El dolor a ti debido

La tristeza del barro
de ese lodo encadenado
La voz que no llega
del vacío que nada anhela
El silencio inopinado
del dolor que no hace caso
El deseo frustrado
de una vida de paso
La palabra no dicha
de ti y de mi ausencia.
Cuánto quisiera
de esta esencia hueca
estar súbitamente alejado.
Cuánto quisiera
salir de la quimera
de un estar bien a tu lado.

24 de marzo de 2022.

Los neologismos en nuestra lengua. Comentarios breves al libro de Guerrero Ramos

Neologismos en el español actual Z Cuadernos de lengua española ...

Haciendo honor al título de este blog, Diseccionando libros, hoy me propongo llevar a cabo un sucinto análisis de un librito, Neologismos en el español actual, escrito por Gloria Guerrero Ramos y publicado por Arco Libros. Y lo voy a hacer porque creo que el gran mérito de este documento es que sintetiza de un modo brillante los fundamentos y mecanismos que explican la creación de nuevos vocablos en un sistema lingüístico como el del español, y porque además es en el análisis de los neologismos donde se ponen a prueba algunas de las premisas asentadas en la ciencia lingüística, en particular en la neología, la subdisciplina que estudia los procesos de formación de nuevas lexías.

Las lenguas son, como las comunidades y las personas que las hablan y utilizan, organismos vivos, sujetos por tanto a cambio. Y cuando digo las lenguas, me refiero, naturalmente, a todas las lenguas, sin distinción alguna, sin ninguna consideración hacia criterios que son más ideologizantes que estrictamente científicos. Una de las claves de la transformación de los sistemas lingüísticos es, precisamente, la construcción de neologismos, que, como bien explica Guerrero, salpica a todas las clases, grupos y categorías sociales. Todos, sin ser conscientes de ello o no, creamos o empleamos palabras nuevas, alimentamos el torrente perpetuo que es la lengua, con su caudal léxico en constante modificación. Por eso la autora del libro afirma que «la neología es una de las manifestaciones principales de la vitalidad de una lengua (…) Toda lengua viva crea palabras nuevas tanto para encontrar sustitutos a los préstamos, como para designar realidades nuevas» (p. 11). Realidades nuevas. Esta es la gran fuente de creación de nuevos vocablos, de categorías que aluden a conceptos que, a su vez, responden a nuevos hechos (o, por mejor decir, a hechos descubiertos, porque estos pueden existir durante siglos y milenios sin que los humanos nos apercibamos de ellos).

Desde el punto de vista lingüístico, el neologismo es siempre una palabra, ya sea simple (palabra o morfema), ya sea compleja (grupo sintagmático o sintagma lexicalizado). No solamente es que «[e]l neologismo es inevitable en toda lengua que se hable» (p. 13), sino que constituye un elemento consustancial a todo sistema lingüístico; es, digamos, la célula viva que permite que nuestras lenguas no se conviertan en una reliquia del pasado, sino en un gran organismo social vivo. Dentro de los distintos tipos de neologías existentes, Guerrero diferencia las neologías denominativas de las neologías estilísticas. Las primeras no tienen que ver con «el deseo de innovación sobre el plano de la lengua», sino más bien con «la necesidad de dar un nombre a un objeto, a un concepto nuevo» (p. 17). Las segundas neologías, las estilísticas, son más bien neologías formales, es decir, aquellas palabras introducidas para expresar nuevos matices, para referirse de otra forma a ideas que no son nuevas. En todo caso, tanto unas como otras hacen referencia a la necesidad que tenemos los hablantes de innovar. O más que a la necesidad, quizá sería más preciso referirse a la inevitabilidad, porque tampoco es un proceso necesariamente consciente, o no solamente consciente, dado que los mecanismos neológicos forman parte del devenir inevitable de los idiomas como sistemas de comunicación en constante transformación. De ahí lo absurdo que resulta oponerse a determinados neologismos aludiendo a supuestos motivos lingüísticos; es como Sísifo tratando en vano de subir la enorme roca a la cima de la montaña… no podemos luchar contra aquello que es inevitable. Y los neologismos, nos gusten más o menos, lo son. En este sentido, tiene mucho interés el aporte de autores como Gardin o Lefèvre, citados por Guerrero, que cuestionan el paradigma científico chomskiano por negar en última instancia el carácter cambiante, dialéctico, real, vivo de las lenguas.

Pero entonces, ¿no podemos hablar de neologismos ex nihilo? Por supuesto que sí, aunque no son los más habituales. Guerrero explica que únicamente cabe «hablar de neologismo creado ex nihilo si se mantiene la conciencia del proceso creador. Lo diferenciador de este tipo de neologismo reside, precisamente, en que la motivación sólo existe para el creador» (pp. 24-25). Sin embargo, como decimos, lo habitual, dentro de las neologías de forma, es que los vocablos nuevos se creen combinando los distintos elementos existentes, sobre todo mediante los mecanismos de la prefijación, la sufijación (verbal, nominal o adjetival) y la composición (como en librecambio o guardiacivil), además de otros mecanismos no menos usuales, y muy dependientes de los cambios socioculturales y tecnológicos, como la acronimia y la siglación (ofimática como resultado de unir oficina e informática, módem para modulador demodulador, Unicef o grapo), o los préstamos lingüísticos. Estos últimos aún provocan entre ciertas mentalidades estrechas una especie de urticaria ideológica, como si la introducción de palabras de otras lenguas supusiera la destrucción de la lengua receptora, o su «contaminación». En ocasiones, algunos furibundos enemigos de los préstamos olvidan que sus lenguas no solo importan palabras, sino que también las exportan. En todo caso, que una lengua como el inglés sea la gran exportadora mundial de palabras tiene más que ver con cuestiones económicas y políticas que con razones lingüísticas sensu stricto. Además de las neologías de forma, contamos con neologías semánticas, ya sea mediante la formación de lexías complejas (coche bomba), ya sea mediante conversión (como en el caso de partido bisagra o viaje relámpago, tan habituales en el lenguaje periodístico). En general, los dos ámbitos, esferas o dimensiones más neologizadores son la juventud y el lenguaje científico-técnico e internauta.

Volviendo a la cuestión del rechazo dogmático y acientífico de los neologismos provenientes de otras lenguas, Guerrero ejemplifica el caso de Francia, donde la rigidez antineológica lleva a plantear usos que a todas luces están destinados a fracasar, como por ejemplo hablar de logiciel frente a software, o de télécopic frente a telefax. Y digo que están destinados a fracasar porque lo que parecen no comprender algunos es que las lenguas no son dispositivos que se puedan normativizar y fijar de una vez para siempre por parte de élites, sino que de forma espontánea se desarrollan y cambian en función de múltiples variables; supone, al fin y al cabo, tratar de ponerle puertas al campo. Y no entro aquí, por supuesto, en la libertad de cada cual para usar el vocablo que más le guste o por el que sienta más inclinación. Pero, al fin y al cabo, la ciencia lingüística sabe perfectamente, y creo que Guerrero lo demuestra de manera cristalina, que la oposición a los neologismos es tan vieja… como los propios neologismos. ¡Tengan ustedes un buen y neológico día!

“El talón de hierro” de Jack London, el profeta literario

Jack London

Jack London tenía el genio que ve lo que permanece oculto a las muchedumbres, y poseía una ciencia que le permitía anticiparse a los tiempos. Previó el conjunto de los acontecimientos que se desarrollan en nuestra época. El espantoso drama al que nos hace asistir en espíritu en El talón de hierro aún no se ha convertido en realidad, y no sabemos dónde y cuándo se cumplirá la profecía del discípulo americano de Marx.

Anatole France, 1923.

Jack London (1876-1916) es uno de esos escritores que en su corta vida no dejó indiferente a nadie. Aún hoy, su literatura sigue despertando todo tipo de reacciones; detractores y defensores de sus novelas defienden tesis contrapuestas para considerar a London como un autor panfletario o un genio. Como crítico contumaz y lector empedernido que soy, London está para mí situado al nivel de su compatriota, John Steinbeck (¡tengo pendiente comentar algún día Las uvas de la ira!); forma parte del Olimpo de los grandes escritores conmovidos por las cuestiones sociales candentes de su época, el primer tercio del siglo XX (que, entre otras cosas, vio a Europa reducida a cenizas durante un largo lustro de guerra entre potencias), y por usar su literatura no como un mero instrumento de barata propaganda, sino como un dispositivo cultural para la crítica sin contemplaciones del viejo mundo y para la creación de una nueva sociedad. El talón de hierro, publicada en 1908, no se sustrae a las pulsiones que empujaron al autor norteamericano a coger su pluma, más bien al revés.

El talón de hierro debe ser enmarcada entre la narrativa distópico-ucrónica, de ciencia-ficción y con clara intencionalidad política, además de adelantada a su tiempo en muchas cuestiones. La novela nos transporta a una realidad ficticia en la que los grandes conglomerados financieros se han constituido en un poder omnímodo que controla todos los resortes e instituciones del Estado. Dicho poder se encarna en el Talón de Hierro, que rige el mundo de manera inmisericorde y aplasta a todos aquellos que, como Ernest Everhard, osan plantarle cara. La Comuna de Chicago —seguramente, London pensaba aquí en la Comuna de París de 1871, bien real— es finalmente liquidada.

Una de las cosas más interesantes de El talón de hierro, con un estilo directo pero cargado de desgarro, agudeza y profundidad, es que se trata de una novela que no se limita a reflejar esquemáticamente lo que London considera como una realidad objetiva en ciernes. El autor californiano no establece una falsa dicotomía entre buenos y malos, entre un bloque monolítico y otro dentro del Talón de Hierro. Por el contrario, el régimen del Talón de Hierro se sirve de distintas capas de ciudadanos subalternos con objeto de dominar al conjunto de la sociedad. ¡Pareciera que London nos estuviera recordando que en toda sociedad son necesarios los kapos! Pese a que son varias las rebeliones que sacuden la tiranía mundial encarnada en el Talón de Hierro, al final el régimen, representado sobre todo en todo su simbolismo vesánico por las ciudades de Ardis y Asgard, se termina imponiendo como un poder ciego y absoluto sobre la mayoría de la sociedad.

