Pensamiento y lenguaje. Unas impresiones a vuela pluma

He decidido aventurarme por vez primera en este blog en el intrincado laberinto de la filosofía del lenguaje, un tema que me apasiona y al que, siempre que puedo, le dedico algo de tiempo. Para ello, voy a reflexionar muy brevemente sobre el problema de la relación que se establece entre pensamiento, o conciencia, y lenguaje humano. Vaya por delante que lo expresado aquí —al final compartiré, como siempre, algunas referencias interesantes para profundizar en esta cuestión— refleja unas ideas que en absoluto pueden ser definitivas ni absolutas, pues el tema de la vinculación entre pensamiento y lenguaje, o entre lenguaje y pensamiento, está lejos de haber sido resuelto, en la medida en que tampoco se han resuelto del todo (¿se resolverán alguna vez?) las cuestiones que tienen que ver con la complejidad del cerebro, la conciencia y el lenguaje humanos como un todo articulado.

¿Qué fue antes: el huevo o la gallina? ¿Qué surgió antes: el lenguaje o el pensamiento? ¿O la pregunta está capciosamente formulada… y pensamiento y conciencia surgen, por el contrario, como un proceso simultáneo, en ningún caso inescindible? Este último es mi punto de vista: lenguaje y conciencia son igual de viejos; de alguna forma, el lenguaje humano es nuestra conciencia cotidiana, real, desde el momento en que los seres humanos nos constituimos como una especie animal peculiar y diferenciada del resto por la capacidad para crear conscientemente. O, dicho de otra manera, el lenguaje es la encarnación en palabras, orales o escritas, de la realidad pensada. Por tanto, sería erróneo, siempre a mi modo de ver, pretender emancipar mutuamente ambas esferas; lenguaje y pensamiento son inseparables: no hay lenguaje sin conciencia ni conciencia sin lenguaje; ambos constituyen expresiones de nuestra vida social.

Lenguaje es, por consiguiente, la forma concreta en que el pensamiento, por decirlo en términos aristotélicos, logra pasar de la potencia al acto. Entonces, lamento llevar la contraria a las Sagradas Escrituras, pero no, al principio no fue el Verbo, sino el acto. En todo caso, volvemos a lo mismo del principio: ¿puede situarse uno de los dos elementos del binomio en un momento de anterioridad respecto al otro? Pues no es una pregunta fácil de responder. Un servidor estima que, por una parte, podemos decir que verbo y acto se hicieron realidad al mismo tiempo. Sin embargo, creo que, si somos rigurosos, hemos de imaginarnos que los primeros seres humanos desarrollarían antes sus primeras formas de pensamiento (por ejemplo, buscando alimentos, abrigo y refugio), comunicándose a partir de ahí con sus congéneres a través de un lenguaje primitivo, poco desarrollado y con total seguridad cargado de elementos del lenguaje gestual.

De hecho, si nos trasladamos a la humanidad prehistórica, sería difícil pensar en que los primeros homo sapiens tuvieran la capacidad de crear pensamientos abstractos —y no olvidemos que, sin la abstracción, el pensamiento como tal es inviable—  sin la capacidad del habla. Según la perspectiva defendida por la gran mayoría de lingüistas, antropólogos, arqueólogos, psicólogos, neurólogos e historiadores, el lenguaje es el resultado de una evolución social muy prolongada en el tiempo, de las distintas formas de trabajo y supervivencia, así como de las relaciones humanas erigidas sobre el modo de producir y reproducir la vida social. No en vano, antropólogos de la talla de Glynn Isaac consiguieron demostrar que el desarrollo del lenguaje se vio propiciado, en gran medida, por haber adoptado las primeras comunidades humanas el reparto de la comida.

¡Efectivamente, hablar para poder comer! Acto y verbo van unidos en el fondo, pero se habla para hacer desde el principio de los tiempos. También se podría discutir largo y tendido acerca de la relación entre la postura erguida de los primeros antropoides y humanos y la capacidad para articular palabras, lo que a su vez tiene mucho que ver con la prensibilidad de las manos. De ahí que, realmente, solo se haya demostrado por ahora la existencia de la doble articulación del lenguaje en una especie como la humana; requiere un nivel de conciencia social tal, que es algo de difícil alcance para la mayor parte de las especies animales. En este sentido, soy de la opinión de que, aunque podemos encontrar formas de lenguaje en otras especies, ninguna como la nuestra se ha hecho tan dependiente de un lenguaje hiperdesarrollado para nuestra propia supervivencia. ¡Algo dijo Darwin, hace ya casi 200 años, al respecto! (Animo a cualquiera a consultarlo en una de sus obras de referencia, La descendencia humana y la selección natural.) Sí, es cierto, hay formas de comunicación considerablemente desarrolladas en otras especies animales. Pero ¿se puede decir de dichas formas que impliquen realmente pensamiento inteligente, consciente? Al menos, no en el grado alcanzado por los humanos. Alguno dirá: «Bueno, algunos humanos no es que piensen mucho…». ¡Pues también es verdad! Bromas aparte, si acudimos también al célebre biólogo y epistemólogo Jean Piaget, parece claro que lenguaje y pensamiento son parte integrante de un complejo y prolongado proceso de desarrollo humano que se inicia en el nacimiento y se prolonga al menos hasta la adolescencia.

En definitiva, sospecho que a estas alturas podemos al menos destacar tres cosas respecto al vínculo establecido entre lenguaje y conciencia. Primera: no podemos separar ambas dimensiones, como el que elige ketchup en vez de mayonesa. Segunda: el lenguaje humano está estrechamente relacionado con sus distintas expresiones naturales e históricas de sociabilidad. Y tercera: cuanto más descubramos respecto al funcionamiento de la sociedad humana, por un lado, y de la fisiología y anatomía de nuestro cerebro y sistema nervioso, por otro, más pruebas podremos hallar respecto a la trabazón que se fija entre pensar y hablar.

Fuentes

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