“El talón de hierro” de Jack London, el profeta literario

Jack London

Jack London tenía el genio que ve lo que permanece oculto a las muchedumbres, y poseía una ciencia que le permitía anticiparse a los tiempos. Previó el conjunto de los acontecimientos que se desarrollan en nuestra época. El espantoso drama al que nos hace asistir en espíritu en El talón de hierro aún no se ha convertido en realidad, y no sabemos dónde y cuándo se cumplirá la profecía del discípulo americano de Marx.

Anatole France, 1923.

Jack London (1876-1916) es uno de esos escritores que en su corta vida no dejó indiferente a nadie. Aún hoy, su literatura sigue despertando todo tipo de reacciones; detractores y defensores de sus novelas defienden tesis contrapuestas para considerar a London como un autor panfletario o un genio. Como crítico contumaz y lector empedernido que soy, London está para mí situado al nivel de su compatriota, John Steinbeck (¡tengo pendiente comentar algún día Las uvas de la ira!); forma parte del Olimpo de los grandes escritores conmovidos por las cuestiones sociales candentes de su época, el primer tercio del siglo XX (que, entre otras cosas, vio a Europa reducida a cenizas durante un largo lustro de guerra entre potencias), y por usar su literatura no como un mero instrumento de barata propaganda, sino como un dispositivo cultural para la crítica sin contemplaciones del viejo mundo y para la creación de una nueva sociedad. El talón de hierro, publicada en 1908, no se sustrae a las pulsiones que empujaron al autor norteamericano a coger su pluma, más bien al revés.

El talón de hierro debe ser enmarcada entre la narrativa distópico-ucrónica, de ciencia-ficción y con clara intencionalidad política, además de adelantada a su tiempo en muchas cuestiones. La novela nos transporta a una realidad ficticia en la que los grandes conglomerados financieros se han constituido en un poder omnímodo que controla todos los resortes e instituciones del Estado. Dicho poder se encarna en el Talón de Hierro, que rige el mundo de manera inmisericorde y aplasta a todos aquellos que, como Ernest Everhard, osan plantarle cara. La Comuna de Chicago —seguramente, London pensaba aquí en la Comuna de París de 1871, bien real— es finalmente liquidada.

Una de las cosas más interesantes de El talón de hierro, con un estilo directo pero cargado de desgarro, agudeza y profundidad, es que se trata de una novela que no se limita a reflejar esquemáticamente lo que London considera como una realidad objetiva en ciernes. El autor californiano no establece una falsa dicotomía entre buenos y malos, entre un bloque monolítico y otro dentro del Talón de Hierro. Por el contrario, el régimen del Talón de Hierro se sirve de distintas capas de ciudadanos subalternos con objeto de dominar al conjunto de la sociedad. ¡Pareciera que London nos estuviera recordando que en toda sociedad son necesarios los kapos! Pese a que son varias las rebeliones que sacuden la tiranía mundial encarnada en el Talón de Hierro, al final el régimen, representado sobre todo en todo su simbolismo vesánico por las ciudades de Ardis y Asgard, se termina imponiendo como un poder ciego y absoluto sobre la mayoría de la sociedad.

Hasta cierto punto, ¿no es nuestra sociedad actual sorprendentemente parecida a la descrita por Jack London en su novela? ¿No rigen también elefantiásicos poderes ajenos a la voluntad de la mayoría de los seres humanos? ¿No estamos ante el reinado de una tiranía implacable? ¿Podemos considerar en este sentido a London como un auténtico profeta de la literatura? ¿No fue el demócrata Abraham Lincoln quien declaró que se habían entronizado «las corporaciones» y que «el poder capitalista del país se esforzará por prolongar su reinado, apoyándose en los prejuicios del pueblo, hasta que la riqueza esté acumulada en algunas manos y la República será destruida»? En cualquier caso, el optimismo teleonómico desaforado de London no deja a lugar a dudas, en boca del personaje Ernest, que sentencia que «[l]a clase obrera (…) se liberará mejor sin vosotros que con vosotros», y «así como su clase derribó a la vieja nobleza feudal, así también será abatida por una clase, la clase trabajadora». Sin embargo, el regusto que deja al lector la obra no puede ser más amargo; hay salida según London, sí, pero esta tardará en llegar; el Talón de Hierro seguirá dictando draconianamente sus leyes al conjunto de la sociedad. London se preguntó: ¿hasta cuándo? Sus lectores siguen sin encontrar hoy una respuesta clara.

 

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