Hasta cierto punto, ¿no es nuestra sociedad actual sorprendentemente parecida a la descrita por Jack London en su novela? ¿No rigen también elefantiásicos poderes ajenos a la voluntad de la mayoría de los seres humanos? ¿No estamos ante el reinado de una tiranía implacable? ¿Podemos considerar en este sentido a London como un auténtico profeta de la literatura? ¿No fue el demócrata Abraham Lincoln quien declaró que se habían entronizado «las corporaciones» y que «el poder capitalista del país se esforzará por prolongar su reinado, apoyándose en los prejuicios del pueblo, hasta que la riqueza esté acumulada en algunas manos y la República será destruida»? En cualquier caso, el optimismo teleonómico desaforado de London no deja a lugar a dudas, en boca del personaje Ernest, que sentencia que «[l]a clase obrera (…) se liberará mejor sin vosotros que con vosotros», y «así como su clase derribó a la vieja nobleza feudal, así también será abatida por una clase, la clase trabajadora». Sin embargo, el regusto que deja al lector la obra no puede ser más amargo; hay salida según London, sí, pero esta tardará en llegar; el Talón de Hierro seguirá dictando draconianamente sus leyes al conjunto de la sociedad. London se preguntó: ¿hasta cuándo? Sus lectores siguen sin encontrar hoy una respuesta clara.

 

¿Diversidad lingüística sin conflictos?

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Recientemente publiqué una entrada en el blog (aquí podéis leerla: Lenguas y conflictos sociopolíticos en el mundo) en la que exponía algunos ejemplos de países y regiones del mundo donde perviven conflictos lingüísticos, que, en realidad, como decía en aquella entrada, responden casi siempre —por no decir siempre— a causas extralingüísticas. Hoy, sin embargo, quiero traerles, muy brevemente, dos referentes de países donde la cuestión de la diversidad lingüística se afronta y resuelve razonablemente bien (sobre todo en uno de ellos). Como es natural, esto no significa que sean modelos perfectos (nada lo es, en realidad). Tampoco que sean exportables o mimetizables en cualquier latitud del orbe. En absoluto. Pero sí confirma, al menos, que existen otros patrones, paradigmas, referentes o modelos de Estados donde los mosaicos lingüísticos se organizan de tal forma que ninguna comunidad lingüística, en general, está por encima de otra.

Trasladémonos primero a Suiza, Estado enclavado en pleno centro de la Europa continental. Suiza es quizá uno de los ejemplos prístinos y cristalinos de respeto entre diversas comunidades de hablantes de distintos diasistemas lingüísticos, lo cual se refleja en primer lugar en su Constitución, de 1999, en concreto en su artículo 4 (aunque, en realidad, va mucho más allá de una mera formalidad jurídica). Al contrario que países plurilingües como Bélgica o la propia España, en Suiza la diversidad lingüística es, paradójicamente, lo que ensambla al país. En la Confederación Helvética no existe una sola lengua oficial, obligatoria, sino que las cuatro lenguas consideradas nacionales, las más habladas, son idiomas oficiales: alemán, francés, italiano y romanche. Para ser precisos, el italiano, el francés y el alemán tienen un estatus jurídico idéntico, mientras que el romanche goza de una suerte de semioficialidad (se contempla su derecho de uso en las administraciones públicos). Como recoge el reportaje de BBC News Mundo que aparece al final de la presente entrada, es muy común que en el país helvético se organicen actos culturales en los que se simultanean las cuatro lenguas.

No obstante, como era de esperar, son el alemán y el francés, además del inglés —idioma no oficial, pero sí cada vez más hablado—, las lenguas más usadas en el día a día por la mayoría de los suizos; en concreto, distintos cálculos realizados muestran un porcentaje de en torno a un 60 % de suizos que hablan alemán como primera lengua en 17 cantones, mientras que el francés se extiende por 4, y el italiano por 1. Otro dato para nada baladí es que hay un cantón, Grisons, que es trilingüe, mientras que otros tres son bilingües en la práctica. Como decía al principio, todo ello no significa en modo alguno que el abigarrado paisaje lingüístico suizo sea una Arcadia feliz. Como reconoce Büchi, el idioma alemán tiene una gran preponderancia por motivos económicos, y tal cosa genera en ocasiones fricciones. Pero ¿no es hasta cierto punto lógico que, con la condición de que exista una nítida igualdad entre lenguas (en realidad, entre hablantes de distintas lenguas), existan lenguas que gocen de más uso que otras por motivos económicos, tecnológicos, etc.? Lo que no debería existir es privilegios de ningún tipo para ninguna comunidad idiomática.

Otro país que puede también brindar al mundo políticas y prácticas lingüísticas de reconocimiento mutuo es, en cierta medida, Canadá (el segundo país más extenso del mundo, donde se reconocen como oficiales el inglés y el francés, además del inuktikut, inuit o inupiak, en los Territorios del Noroeste y en el Quebec). El estudio de Zamorano, Rius y Bonet arroja bastante luz al respecto. Así, el Gobierno federal lleva años promoviendo planes de apoyo y promoción de las lenguas aborígenes y del entendimiento entre los dos grandes grupos de hablantes, el anglófono y el francófono. Si bien, como digo, los conflictos interlingüísticos son mayores que en el caso suizo, los canadienses han sido capaces, hasta ahora, de mantener unos mínimos cauces comunes de comprensión y reconocimiento mutuos entre hablantes de una lengua y otra. ¿No deberían cundir estos ejemplos, profundizándolos incluso? ¡Un servidor opina que sí!

Fuentes

BBC News Mundo (2018). El secreto para mantenerse unido con cuatro lenguas.

Promotora Española de Lingüística (PROEL, 2020). Lengua inuit. Edición digital.

PROEL (2020). Lengua romanche. Edición digital.

Zamorano, M. M., Rius, J. y Bonet, L. (2018). Autonomía y cooperación en los modelos federalizantes de política cultural. Análisis comparativo de los casos de Alemania, EEUU, Canadá, Suiza, Reino Unido y España. Política y Sociedad, 1 (55), 189-210.

¡Los niños podrán salir a la calle… acompañados de 800 muertos diarios!

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Niña italiana después de haber salido a dar un paseo, acompañada de 800 muertos diarios.

No se asusten… que este blog no se ha convertido de repente, por efecto de la maldita pandemia provocada por el SARS-CoV-2, en un espacio friki dedicado a los zombis e infectados. Tan solo quiero mostrarles, en estos tiempos especialmente caóticos y locos que corren, hasta qué punto es importante tener en cuenta la siempre necesaria —¡incluso en tiempos de pandemia sociosanitaria y civilizatoria!— corrección ortotipográfica, sintáctica y gramatical. Y lo veremos con un maravilloso, surrealista y valleinclaniano titular de un conocido medio de comunicación español.

El pasado miércoles 1 de abril de este año (2020, fin de la segunda década de este siglo), El Español publicaba una noticia con el siguiente titular compartido en Twitter:

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«#Italia deja salir a pasear a #niños acompañados con más de 800 muertos diarios». ¡Caramba, desde luego, no se puede decir que los críos vayan a estar desprotegidos! ¡800 muertos diarios por cada niño! Porque, al fin y al cabo, ¿qué malo puede hacer ya un pobre muerto…? A no ser, claro, que el muerto sea un violento y rencoroso zombi, como los de The Walking Dead. Bromas aparte, este titular es un maravilloso ejemplo que vuelve a poner encima de la mesa dos cosas. Primero, que lamentablemente la redacción de no pocos periódicos, independientemente de su adscripción nacional y de su línea editorial, sigue dejando bastante que desear. Y, en segundo lugar, que, en lenguas como el español, el orden de los factores sí puede alterar el producto.

Para ser del todo justos, el titular de El Español no es del todo incorrecto; es, si acaso, impreciso, y por ello da pie a la ambigüedad (una ambigüedad graciosamente macabra y triste, pues la realidad que vivimos es de todo menos graciosa). Si, por ejemplo, el redactor del tabloide hubiera escrito lo siguiente: «#Italia deja salir a pasear a #niños acompañados POR más de 800 muertos diarios», entonces sería evidente que ese complemento agente, «por más de 800 muertos diarios», nos estaría indicando que, efectivamente, las niñas y los niños del país transalpino empezarían a salir a la calle escoltados por una legión de hambrientos y nada dialogantes zombis. Sin embargo, si se fijan bien, la preposición utilizada es con y no por, luego no cabe duda de que no estamos ante una oración pasiva con la estructura de sujeto paciente + verbo (en voz pasiva) + complemento agente.

Entonces, ¿dónde está el problema? Pues en que los elementos de la oración están mal concatenados, mal engarzados, lo que genera una duda inquietante en el lector. ¿Cómo podría haberse escrito mejor el titular? No es difícil elaborar uno alternativo:

#Italia, con más de 800 de muertos diarios, deja salir a pasear a niños acompañados [por sus adultos].

¡Y santas pascuas! Habría sido tan sencillo como eso. Todo esto, cachondeos aparte, nos confirma por enésima vez lo crucial que es tomarse en serio, sin ningún ánimo de inquisidor arrogante, la lengua que hablamos en cuanto que herramienta de comunicación. Herramienta que debe ser siempre lo menos anfibológica posible, lo más precisa y ordenada de lo que seamos capaces. ¡La sintaxis! No se trata, por tanto, de un afán talmúdico por «preservar» la «pureza» de nuestra lengua, sino por construir, hilvanar y expresar las ideas del modo más ordenado y eficaz que se pueda. Eso es todo por hoy. Y recuerden: si van a dejar que sus hijos salgan acompañados por 800 muertos diarios, asegúrense de que a los difuntos no les atraiga el sabor a carne humana.

Lenguas y conflictos sociopolíticos en el mundo

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Enseñanza bilingüe en una escuela infantil del estado mexicano de San Luis Potosí. Imagen extraída del periódico La Jornada (2016).

Tras un largo paréntesis de más de dos años, debido fundamentalmente a motivos de índole profesional ajenos por completo a mi voluntad, he decidido retomar la actividad en este modesto blog que creé hace ahora casi seis años. Blog creado, como saben los que me conocen, gracias a mi pasión, además de profesión, hacia todo lo relacionado con la lingüística y la teoría y crítica de la literatura. En esta ocasión he decidido, profundizando en mi labor de análisis crítico de distintos fenómenos y problemáticas de naturaleza lingüística, tratar de forma breve, y sin ninguna pretensión de exhaustividad ni sistematicidad, la cuestión de los conflictos lingüísticos —que, como veremos, en realidad no responden a razones endógenamente lingüísticas— en el mundo actual.

Empecemos por lo que considero más importante. Ningún conflicto que en nuestra época histórica sacude a alguna región del globo por motivos aparentemente lingüísticos tiene como raíz material problemas derivados con la naturaleza de las propias lenguas en cuanto que dispositivos de comunicación humana propios de cada comunidad nacional (o internacional).  Dicho de forma más sencilla: el problema no son las lenguas, sino las relaciones de poder vehiculadas en torno a estas.

