano, M. M., Rius, J. y Bonet, L. (2018). Autonomía y cooperación en los modelos federalizantes de política cultural. Análisis comparativo de los casos de Alemania, EEUU, Canadá, Suiza, Reino Unido y España. Política y Sociedad, 1 (55), 189-210.

«Yo restauro, yo reconstruyo, yo ando así rodeada de muerte»

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(…) Escribir es buscar en el tumulto de los quemados el hueso del brazo que corresponda al hueso de la pierna. Miserable mixtura. Yo restauro, yo reconstruyo, yo ando así de rodeada de muerte…

«Extracción de la piedra de locura» (1964).

Avellaneda. Esa fue la ciudad del Gran Buenos Aires que vio nacer, hace hoy casi 84 años, a la poetisa y traductora Flora Alejandra Pizarnik, una de las voces más inspiradoras de la literatura hispanoparlante y universal. Una de esas voces ineludibles —¿e inaudibles?— cuyo rescate y reconocimiento es siempre poco en comparación con la vastedad y hondura de su personalidad poética, lacerante, arrolladora, penetrante y genial. Hablar de Pizarnik es hablar de una voz poética herida de muerte desde sus comienzos. Un sencillo homenaje a su persona poética (y humana) es lo que me trae de nuevo a este blog. Haré un recorrido muy especial por los pensamientos, emociones, ideas y sentimientos de la autora desde sus primeros poemarios, como La tierra más lejana (1955), hasta El infierno musical (1972), utilizando para ello la preciosa edición de Lumen a cargo de Ana Becciú. Si me permiten la osadía, hablaré en primera persona por la poetisa, parafraseándola y tratando de condensar lo que, a mi juicio, encarna lo más elevado de la autora. (Para quien esté interesado en conocer los títulos de algunos de sus poemas más destacados, estos aparecerán entre paréntesis.) Como creo que el lector sabrá hallar los motivos fundamentales de la poesía pizarnikiana, este breve trayecto estará alejado de erudiciones críticas.

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No querer traer sin caos portátiles vocablos («Días contra el sueño»). Empecemos por ahí. Palabras fáciles de mover. O no siempre. Hasta que el tiempo estrangule mi estrella («Reminiscencias»). Hasta que la lluvia se contonee en su desnudez repulsiva («Nemo»). Ese sino implacable que siempre está ahí para recordarnos esos viles ataúdes que esgrime el fracaso («Reminiscencias quirománticas»). ¿Vivir es ya empezar a fracasar? No lo sé. Solo quisiera ser masa lingüística («Ajedrez») para fundirme con los significantes y significados. ¡Ser signo lingüístico sin dejar de ser persona! Eso quiero ser. ¿Qué soy? Si acaso vacío bien pensado («Yo soy…») en esta noche angustiosa llena de dualismos («Cielo»). Estar escindida es tener el alma rota, despegada del cuerpo. Ambos sabemos que nadie pudor huir aún de su territorio anímico («Sólo un amor»). Sin embargo, no, hoy no; hoy no quiero hablar de la muerte ni de sus extrañas manos («La de los ojos abiertos»). ¡Ay, la muerte…! ¡Ay, la vida…! Todo tiene que ver con esta lúgubre manía de vivir («La enamorada»), con este mundo demacrado, con candado pero sin llaves, con pavor pero sin lágrimas («Cenizas»). Miro al cielo y ¿qué veo? Un cielo con el color de la infancia muerta («La danza inmóvil»). Intento hablar, pero hace tanta soledad que las palabras se suicidan («Hija del viento»). Las palabras, ¿para qué sirven? Porque, al fin y al cabo, ¿qué haré con el miedo? («El despertar»). Me preguntan, me pregunto, si hay vida. Y claro que la hay, esto es la vida: clavarse las uñas en el pecho, arrancarse la cabellera a puñados, escupirse a los propios ojos («Mucho más allá»). ¿No oléis el miedo a no saber nombrar lo que no existe? Es verdad. No es verdad. Vendrá. No vendrá. Ah, pero ¿qué fue de la escisión de nuestro ser? Yo y la que fui nos sentamos en el umbral de mi mirada, que desde la alcantarilla puede ser una visión del mundo. Algún día, sin molestar, me iré sin quedarme, me iré como quien se va. ¡Ya lo verán! («Árbol de diana»). Mientras tanto, aquí estaré, acompañando a la soledad, haciendo que no esté sola, con la muerte siempre al lado, con mi arpa de silencio en donde anida el miedo, en la sed de siempre («Los trabajos y las noches»). Solo quiero que me ayudes haciendo que no tenga que pedir ayuda («Figuras y silencios»). Esa es la tragedia, queremos pedir sin tener que pedir. Búsqueda permanente. Eso es vivir: retornar en busca del antiguo buscar («Como agua sobre una piedra»). Solo busco exorcizar mis fantasmas; ese es mi oficio verdadero. Mi sino es soñar sueños sin alternativas. La nada («Extracción de la piedra de locura»). Por las noches dormís; yo escucho el llamamiento de la muerte («El sueño de la muerte o el lugar de los cuerpos poéticos»). Tengo miedo, sí. Por eso escribo contra él («Ojos primitivos»). No sé si el libro de mi vida tiene ya escritos todos sus capítulos. Lo que sí sé es que al final la muerte y el cadáver contraen nupcias («Capítulos principales»). Dualismo, de nuevo. Mis noches, las noches, brotan de la vida, emergen de la muerte. Vida y muerte son cuerpo y alma, ensamblados pero no escindidos («La noche, el poema»). Sí, vale, ya sé que estoy parafraseándote. Sí, de acuerdo, ya sé que me columpio en ti para expresar lo que siento. ¿Sabes lo que pasa? Que ni alma, ni mente, ni espíritu se ven. ¡Eso pasa! ¿Sabes lo que pasa? ¡Que ninguna palabra es visible! ¿Conspiración de invisibilidades? («En esta noche, en este mundo»). No. ¿Sabes lo que pasa en realidad? Que nunca encontré un alma gemela («Recuerdos de la pequeña casa del canto»). ¿Gemelos o siameses? Porque a veces pienso que estamos condenados a estar pegados a la vida, a la muerte… o a sus heraldos negros. ¿Recuerdan que ya pedí ayuda? Pues afortunadamente nadie ha acudido a mi llamada. ¿Hay algo más peligroso que recibir ayuda cuando se necesita ayuda? («La mesa verde»). Sí, que lo hagas siendo una criatura en plegaria. ¡Claridad, claridad, quiero claridad! ¡Contra la opacidad…!

Contra la opacidad. Estos fueron algunos de los últimos versos del postrer poema de Pizarnik, escrito, como nos recuerda Becciú, con tiza en el pizarrón de su cuarto de trabajo. Momentos después, la argentina universal puso fin a su vida. Contaba solo 36 años. Sin embargo, esta gigante de la poesía nos legó su vida, contenida en cientos de versos, que hoy un servidor ha decidido resucitar en honor a su memoria. No muere quien muere, sino quien deja de vivir para los demás. ¡Alejandra Pizarnik ha muerto, viva Alejandra Pizarnik!