Veamos primero el caso ucraniano. En esta república exsoviética, como sabemos, se vive una situación de guerra civil desde 2014 (la tristemente famosa Guerra del Donbas, que sacude al este de Ucrania).

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Imagen extraída del sitio web Animal Político (2014).

Tal y como se observa en el mapa, en el país europeo hay dos zonas lingüísticas claramente diferenciadas: en la zona occidental de Ucrania, la lengua mayoritaria es el ucraniano (lengua perteneciente, junto con el ruso y el bielorruso, a la familia de las lenguas eslavas orientales, hablada por unos 60 millones de personas en Ucrania, Polonia, República Checa y Rumanía, fundamentalmente), mientras que el ruso apenas si es hablado por un 5 % de la población; en el este y sureste de la nación ucraniana, por el contrario, el idioma ruso es considerablemente más hablado, siendo lengua materna de una gran cantidad de la población en ciudades como Donetsk, Jarkov o Dnipropetrovsk. Pues bien, han sido y son numerosos los episodios de marginación, exclusión o marginación de la minoría rusoparlante en Ucrania. Pero ninguno de ellos se debe a problemas específicos entre el ucranio y el ruso; son la política dominante, las rivalidades económicas entre distintos actores y los roces entre potencias los únicos causantes de tales fricciones interidiomáticas.

Si nos vamos ahora a Camerún, en pleno golfo africano de Guinea, podemos encontrar otro caso de serio conflicto lingüístico que en el fondo nada tiene que ver con un problema de supuesta incompatibilidad entre idiomas.

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Lenguas de Camerún central sudoccidental. Mapa extraído de Promotora Española de Lingüística (PROEL).

Observamos que en el país africano se hablan una gran cantidad de lenguas (hasta 230), si bien son dos las predominantes: el francés y el inglés, como recuerdo bien presente del pasado colonial reciente de Camerún. De nuevo, nos encontramos con que los trastornos lingüísticos que en principio causan altercados tan serios en el país, sobre todo en la región de Ambazonia, esconden en realidad fricciones de tipo económico y político: las élites francófonas y anglófonas (tampoco olvidemos la relevante minoría germanófona camerunesa) no se ponen de acuerdo para garantizar un mínimo consenso de poder. Las consecuencias más negativas, por supuesto, las sufren sobre todo las abrumadoras mayorías hablantes de una y otra lengua, que se ven envueltas en una violencia sistemática y en auténticos pogromos de un lado y de otro, si bien es verdad que, a pesar de ser un país oficialmente bilingüe, es el Gobierno central camerunés el que más leña al fuego viene echando al conflicto entre las dos comunidades, discriminando cada vez más a los ciudadanos anglófonos en las zonas donde más se habla el francés, así como en el conjunto del Estado. Es decir, la realidad vuelve a demostrarnos que las lenguas al final son solo vías de transmisión y expresión de los conflictos de poder, pero que en sí y por sí mismas no implican choque alguno, sean cuales sean las diferencias entre unos idiomas y otros.

Veamos un tercer y último ejemplo (se podrían poner decenas más, pero mejor no agotemos la paciencia del lector… y de quien esto escribe).

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«Fumar mata», escrito en serbio, croata y bosnio, variantes de un mismo diasistema lingüístico, en algún lugar de la República de Bosnia y Herzegovina. Imagen extraída de Agence France Press (2017).

Todo el mundo que vive en este planeta y que está mínimamente interesado por la historia humana contemporánea sabe que que existió, hasta principios de los 90 del siglo pasado, un Estado llamado Yugoslavia (oficialmente denominado República Federativa Socialista de Yugoslavia). En ese país multinacional y pluriétnico, con sus más y sus menos, se daba un intercambio pacífico entre las distintas lenguas (fundamentalmente, serbocroata, albanés y esloveno). El país funcionaba razonablemente bien en base al respeto y reconocimiento entre los hablantes de todos los idiomas existentes en el país (podríamos remontarnos, aunque a un nivel menos inclusivo y forzado más por las circunstancias que por un proyecto político voluntario, al antiguo Imperio austro-húngaro, con su enorme diversidad lingüística y su mosaico de pueblos, naciones, nacionalidades y etnias). Sin embargo, tras una serie de crisis internas entre los distintos sectores dominantes de las repúblicas que componían la ex Yugoslavia, los roces entre comunidades por motivos de lengua comenzaron a salpicar el paisaje social. Obviando aquí los tristemente célebres episodios de guerras fratricidas que han sacudido a los Balcanes desde entonces, a partir del momento en que todo saltó por los aires se empezaron a acenturar las divisiones lingüísticas, hasta el punto de que cada nuevo Estado independiente impuso una lengua como idioma oficial obligatorio, con los correspondientes problemas ocasionados a las minorías nacionales y étnicas hablantes del resto de idiomas que antaño convivían sin demasiados problemas.

En definitiva, los tres ejemplos vistos demuestran que en el mundo actual coexisten dos tendencias contradictorias, que se retroalimentan, en relación con el problema de los conflictos lingüísticos y la naturaleza de los idiomas: por una parte, la internacionalización es cada vez mayor, sobre todo por la expansión de lenguas como el inglés (por cierto, ¿será, algún día, la única lengua universal como predecían no pocos intelectuales occidentales durante finales del siglo XIX y principios del XX…?), el español o el chino mandarín; pero, por otra parte, crecen los choques entre naciones y países que tienen como vehículo de expresión determinadas lenguas. La pregunta pertinente es: ¿y qué culpa tienen las lenguas?

Si tuviera que expresar algún tipo de propuesta —por supuesto, eminentemente subjetiva, pues aquí ya no hablamos de ciencia, aunque no se pueda prescindir de ella, sino de una cierta forma de ver el mundo— en lo concerniente al problema tratado, diría que la vacuna más eficaz contra las distintas variantes de discriminación, maltrato u opresión contra hablantes de determinadas lenguas pasa por dos antivirales básicos. El primero es garantizar por ley que, en aquellos Estados donde conviven varias lenguas, ninguna de ellas sea la lengua oficial obligatoria. El segundo es la garantía de que, sin segregar en absoluto a los alumnos, todos los ciudadanos pertenecientes a minorías lingüísticas, nacionales o regionales, tengan la oportunidad de aprender su lengua materna. Volviendo a los ejemplos ucraniano, camerunés y balcánico, todos los niños, por ejemplo, cuyo idioma materno sea el ruso en Jarkov, el inglés en Yaundé o el esloveno en Zagreb deberían tener el derecho a estudiar, además de en la otra lengua que sea oficial en esos territorios, en su lengua materna, sin menoscabo ni discriminación de ningún tipo.

El problema es, me temo, que para llegar a tal puerto es necesario resolver antes los conflictos de origen extralingüístico. Sin embargo, ¿pueden estas medidas aminorar tales conflictos? Nadie tiene una respuesta tajante, realmente, pero no parece que haya otro camino. En todo caso, hay algunos países que, sin llegar a ser perfectos en este terreno (¿alguna cosa es realmente perfecta?), sí constituyen referentes en el tratamiento justo de estos problemas. Problemas que no deberían ser tales. Pero eso será, queridos lectores, objeto de otra entrada. Mientras tanto, recuerden: hablen la/s lengua/s que quieran, ¡pero no obliguen a los demás a hablarla/s, así como no desean que les obliguen a ustedes!

Fuentes

Castilla, Valerio (2019). “El idioma de la India”: la intersección lingüística de miles de lenguas y dialectos. La Revista de Babbel, edición digital.

Colodrón Denis, Victoriano (2002). ¿Guerra de lenguas en Europa? Cuaderno de lengua: crónicas personales del idioma español5.

Escribano, Daniel (2014). Orígenes de los conflictos lingüísticos en el Reino de España. Sin Permiso.

Grasso, Daniele (2014). Cinco mapas para entender lo que está pasando en Ucrania. El Confidencial, edición digital.

Hans Nelde, Peter (1993). Conflictos lingüísticos en la Europa plurilingüe con una visión hacia 1993. Estudios de Lingüística Aplicada, UNAM.

López García-Molins, Ángel (2018). El conflicto lingüístico y el problema de España. Linred Información.

Paul, Carlos (2016). SC busca promover derechos y diversidad lingüística indígena. La Jornada, edición digital.

Promotora Española de Lingüística (PROEL). Sitio web consultado para las lenguas de Ucrania, Camerún y la antigua Yugoslavia.

Rodríguez Andreu, Miguel (2018). De lenguas y nacionalismos en los Balcanes. Portal esglobal.

Suárez Cuadros, Simón José (2003). La situación lingüística actual de Ucrania. Interlingüística14, 953-958.

UNESCO (2020). Atlas de las lenguas del mundo en peligro. Edición digital.

Luces de bohemia: historia, sociedad y esperpento en Valle-Inclán

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Hablar de Luces de bohemia, cuya producción y publicación coincide casi totalmente con la del Ulysses de James Joyce, es hoy una tarea difícil. Difícil porque es una obra que puede tener múltiples lecturas. Y además porque seguramente pocos asuntos quedan que no haya tratado ya la crítica literaria. No obstante, es probable que la crítica de una de las piezas teatrales más importantes de la literatura española en castellano aún no haya profundizado lo suficiente en un aspecto: el análisis histórico-crítico e ideológico de Luces de bohemia. Este es el propósito principal de esta nueva entrada sobre una de las obras maestras del teatro contemporáneo en España.

Una aclaración importante: de ninguna manera buscamos con este artículo reducir esta pieza teatral de Ramón María del Valle-Inclán (1866-1936) al análisis crítico de la situación sociopolítica e ideológica española durante la primera mitad del siglo XX. Es evidente que en Luces de bohemia hay de esto, pero no solo hay también vanguardismo artístico, hay crítica y sátira de ciertos hábitos y prejuicios sociales y un largo etcétera. Empero, nos parece que estamos ante una obra en la que la fuerza motriz es la crítica y esperpentización de un pasado y un presente profundamente deshumanizadores, decadentes y alienantes.

            Luces de bohemia: estructura, tiempo, espacio, personajes, discurso y lenguaje

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Antes de meternos en harina con el análisis histórico-crítico e ideológico de Luces de bohemia, conviene dar algunos brochazos a propósito de elementos que no son de importancia menor en la obra, desde el concepto de esperpento hasta el discurso y el lenguaje, pasando por la estructura, los personajes y las coordenadas espaciotemporales.

Se ha discutido mucho sobre la génesis de la palabra esperpento. No vamos a profundizar aquí en este aspecto. Solo diremos que para algunos autores su origen es hispanoamericano, mientras que para otros es de raigambre madrileña. En todo caso, lo esperpéntico representa para Valle-Inclán lo feo, lo extravagante. Pero es mucho más que eso. Como el propio autor explica, el esperpento consiste en la búsqueda de lo cómico en lo trágico de la existencia. El esperpento no es un género literario, pues puede tomar cuerpo en novelas (véase Tirano Banderas o Ruedo ibérico) o en obras de teatro (Luces de bohemia o Los cuernos de don Friolera); el esperpento, desde el punto de vista del género, navega entre el mar del teatro y el de la narrativa.

El esperpento hace que los personajes no estén a la altura de la propia tragedia que viven (por eso uno de ellos asevera: “la tragedia nuestra no es tragedia”, es el “Esperpento”). Si bien su dolor es palpable y real, los lectores lo percibimos de una forma ridícula, rozando el patetismo grotesco; casi desde la lejanía, pues Valle se distancia de sus personajes (técnica esperpéntica por excelencia). El autor gallego establece tres maneras de contemplar a los personajes por parte del narrador: de rodillas (el autor es inferior), en pie (absoluta igualdad entre narrador y personajes) y en el aire, cual demiurgo (superioridad del autor).

El esperpento permite a Valle-Inclán construir su obra de antihéroes, su pieza teatral que es una tragedia antitrágica, porque rompe todos los moldes o esquemas de las tragedias clásicas. Estamos ante una obra en la que se siente un inmenso dolor, pero se trata de un dolor totalmente impregnado de escenas ridículas y kafkianas, desde la muerte del paria Max Estrella —“hombre ciego, hiperbólico, andaluz”, que en la escena IV termina incluso “sin capa, sin dinero y sin lotería”— hasta el velatorio (cuyo ambiente casi recuerda a una película inglesa de humor negro). Y no olvidemos que Luces de bohemia se clausura con una frase pronunciada por un borracho, en medio de un diálogo tan surrealista como clarividente:

PICA LAGARTOS
 ¡El mundo es una controversia!
DON LATINO
¡Un esperpento!
EL BORRACHO
¡Cráneo previlegiado!

 

Por consiguiente, hay un choque permanente en la obra entre lo trágico y lo ridículo, tal como lo acredita igualmente el diálogo final de la escena XI entre Max y Don Latino, en el cual el literato fracasado reniega incluso de su amigo Latino de Híspalis (el responsable, según Claudinita, del posterior fallecimiento de Max Estrella):

MAX ESTRELLA
 Latino, ya no puedo gritar… ¡Me muero de rabia!… Estoy mascando ortigas. Ese muerto sabía su fin… No le asustaba, pero temía el tormento… La Leyenda Negra en estos días menguados es la Historia de España. Nuestra vida es un círculo dantesco. Rabia y vergüenza. Me muero de hambre, satisfecho de no haber llevado una triste velilla en la trágica mojiganga. ¿Has oído los comentarios de esa gente, viejo canalla? Tú eres como ellos. Peor que ellos, porque no tienes una peseta y propagas la mala literatura por entregas. Latino, vil corredor de aventuras insulsas, llévame al Viaducto. Te invito a regenerarte con un vuelo.
DON LATINO
                        ¡Max, no te pongas estupendo!

 

La estructura de la obra, definida por Joaquín del Valle-Inclán como una “matemática perfecta” (expresión utilizada por Max en la escena XII), se abre y se cierra haciendo acto de aparición la Parca. Por tanto, es una estructura circular. Durante las doce primeras escenas se mantiene un hilo temporal real, simétrico: transcurre justo una hora por cada escena, que es lo que dura en total el periplo del poeta por las calles de Madrid —un Madrid “absurdo, brillante y hambriento”— y su muerte final. En las tres últimas escenas el tiempo se reduce: son los hechos posteriores a la muerte tragicómica del poeta antihéroe; es el anticlímax.

Como todo tiempo necesita de un espacio, en Luces de bohemia la acción se desarrolla por distintos escenarios y ambientes de la capital española, desde las propias calles hasta la comisaría, pasando por los cafés, las tabernas o la redacción de un periódico. El espacio sirve a Valle, en nuestra opinión, como escaparate para exponer a sus criaturas, que caminan sin dirección fija, pero, paradójicamente, determinadas por una realidad que no pueden asir, que las reifica, que las convierte en una especie de fantoches nocturnos. Estos fantoches suman en total cincuenta y cuatro personajes, un número notable en la propia obra dramática de Valle: ninguna pieza teatral suya cuenta con un elenco tan abundante.

Hay varias curiosidades que merecen ser destacadas a propósito de la realidad y la invención de los personajes. La primera de ellas: se ha discutido largo y tendido quién es realmente Max Estrella (si es que no es solo un personaje ficticio). Para unos, el pobre y ciego poeta es una representación de Alejandro Sawa, el ínclito escritor y periodista sevillano, quien murió igualmente en la miseria más atroz. Para otros, sin embargo, Max Estrella estaría inspirado en el propio Valle-Inclán. Otras analogías interesantes entre personajes que la crítica ha discutido han sido las del personaje Zaratustra y el librero y editor Gregorio Pueyo, así como Soulinake (periodista y anarquista que es descrito por Valle-Inclán en una acotación de la escena XIII del siguiente modo: “hombre alto, abotonado, escueto, grandes barbas rojas de judío anarquista y ojos envidiosos, bajo el testuz de bisonte obstinado. (…) fripón periodista alemán, fichado en los registros policiacos como anarquista ruso y conocido por el falso nombre de BASILEO SOULINAKE”) y Ernst Bark o Don Gay Peregrino y Ciro Bayo, personajes ficticios e históricos con los que el poeta, novelista y dramaturgo gallego enriquece su pieza teatral.

Acerca de cómo el autor hilvana el discurso en Luces de bohemia, cabe decir que el texto está cargado de descripciones plásticas, como prueba de que Valle concibe su obra como un gran espectáculo visual. Por eso es tan relevante cómo se describen los escenarios y ambientes, y de ahí que las acotaciones jueguen también un papel tan significativo, sobre todo cuando Valle-Inclán subraya un aspecto tan destacado como la luz, sus efectos y contrastes.

Sin duda, una de las joyas más preciadas de Luces de bohemia es el lenguaje empleado por el gallego. Si bien Valle fue en toda su obra un auténtico revolucionario del lenguaje, para nosotros Luces de bohemia es la pieza más representativa del autor en este sentido. El autor transgrede completamente en esta obra el lenguaje y el discurso. Primero, innova profundamente el lenguaje literario en lo tocante a la mezcla de registros. Es difícil encontrar otra obra de teatro en España en la que los personajes chanelen de esta forma el sermo vulgaris y, al mismo tiempo, hagan uso de selectas citas literarias extraídas de clásicos excelsos de la literatura española. Para Valle-Inclán, la lengua castellana es mucho más que esa lengua encorsetada que defienden los casticistas. Hay en el artista una clara voluntad de revolucionar el lenguaje, de ahí en parte que sea un autor tan complejo de estudiar e interpretar.

Tampoco es habitual encontrar en una obra de teatro tantos niveles de habla, registros o variantes lingüísticas diferentes, desde madrileñismos hasta galleguismos, pasando por gitanismos y voces coloquiales de la época —gachó, sus, cuála, pipi, poli, cuartos, desque, entodavía, a mí plin, un vivales, no valer un chavo, parné, cráneo previlegiado, naturaca, soleche, ¡amos!* en lugar de ¡vamos!, esperaros en vez de esperaos, roñas, guasíbilis, guindilla, zurra, señá, panoli, es menester apoquinar, so pelma/pelmazo, bocón, ¡flipa!, chalado o ir al Viaducto como sinónimo de suicidarse, etc.— o incluso cultismos muy diversos (voces griegas y latinas; múltiples referencias históricas, mitológicas, literarias y artísticas).

En las acotaciones, Valle-Inclán no escatima en todo tipo de epítetos físicos despectivos, mordaces y sin contemplaciones para describir a sus personajes, como en la primera acotación de la escena II, en que Zaratustra es dibujado como “abichado y giboso —la cara de tocino rancio y la bufanda de verde serpiente— (…) con su caracterización de fantoche”, o, en otra acotación de la misma escena, “Don Latino interviene con ese matiz del perro cobarde, que da su ladrido entre las piernas del dueño”. ¿Y qué decir de Dorio de Gadex, a quien describe como “feo, burlesco y chepudo”? Tampoco tacañea Valle apelativos ofensivos que unos personajes se dirigen a otros, tal y como sucede en la escena X, cuando Max se refiere a Don Latino como un “cerdo hispalense”.

Asimismo, abundan en Luces de bohemia los neologismos, tanto inventados por Valle-Inclán como recogidos por el autor en su peculiar compendio de voces coloquiales; ya sean basados en vocablos gallegos (como cañotas), ya descansen en palabras de origen francés (como la expresión hacer escombro). Valle no escatima con americanismos (véase briago). No olvidemos que tuvo la oportunidad de conocer bien algunos países latinoamericanos entre 1892 y 1921 (México, Argentina, Paraguay, Chile); fue, junto con Ramiro de Maeztu, el único autor de la Generación del 98 que pisó tierras americanas.

A nuestro juicio, una de las acotaciones en las que más luce Valle-Inclán su afilada y precisa pluma es en la siguiente acotación de la escena V (vale la pena prestar mucha atención al léxico empleado; claro, descriptivo e implacable):

Zaguán en el Ministerio de la Gobernación. Estantería con legajos. Bancos al filo de la pared. Mesa con carpetas de badana mugrienta. Aire de cueva y olor frío de tabaco rancio. Guardias soñolientos. Policías de la Secreta. —Hongos, garrotes, cuellos de celuloide, grandes sortijas, lunares rizosos y flamencos. —Hay un viejo chabacano —bisoñé y manguitos de percalina— que escribe y un pollo chulapón de peinado reluciente, con brisas de perfumería, que se pasea y dicta humeando un veguero…

Virtuosismo literario que también se constata en la acotación de la escena IX, en la que el dramaturgo caracteriza así al poeta nicaragüense Rubén Darío:

 Por entre sillas y mármoles llegan al rincón donde está sentado y silencioso RUBÉN DARÍO. Ante aquella aparición, el poeta siente la amargura de la vida y, con gesto egoísta de niño enfadado, cierra los ojos y bebe un sorbo de su copa de ajenjo. Finalmente, su máscara de ídolo se anima con una sonrisa cargada de humedad. El ciego se detiene ante la mesa y levanta su brazo, con magno ademán de estatua cesárea.

 

En definitiva, estamos ante un auténtico transgresor y revolucionario del lenguaje. Un literato que, por cierto, mostró hace casi 100 años más amplitud de miras en su concepción de las lenguas que muchas de las autoridades lingüísticas de nuestros días:

 Los idiomas nos hacen, y nosotros hemos de deshacerlos. Triste destino el de aquellas razas encerradas en el castillo hermético de sus viejas lenguas, como las momias de las remotas dinastías egipcias, en la hueca sonoridad de las Pirámides (Valle-Inclán, La Lámpara Maravillosa, 1995).

 

            El marco sociohistórico de Luces de bohemia

3

Comprender lo más cabalmente posible el gran esperpento de Valle-Inclán es una tarea en vano si no conocemos el marco histórico, la época en que escribió el artista gallego. Luces de bohemia —publicada primero en la revista España, en 1920, y en 1924 en la editorial Renacimiento, que agregó las escenas II, VI y XI— se enmarca en un periodo de crisis económica, política, social y cultural de la sociedad burguesa española inmediatamente anterior al periodo de la II República y la Guerra Civil. El periodo histórico en que se incardina la pieza teatral de Valle-Inclán coincide concretamente con el fin de la Restauración, época histórica que en el Estado español comienza con el pronunciamiento del general Martínez Campos, el 29 de diciembre de 1874, y termina con el golpe de Estado del general Primo de Rivera, el 13 de septiembre de 1923, y la posterior implantación de un Estado de dictadura cívico-militar.

Conocer a grandes rasgos la Restauración en España es muy importante no solo —como veremos a lo largo de esta reseña histórico-crítica— para sacarle el máximo jugo crítico a los personajes del esperpento valleinclaniano, sino también y sobre todo para poder comprender el sentido y la naturaleza de esta obra, gran punto en el que convergen diferentes rectas que conforman una totalidad estilística, literaria, social, cultural, política, ideológica, religiosa, económica, etc.

La Restauración de la dinastía borbónica encarnada en la figura de Alfonso XII, hijo de Isabel II (derrocada en “la Gloriosa”, la revolución de 1868), tiene como gran ejecutor de Estado —como hombre de Estado, que se diría hoy entre la politología y los medios hegemónicos— a Cánovas del Castillo, que preconiza que la monarquía española es consustancial a España, y la democracia (burguesa), algo abstracto. Si bien es 1874 el año que marca el inicio real del periodo de la Restauración, es 1876, en que se aprueba la Constitución fundadora del régimen político de esta época histórica, el año de arranque oficial de la Restauración.

Estamos ante un escenario histórico-social en el que, pese a la oposición al régimen por parte del republicanismo y el movimiento obrero agrupado en torno a la federación española de la I Internacional (y, en menor medida, a la oposición por parte de los carlistas), la solidez del sistema montado es incuestionable, gracias sobre todo al modelo de la alternancia entre el Partido Conservador y el Partido Liberal, que asegura una eficaz y permanente defensa de los intereses y negocios de la oligarquía española por parte de los capitostes político-parlamentarios, y a un sistema de democracia burguesa basado en el sufragio censitario, las elecciones fraudulentas y el reparto pactado de los escaños entre los dos partidos políticos principales del Estado. Toda esta red auténticamente mafiosa es posible en gran medida merced a la actuación de la figura del cacique, que opera como oligarquía local y, al mismo tiempo, como intermediario del Estado.

Las referencias a la crisis social, política, económica y cultural del régimen restaurador son numerosas en Luces de bohemia. Antonio Maura, uno de los grandes protagonistas de esta época histórica de España (cuya dimisión, que se produce el 21 de octubre de 1909, da inicio a la crisis de la Restauración y provoca una triple escisión interna en el Partido Conservador), es descrito en la pieza teatral de Valle-Inclán como el “rey del camelo” y como un “charlatán”. Recordemos que Maura es un personaje en gran medida odiado por las clases populares en España, sobre todo desde el estallido social de la Semana Trágica en Barcelona (verano de 1909), que trae como consecuencia una gran represión estatal contra el movimiento obrero anarquista y socialista y que extiende entre las masas populares el grito de guerra “¡Muera Maura!”, el cual aparece expresamente en Luces de bohemia (por ejemplo, Max grita en la escena IV: “¡Muera Maura! ¡Muera el Gran Fariseo!”, además de “Muera el judío y toda su execrable parentela”, en un claro alarde de antijudaísmo, muy típico de cierta pequeña burguesía radicalizada, auténtica base social del fascismo y de los movimientos ultrarreaccionarios en la Europa de entreguerras). Hay una mención explícita en Luces de bohemia a este episodio histórico en el célebre diálogo entre Max Estrella y el preso anarquista catalán (de nombre Mateo, pero bautizado por Max, en un alarde de mesianismo populista, como Saulo), la cual tiene lugar en la escena VI:

MAX
 ¿Quién eres, compañero?
EL PRESO
Un paria.
MAX
¿Catalán?
EL PRESO
De todas partes.
            MAX
¡Paria!… Solamente los obreros catalanes aguijan su rebeldía con ese denigrante epíteto. Paria, en bocas como la tuya, es una espuela. Pronto llegará vuestra hora.
EL PRESO
Tiene usted luces que no todos tienen. Barcelona alimenta una hoguera de odio, soy obrero barcelonés y a orgullo lo tengo.
MAX
¿Eres anarquista?
EL PRESO
Soy lo que me han hecho las Leyes.
MAX
Pertenecemos a la misma Iglesia.
(…)
            EL PRESO
Usted no es proletario.
MAX
Yo soy el dolor de un mal sueño.
EL PRESO
Parece usted hombre de luces. Su hablar es como de otros tiempos.
MAX
Yo soy un poeta ciego.
EL PRESO
¡No es pequeña desgracia…! En España el trabajo y la inteligencia siempre se han visto menospreciados. Aquí todo lo manda el dinero.
MAX
Hay que establecer la guillotina eléctrica en la Puerta del Sol.
EL PRESO
No basta. El ideal revolucionario tiene que ser la destrucción de la riqueza, como en Rusia. No es suficiente la degollación de todos los ricos: Siempre aparecerá un heredero, y aun cuando se suprima la herencia, no podrá evitarse que los despojados conspiren para recobrarla. Hay que hacer imposible el orden anterior, y eso sólo se consigue destruyendo la riqueza. Barcelona industrial tiene que hundirse para renacer de sus escombros con otro concepto de la propiedad y del trabajo. En Europa, el patrono de más negra entraña es el catalán, y no digo del mundo porque existen las Colonias Españolas de América. ¡Barcelona solamente se salva pereciendo!

 

Estamos inmersos en una Barcelona que, al decir del preso, “alimenta una hoguera de odio”; en una Cataluña en la que, tras la fortísima huelga de la Canadiense, se declara el estado de guerra en 1919 (algo muy similar sucede en el resto del Estado). Corren vientos de revolución, agitados sobre todo por la onda expansiva que provoca la Revolución de Octubre. Pero también de reacción, de contrarrevolución; de los “sindicatos libres” de la patronal, de los pistoleros del capital que siembran el terror entre los obreros organizados de la Ciudad Condal (solamente en 1920, más de una treintena de trabajadores son acribillados a balazos por los pistoleros “blancos”), de la ley de fugas de 1921, que faculta a las fuerzas represivas a abatir a los detenidos una vez puestos en libertad (una vez “fugados”).

Ahora bien, ¿sabemos realmente en qué periodo histórico se desarrolla esta obra teatral del dramaturgo, poeta y novelista gallego? No con exactitud. Lo único que tenemos son pistas, indicios. Veamos algunas de ellas.

En la escena III se menciona a Jaime de Borbón. Esto nos dice que necesariamente estamos antes de 1910. ¿No? Pues no, porque en la siguiente escena se hace referencia a la Revolución de Octubre (1917), y en la escena VI el narrador nos habla del escritor Mariano de Cavia (quien murió en 1919) y de la ley de fugas, aprobada en 1921; y en la escena ulterior regresamos a noviembre de 1917, con una mención a García Prieto, designado presidente del Consejo… Aquí emerge, como vemos, la pluma analéptica de Valle-Inclán, es decir, la ruptura de la secuencia cronológica de la obra. En todo caso, parece claro que Valle sí pretende ubicarnos en una época histórica concreta: la de la crisis orgánica de la Restauración borbónica española. En este sentido, poco importa que nos movamos por 1910, 1917, 1919 o 1921. Estéticamente, la intención de Valle-Inclán es condensar el tiempo, aunar presente y pasado. El objetivo de Valle, como él mismo recordó en La lámpara maravillosa, pasa por comprimir el tiempo de la obra en un momento en el que “(…) late el recuerdo de lo que fueron y el embrión de lo que han de ser”.

En Luces de bohemia hay espacio igualmente para una enorme variedad de hechos y personajes históricos de otras épocas, desde las guerras carlistas hasta Carlos II, pasando por la Santa Inquisición, Felipe II, el Dos de Mayo o la “leyenda negra”. En nuestra opinión, todos estos episodios y hechos que aparecen en Luces de bohemia le dan un sustento histórico a la obra, y esta base permite al autor gallego mostrar la verdadera esencia de la sociedad española del primer tercio del siglo XX.

La clave de bóveda de lo histórico en Luces de bohemia es, a nuestro entender, la denuncia de la situación social, política y económica que se vive en la extraordinariamente convulsa España (definida por Max en la escena XII como “una deformación grotesca de la civilización europea”), que se halla durante muchos años en un estado de efervescencia prerrevolucionaria permanente. Valle pinta un cuadro muy realista en este sentido, casi diríamos naturalista en un sentido estético: la politiquería burguesa más inmoral y cínica gobierna la vida política del país. La corrupción es sistemática; se utilizan fondos reservados —“fondos de reptiles”… ¿cómo no recordar aquí otros fondos de reptiles de una época como la nuestra?— para comprar a la prensa, que en general aparece como un actor muy influyente y al servicio de la oligarquía económica y política (tal como en esencia ocurre hoy). En la escena XIV, uno de los sepultureros equipara la figura del concejal al de un ladrón del Ayuntamiento, aseverando además que en España “el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza. En España se premia todo lo malo”.

A nivel social, en el cuadro histórico-literario del artista gallego las manifestaciones de masas son constantes y en ocasiones insurreccionales; se producen asaltos, saqueos de establecimientos, huelgas salvajes (celebradas por personajes pintorescos como el Rey de Portugal, quien en la escena III exclama: “¡Viva la huelga de proletarios!), etc.; el hambre, además, llama a las puertas de los sufridos desheredados que deambulan por los barrios populares de Madrid. La agitación social y política en las calles es persistente, y los enfrentamientos más o menos violentos son crecientes, como los que protagonizan las fuerzas de choque de Acción Ciudadana, que en Luces de bohemia —con absoluta fidelidad histórica— operan como cuerpos parapoliciales al servicio de los patronos y contra los manifestantes.

Ni siquiera al hablar de Acción Ciudadana pierde el autor la oportunidad para explayarse con vocablos vulgares despectivos en boca de ciertos personajes (en este caso, de naturaleza claramente homófoba), tal como ocurre con el Chico de la Taberna, quien exclama en la escena III: “¡Un marica de la Acción Ciudadana!”. Idéntico uso se da en la misma escena, cuando un personaje anónimo grita: “¡Mueran los maricas de la Acción Ciudadana! ¡Abajo los ladrones!”. Podemos comprobar cómo en la semántica popular de la época el “maricón” es, además del hombre gay, todo aquel que es deshonesto, tramposo o que directamente forma parte de las clases dominantes que dominan a las clases populares. Más elaborado y interesante es el análisis de otro personaje sobre Acción Ciudadana: el de Pica Lagartos, quien asocia el republicanismo (burgués) a la defensa del régimen de la propiedad privada: “El propio republicanismo reconoce que la propiedad es sagrada”, afirma taxativamente este personaje, para acto seguido aseverar que la organización Acción Ciudadana está constituida por patrones (y en particular por hombres).

Pero Ramón María del Valle-Inclán no se limita a reflejar en su obra las conmociones sociopolíticas que vislumbra en la realidad madrileña y española de ese periodo histórico, sino que de alguna forma rompe la típica dualización positivista entre sujeto y objeto, mostrando una sensibilidad humana muy notable, un tomar partido desde el sujeto, pero sin falsear la realidad material objetiva. Esto es particularmente visible en la escena en que el vilanovense recrea la dramática escena del dolor lacerante de una madre que llora desconsolada por la muerte de su hijo. Y decimos recrea porque así lo contó el propio artista:

Recuerdo que una de las cosas que más impresión me ha producido en mi vida es una escena que presencié una tarde yendo a casa del librero Pueyo: Bajaba por la calle una mujer seguida de unas vecinas. Esa mujer era una portera a la que le acababan de decir que a su hijo, jugando con unos muchachos del barrio, le habían matado. Aquella mujer no decía una palabra. Sólo gritaba. Sus gritos eran la única expresión de sus sentimientos.

 

De un dramatismo brutal se puede caracterizar la primera acotación de la escena XI:

 Una calle del Madrid austriaco. Las tapias de un convento. Un casón de nobles. Las luces de una taberna. Un grupo consternado de vecinas, en la acera. Una mujer, despechugada y ronca, tiene en los brazos a su niño muerto, la sien traspasada por el agujero de una bala…

 

Siguiendo con la intertextualidad entre distintas expresiones artísticas, es difícil no recordar, al leer estas palabras, la siguiente escena de la gran serie de televisión The Wire (¡espóiler!), en la que una madre llora, con el alma rota, al ver que uno de sus hijos ha sido víctima del enfrentamiento armado entre bandas de narcotraficantes:

La escena de la muerte del niño en Luces de bohemia genera una discusión entre personajes que es muy rica en matices ideológicos y personales. Tenemos, por un lado, a un tabernero que justifica la muerte del niño, refiriéndose a ella como parte de las “desgracias inevitables para el restablecimiento del orden” y agregando que el “pueblo que roba en los establecimientos públicos, donde se le abastece, es un pueblo sin ideales patrios”. El tabernero retratado por Valle-Inclán personifica a la perfección la ideología del populismo punitivo, característica de ciertos estratos intermedios temerosos del desorden, de la revolución. Ideología que es completada por el personaje del retirado, quien asevera que el “Principio de Autoridad es inexorable”. Por el contrario, el personaje del albañil denuncia que ese “Principio de Autoridad” (ley del embudo) solo es inexorable con “los pobres”, e inmediatamente manifiesta que se ha matado “por defender al comercio, que nos chupa la sangre” (aquí, el obrero muestra un claro rechazo instintivo a los que concibe como especuladores, como chupasangres), tras lo cual responden el tabernero y el empeñista: el primero, para declarar que el comerciante “paga sus contribuciones”, y el segundo para sentenciar que el “comercio honrado no chupa la sangre de nadie”. Sin responder directamente al tabernero ni al empeñista, el albañil termina afirmando que la “vida del proletario no representa nada para el Gobierno”. La discusión se cierra con un Max entre agobiado y desbordado por la discusión y los acontecimientos, quien le pide a Latino que le saque de ese “círculo infernal”.

No obstante lo dicho, Valle-Inclán es la viva personificación de la contradicción, la constatación de que nada en este mundo es lineal o plano. Decimos esto porque, si bien es verdad que en Luces de bohemia el autor muestra una honda sensibilidad por los desheredados y oprimidos, también reserva algo de tinta de su pluma para cargar contra estos mismos parias. Un ejemplo lo tenemos en las acotaciones de la escena III, en las que describe a los “tropeles de obreros” como “golfantes” y a las mujeres como “mujeronas encendidas, de arañada greña”.

Lo ideológico-político irrumpe con fuerza en esta obra maestra de Valle-Inclán. Es el anarquismo, encarnado en la célebre figura del preso (que es, junto con la madre del niño muerto y la prostituta Lunares, a quien Valle valora y respeta más que a los cínicos señores que defienden un mundo basado en la mentira, el personaje mejor tratado por el autor), la corriente que más preponderancia tiene en la pieza. Valle-Inclán conocía muy bien el ambiente ideológico y político de su tiempo, y en especial el movimiento anarquista y anarcosindicalista, muy poderoso a la sazón. Como dato que puede parecer anecdótico a simple vista, pero que en realidad tiene mucha enjundia, recordemos que el artista español compartió tertulia con Mateo Morral una noche antes de que este militante anarquista catalán atentara contra Alfonso XIII y Victoria Eugenia, el 31 de mayo de 1906.

Por otra parte, habida cuenta de que la religiosidad era una de las notas características nucleares de la sociedad española a principios del siglo XX, en Luces de bohemia no podía faltar lo religioso, máxime si recordamos que el gallego era una persona que profesaba una religiosidad muy particular. De ahí que la muerte tenga ese barniz trágico y trascendental en toda la obra, aunque siempre con ese toque de humor negro tan característico de Valle-Inclán. En Luces de bohemia, lo trágico, lo religioso, la denuncia y el humor se entremezclan de una forma poco vista en nuestra opinión en otras obras de teatro. Esta es una de las razones de peso por la cual muchos críticos literarios consideran el teatro de Valle-Inclán como el más importante de su época, seguramente junto con el del granadino García Lorca.

Pero veamos exactamente cómo late lo religioso en Luces de bohemia. En un diálogo de la escena II entre Max y Don Gay Peregrino, el primero caracteriza a España, en lo religioso, como “una tribu del Centro de África”, al propio tiempo que emparenta a “los demagogos de la extrema izquierda” con los “nuevos cristianos”. Es decir, el poeta fracasado entiende que lo religioso, lo dogmático, lo atrasado no son patrimonio exclusivo de las religiones, sino que pueden estar muy presentes en lo ideológico-político. Ante la idea de Don Gay según la cual se debe organizar una “Revolución Cristiana” y, a la par, hay que fundar una “Iglesia Española Independiente” (pues “los pueblos más grandes no se constituyeron sin una Iglesia Nacional”), Max opone una especie de cristianismo popular encarnado en la figura de Cristo (“Hay que resucitar a Cristo”, dirá en este diálogo) y vincula la miseria moral del pueblo español con la “chabacana sensibilidad ante los enigmas de la vida y de la muerte”; un “pueblo miserable” que “transforma todos los grandes conceptos en un cuento de beatas costureras. Su religión es una chochez de viejas que disecan al gato cuando se les muere”. Como contraposición a las posturas idealistas de Max y Don Gay, aparece Zaratustra, quien encarna el espíritu mercantilista o capitalista clásico, supeditando lo religioso a lo mercantil y aprovechando para soltar un Spain is different! (premonitorio, anterior a la implantación del turismo de masas en España): “Nuestro sol es la envidia de los extranjeros”.

Vale la pena hacer aquí una breve acotación sobre el perfil ideológico del protagonista de este esperpento: Max Estrella, ya que es un referente paradigmático de la complejidad con que Valle-Inclán mira el mundo. De la misma forma, parece claro que en este aspecto también hay una cierta proyección por parte del autor. Por ejemplo, en la escena IV Max declara que la “Revolución es aquí tan fatal como en Rusia” y, unos segundos más tarde, exclama con solemnidad: “¡Yo me siento pueblo! Yo había nacido para ser tribuno de la plebe y me acanallé perpetrando traducciones y haciendo versos”. Toda una declaración de intenciones… Como vemos, aunque sea de forma histriónica y patética, Max abjura sobre todo de su propio gremio, y reconoce con orgullo que tiene el honor de “no ser Académico”. Pese a ello, el pobre ciego no reniega de su condición ideal de poeta: él no solo es un verdadero poeta, sino que además ¡es el “primer poeta de España”, tiene influencia “en todos los periódicos” y conoce “al Ministro”! En este delirio de grandeza le acompaña su amigo Don Latino, quien pide al inspector que se apiade de tamaña “gloria nacional”, del “Víctor Hugo de España” (en la escena XII, el pobre diablo de Max delirará pensando que está en el entierro del ínclito poeta, novelista y dramaturgo francés). La habilidad de Valle-Inclán lleva a incrementar en esta escena el desatino y el patetismo de Max Estrella, cuando este, al ser detenido por los funcionarios de prisiones (a los que tilda de canallas, asalariados, cobardes y esbirros; más adelante, en la escena VIII, declarará: “¡Tienen ustedes una policía reclutada entre la canalla más canalla!”), exclama: “¡Que me asesinan! ¡Que me asesinan!”. ¿Cómo no recordar aquí a algunos de los personajes que aparecen en las películas de los Monty Python, como por ejemplo los satirizados personajes de la “colectividad autónoma campesina”, de Los caballeros de la mesa cuadrada?

Palabras finales sobre el perfil estético e ideológico de Valle-Inclán

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Seguramente no es fácil hablar del perfil estético e ideológico de ningún autor, pues los artistas, salvo en casos muy concretos, suelen reflejar sistemas de valores e ideas entremezclados, en ocasiones contradictorios, ambiguos, etc. El caso de Valle-Inclán encaja perfectamente, en nuestra opinión, en este perfil poliédrico, como Baroja, Azorín o Unamuno. Estos autores expresan en algún momento de sus vidas un subjetivismo liberal y un escepticismo típico de las clases medias ilustradas.

No obstante, somos también partidarios de la tesis de que Valle-Inclán es uno de los autores más difícilmente definibles o perfilables de la Generación del 98. Desde el punto de vista estético, el Valle joven es el único autor verdaderamente modernista de los noventayochistas. Como noventayochista singular, el artista gallego emplea profusamente la novela popular, herencia directa de la novela folletinesca del siglo XIX, que de alguna forma estará también presente en Luces de bohemia.

Uno de los rasgos más característicos de la línea estético-ideológica de Valle-Inclán es la síntesis que lleva a cabo entre lo individual y lo social. Por una parte, en el artista encontramos un muy marcado personalismo o individualismo; por otra, la técnica de composición de Valle es impecablemente objetiva en su dramatismo, en su pintura naturalista de la realidad social que le tocó vivir. Estamos ante una síntesis radical, revolucionaria, que se manifiesta en una doble dimensión: ideológica y estética.

Podemos decir que Ramón María del Valle-Inclán profesa una estética y una ideología propias de la pequeña burguesía radical de la España de principios del siglo XX. El autor gallego, como el alemán Bertolt Brecht, el vasco Gabriel Celaya o el estadounidense John Steinbeck, puede ser englobado dentro de la categoría de los escritores radicales o revolucionarios contemporáneos. Sin embargo, como decíamos, lo peculiar de Valle es que aúna su visión crítico-revolucionaria —pero con un cierto regusto pesimista o derrotista— del mundo y de España con una voluntad estética clara y determinante también con respecto a los principios que guían y rigen su cosmovisión. Este resabio derrotista o trágico de la existencia humana tiene un ejemplo luminoso en el diálogo entre Max y Madame Collet, que tiene lugar en la escena I:

MAX
 (…) Podemos suicidarnos colectivamente. ¿Y si Claudinita [su hija] estuviese conforme con mi proyecto de suicidio colectivo?
(…)
MADAMA COLLET
 No por cansancio de la vida. Los jóvenes se matan por romanticismo.
MAX
 (…) se matan por amar demasiado la vida.

 

Por último, nos parece pertinente reseñar que el latido internacionalista, anticolonialista y antiimperialista es en Valle-Inclán seguramente tan fuerte como en la literatura de Mark Twain. El poeta, dramaturgo y novelista gallego es un inquebrantable defensor de la igualdad entre todos los pueblos y lenguas del mundo. No preconiza ninguna gloria imperial, ni pasada ni presente; de hecho, ridiculiza al chovinismo español (véase la escena II y la exclamación del loro: “¡Viva España!”). Tampoco sigue la corriente del racismo y el etnocentrismo propios de ese periodo histórico. Y esa postura, esa cosmovisión le llevan a adoptar en lo estético y lo intelectual una actitud de tremendo respeto y curiosidad por las formas nacionales, culturales y lingüísticas de otros pueblos, especialmente de aquellos sojuzgados por las potencias europeas u occidentales.

Bibliografía utilizada

Idelfonso Manuel Gil. Valle-Inclán, Azorín y Baroja. Madrid: Seminarios y Ediciones, 1975.

Carlos Blanco Aguinaga, Julio Rodríguez Puértolas e Iris M. Zavala. Historia social de la literatura española (en lengua castellana). Madrid: Akal, 2000.

Manuel Tuñón de Lara.

El movimiento obrero en la historia de España. Barcelona: Laia, 1977.

La España del siglo XIX. Barcelona: Laia, 1974.

La España del siglo XX. La quiebra de una forma de Estado (1898/1931). Barcelona: Laia, 1974.

Ramón del Valle-Inclán.

La lámpara maravillosa. Madrid: Espasa Calpe, 1974.

Luces de bohemia. Madrid: Espasa Calpe, 2000.

 

Galicia y el gallegoportugués frente al mundo

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Hace meses escribí a vuela pluma un hilo tuitero sobre el libro de José Ramom Pichel Campos y Valentim Fagim (O galego é uma oportunidade), que trata básicamente acerca de la problemática del gallego como parte del diasistema lingüístico portugués.

Aprovechando este hilo, he decidido concentrar en esta entrada los tuits dispersos más importantes alrededor de la discusión en torno al gallego como parte integrante de la lengua portuguesa internacional.

Premisas generales sobre las lenguas desde el punto de vista diacrónico y sincrónico

Una de las tesis centrales de Pichel y Fagim es que la utilidad de las lenguas es algo que está en permanente transformación, como la propia sociedad humana, como el conjunto de la naturaleza que nos rodea. Que una lengua sea o no útil depende de múltiples factores que por definición están sujetos a cambios de índole social, política, económica o cultural. Esto es un corolario tan evidente que, solo con mencionar que una lengua que antaño fue considerada muy útil hoy no lo es tanto, ya cae por su propio peso que la utilidad es algo por definición cambiante.

Pero, además, la utilidad de una lengua es algo relativo, pues depende de quién, para qué, cómo, cuándo, dónde y por qué es hablada y escrita tal o cual lengua. Por ejemplo, el francés era la lengua técnico-científica internacional hasta los albores del siglo XX, pero fue desplazada por el inglés tras la Primera Guerra Mundial. La hegemonía política, militar y por supuesto económica del bloque imperialista anglosajón (con Reino Unido y Estados Unidos a la cabeza) terminó traduciéndose en hegemonía cultural y lingüística. Así que el inglés pasó a ser más útil que el francés en el ámbito científico y técnico. Hasta el día de hoy. Un botón de muestra: en la Wikipedia hay más entradas publicadas en inglés que en alemán, francés y neerlandés juntos.

Si nos remontamos unos siglos más en el tiempo, Pichel y Fagim nos recuerdan cómo durante la ocupación normanda de Inglaterra la situación del inglés era muy distinta: más bien estaba apartado. De hecho, incluso miembros de la aristocracia sajona dan cuenta en esa época de la exclusión que sufría el inglés con respecto al francés de ese periodo histórico. Sin duda, este es un ejemplo precioso de cómo pueden cambiar las tornas. Hoy, muchos siglos después de aquella época de sajones y normandos, el inglés es la lengua hegemónica a nivel mundial.

A primera vista, para que un idioma sea útil tiene que servir a la comunidad de hablantes, tiene que ser práctica desde el punto de vista empírico. Sin embargo, Fagim y Pichel van más allá: la utilidad no siempre va unida a la experiencia. De hecho, en la mayor parte de los casos la noción de utilidad en las lenguas se explica más por las ideas dominantes que sobre ellas transmiten los grandes dispositivos creadores de ideas, valores, opiniones y creencias: el Estado, la institución familiar, el sistema de enseñanza, los grandes medios de comunicación y la publicidad. Por otra parte, son el Estado, los grandes medios de comunicación y las empresas las instituciones que utilizan un determinado modelo de lengua, el modelo estándar o «culto», colaborando para que los hablantes dejen de usar formas locales y utilicen formas más generales.

En las lenguas se habla de fuerzas centrífugas para referirse a aquellas formas que provocan la variabilidad y la transformación en los idiomas, y de fuerzas centrípetas para aludir a los mecanismos, tanto lingüísticos como extralingüísticos, que unifican los sistemas lingüísticos de modo tal que sea posible la inteligibilidad entre hablantes de distintas variantes de una misma lengua. La interacción y tensión entre ambas fuerzas conforma las hablas de una determinada lengua.

Hubo que esperar hasta la Revolución francesa para llegar a la conclusión de que una lengua que no tiene una forma estándar aceptada por toda la comunidad de hablantes de tal o cual lengua es una señal de que dicha lengua no funciona como tal. Con el padrão (‘estándar’, ‘modelo’) lingüístico sucedió lo mismo que con la cultura nacional: así como en el plano nacional la identidad que se hegemonizó fue fundamentalmente el conjunto de valores funcionales a las clases dirigentes, en el plano lingüístico, el modelo que se impuso como general fue el modelo de las hablas de las clases dominantes, de las clases «cultas». (No olvidemos que la lengua es una de las manifestaciones fundamentales de todo hecho nacional, uno de los elementos nucleares, junto con la vida económica, la historia, el territorio y la psicología nacional, de toda nación.)

Sea como fuere, es un error grave no entender que las lenguas son al fin y al cabo una suma de variedades. Los idiomas no son propiedad de nadie en concreto.De hecho, la mayor parte de las lenguas más habladas del mundo no son patrimonio de ningún Estado o nación en concreto, sino que se hablan real y oficialmente en una gran variedad de países. Un ejemplo que quizá sorprenda a algunos: el ruso. Además de en la Federación de Rusia, la lengua rusa es oficial o cooficial en Bielorrusia, Osetia del Sur, Kazajistán, Kirguistán, Abjasia, República Moldava Transnistria, Gagauzia (territorio autónomo de Moldavia), algunas zonas de Ucrania, Rumanía o Tayikistán. Es decir, que afirmar que el ruso es el idioma de los rusos es inexacto, por no decir que es mentira. El ruso es el idioma de todos estos pueblos y de todos los hablantes de ruso, al margen de su condición nacional. Lo mismo se puede decir con respecto al francés o al árabe.

El inglés, por ejemplo, no es solo de Inglaterra, ni siquiera de la comunidad angloparlante internacional (parafraseando a Bernard Shaw, Estados Unidos y Reino Unido están separados por una historia diferente, por una estructura económica distinta, etc., pero están unidos por la lengua inglesa); el inglés es de todos aquellos que lo aprenden y utilizan, aunque no sea su lengua materna, porque todos los hablantes de esta lengua son responsables de que sus formas léxicas, gramaticales o incluso fonéticas vayan transformándose permanentemente.

Tenemos entonces una idea esencial que Pichel y Fagim sintetizan de manera muy didáctica: la utilidad de las lenguas depende sobre todo del poder político, económico, militar o cultural de los países o grupos de países en que se hablan tales lenguas.

No obstante, desde el punto de vista digamos pragmático-absoluto, todas las lenguas son útiles para los hablantes directa o indirectamente relacionados con sus correspondientes lenguas. Otra cosa es el grado de utilidad, que eso sí varía; sí es relativo. Pero nadie puede decir que el español sea útil y que el moldavo no lo sea. Podrá decir, a lo sumo, que el español es más útil para más cantidad de personas que el moldavo, pero nada más.

Las fronteras de las lenguas… ¿son naturales?

Si las fronteras erigidas por los Estados históricos y actuales son de todo menos naturales, las fronteras de las lenguas, al menos en la mayor parte de los casos, tampoco son naturales, ni son lingüísticas en sentido estricto, sino que su delimitación y separación se debe más bien a razones de índole histórica, política, cultural o económica.

Un problema importante, que se da sobre todo en sociedades monolingües y uninacionales, es el prejuicio según el cual Estado equivale a lengua. Esta ecuación es hegemónica hoy, por ejemplo, en Portugal, donde se estudia el gallegoportugués como una etapa medieval de la lengua portuguesa y donde se considera en general que el Estado español es el Estado de la lengua… española. Grave error, puesto que sabemos perfectamente que la frontera política no coincide necesariamente con la frontera lingüística.

Hay casos en que se da un conflicto terminológico importante, debido al hecho de que las fronteras de las lenguas no son ni naturales ni fijas. Si nada es simple en este mundo, con las lenguas no podía suceder otra cosa diferente.

Así ocurre por ejemplo con el gallegoportugués, el catalán-valenciano-balear o el serbocroata. ¿Cómo llamamos a todas estas lenguas? ¿Gallegoportugués, gallego, portugués de Galicia…?, ¿catalán, valenciano, valenciano-catalán, balear, balear-catalán…?, ¿serbio, croata, serbocroata…? Discutir este tema extensamente nos llevaría mucho tiempo, lo que podría ser pertinente para otra entrada. Pero, además, es que lo más importante no es esto, sino tener claro, se le llame como se le llame a cada lengua o variante, si se trata efectivamente de una variante concreta de una lengua común o de una lengua distinta. Si el croata y el serbio son lenguas distintas, evidentemente no hablamos de un par de variedades diferentes dentro de una misma lengua, sino de dos sistemas lingüísticos distintos.

Para el caso más próximo que nos compete, la lengua gallega no es sino una variante más de la lengua común portuguesa. Lo mismo sucede con las variantes de catalán habladas en Cataluña, País Valenciano e Islas Baleares. Evidentemente, no seré yo quien niegue a un valenciano, por ejemplo, su derecho a manifestar que la lengua que habla es el valencià, siempre que no se oculte que ese valencià es una variante más del diasistema lingüístico del català (como lo es también, en pie de absoluta igualdad, el catalán que se habla en Cataluña).

Galicia como puente que une los mundos hispanohablante y lusoparlante

Entre la inmensa mayoría de ciudadanos del Estado español (también incluyendo a no pocos ciudadanos de Galicia), se sigue creyendo a pies juntillas lo que tradicionalmente han difundido las instituciones hegemónicas gallegas y españolas a nivel cultural y lingüístico: que el gallego es una lengua independiente del portugués. Con esta idea falaz, transmitida a bombo y platillo por el gran poder político y económico en Galicia y España, no es de extrañar que en esta pequeña nación del Estado español sea vox populi que los gallegos no se interesan por saber portugués.

En Galicia, una de las ideas centrales del reintegracionismo, el movimiento que reivindica la evidencia científica de que el gallego y el portugués constituyen el mismo diasistema lingüístico, es que este territorio representa el puente donde los mundos hispanoparlante y lusoparlante se unen, donde nace la lengua que se conoce mundialmente como portugués.

Para saber quiénes somos es fundamental conocer de dónde venimos. Esto es así en todos los ámbitos de la vida social, y en la dimensión de las lenguas no podía ser menos. Desde el punto de vista diacrónico, un primer hecho histórico que conviene tener en cuenta es que durante 1580-1640 los reinos de Portugal y Castilla estuvieron unidos (en esta época, muchos lingüistas describieron a la lengua portuguesa como un dialecto del castellano). Cuando en 1640 se volvieron a separar, las clases dominantes de Portugal construyeron la lengua estándar tomando el castellano como modelo. Antes de esto, en 1536, Fernão de Oliveira publicó la primera gramática de la lengua portuguesa.

Mientras tanto, en Galicia, que dio origen a muchas figuras importantes —como el escritor y poeta Luís de Comões (1524-1580)— en el Reino de Portugal, la percepción de compartir lengua con los portugueses fue diluyéndose progresivamente. Se produjo entonces un doble fenómeno sociolingüístico: por una parte, se perdieron formas genuinas portuguesas, fonéticas y léxicas, que fueron suplantadas por formas castellanas; por otra parte, la práctica totalidad del léxico moderno que entraba en las lenguas europeas lo hizo a través de la correspondiente forma castellana. Como explican Pichel y Fagim, ambas dinámicas indujeron un distanciamiento histórico de la variante gallega respecto de la variante portuguesa-brasileña.

Fagim y Pichel explican también el proceso de construcción del estándar gallego, determinante para entender por qué el gallego es hoy lo que es. A diferencia de lo que sucedió en Castilla y Portugal, en Galicia, al no existir un Estado nacional o unas clases dominantes que hablasen la lengua de Galicia, el diseño de un estándar lingüístico se retrasó muchísimo más. No en vano, hasta la segunda mitad del siglo XIX no se dieron las primeras tentativas de crear un gallego estandarizado. No obstante, este asunto en concreto no es solo un problema del gallegoportugués, sino del propio portugués de Portugal o Brasil. De hecho, hasta 1911 no se oficializó completamente la ortografía de la variedad portuguesa de Portugal, que se acercó mucho a la actual. Sin embargo, esta reforma ortográfica no fue aceptada en Brasil al principio. Hubo que esperar hasta 1990 para que Portugal y Brasil llegaran definitivamente a un acuerdo ortográfico; acuerdo que fue ratificado oficialmente por la Comunidad de Países de Lengua Portuguesa (CPLP) en… 2010.

En Galicia, las primeras personalidades comprometidas con la promoción social del gallego a principios del siglo XX fueron Johán Vicente Viqueira, Ernesto Guerra da Cal o Ricardo Carvalho (este último fue el primer catedrático de Lengua y Literatura Gallegas de la Universidad de Santiago de Compostela).

La generación gallega menor de 40 años fue la que accedió en primer lugar a la enseñanza en la escuela de las primeras versiones estándares del gallego. Con la enseñanza del gallego estándar actual, creado en los años 80 y conocido como gallego normativo, se enseñó a esta generación que esta lengua se hablaba solamente en Galicia, la zona occidental de Asturias, el Bierzo, Sanabria y algunas zonas de Extremadura. A esta generación se le transmitió también la idea de que el gallego y el portugués son lenguas diferentes, y se adujeron tres razones para ello: a) porque se separaron en la Edad Media con la independencia de Portugal Restauração da Independênciael 1 de diciembre de 1640; b) porque se escriben de forma distinta; c) porque existen diferencias de acento, de léxico o de expresividad.

En los años 80 del pasado siglo, el profesor de gallego explicaba en las aulas que esta lengua no era una lengua internacional, a la par que el profesor de castellano explicaba que el español sí era es una lengua internacional. Así, el alumnado gallego abandonaba la escuela sin saber que la lengua de Portugal, de Brasil, de Angola, de Mozambique… estaba a su alcance.

Por lo tanto, el pueblo gallego ha sido tradicionalmente educado en la falsa y funesta idea de que la lengua gallega, aparte de ser menos útil que por ejemplo el castellano (por cuestiones de «prestigio», es decir, de elitismo socioeconómico y cultural), es una lengua distinta de la portuguesa. Llamativo cuando menos si tenemos en cuenta que el portugués nació en… ¡Galicia!

Por todo ello, salvo las reintegracionistas, pocas personas en Galicia son conscientes realmente del beneficio que supone hablar una lengua como el gallegoportugués, la quinta lengua más hablada del mundo (240 millones de hablantes), oficial en un espacio geográfico inmenso que se extiende por América, África, Europa y Asia: Brasil, Angola, Cabo Verde, Guinea-Bisáu, Guinea Ecuatorial, Mozambique, Santó Tomé y Príncipe, Galicia (Estado español), Portugal, Timor Oriental y la región administrativa especial de Macao, en el sur de China (todos ellos conforman la CPLP). Asimismo, la lengua portuguesa es oficial en la Unión Europea (UE), el Mercado Común del Sur (MERCOSUR), la Unión Africana (UA), la Organización de Estados Americanos (OEA) o la Unión Latina (UL), organización disuelta en 2012. Además, existe el estatuto de observador del que disfrutan países con importantes minorías lusófonas: desde Andorra hasta Venezuela, pasando por Ucrania, Marruecos o Filipinas.

Es común escuchar que la ortografía es uno de los aspectos más importantes que diferencia al gallego y al portugués como lengua. Es cierto que uno y otro usan ortografías diferentes. Pero esto tiene que ver más bien con cuestiones de política lingüística. Como demuestran Fagim y Pichel, pasar un texto gallego con una ortografía de proyección local a una ortografía de proyección local e internacional es relativamente fácil desde el punto de vista ortográfico.

Algunos espetarán a esto: «¡Pero eso es imposible! ¡Las ortografías no se pueden cambiar así como así!». Incorrecto: ninguna lengua o variedad lingüística está atada irremediablemente a una determinada ortografía; es más, ni siquiera lo está a un alfabeto. ¿Resulta increíble? Pues solo hay que observar el ejemplo del azerí: desde el siglo XVI hasta 1929 utilizó el alfabeto árabe; de 1929 a 1939 usó la ortografía latina; de 1939 a 1991, la cirílica; desde 1991, vuelta a la ortografía latina… Evidentemente, nadie propone cambiar cada década el sistema ortográfico o el alfabeto. Lo que se constata con el azerí es que los cambios ortográficos o alfabéticos son realizables.

Si la ortografía del gallego se parece mucho más a la del castellano que a la del portugués, ello se debe en el fondo a que en el Estado español viene produciéndose desde hace tiempo un proceso de sustitución, mediante el cual una lengua X —el gallego— ha sido sustituida por una lengua Y —el castellano—; proceso que incide de forma más veloz, primero, en el plano léxico, del vocabulario, pero también en el ortográfico, en el sistema de escritura; y por supuesto en la gramática y en el acento (plano fonético), tal y como explican Pichel y Fagim que ha sucedido y sucede con aquellas personas que se hicieron castellanoparlantes o gallegoparlantes pero que conservaron la musicalidad de su primera lengua.

Una de las tesis nucleares de los dos autores en este sentido es que la potencia del gallego depende de su estándar y de su ortografía. No hace falta ser gallegohablante para darse cuenta de esta evidencia. El uso de una ortografía igual o al menos muy parecida a la portuguesa convertiría al ciudadano gallego en un habitante del mundo lusófono. De ahí que Pichel y Fagim recomienden usar palabras comunes al mundo lusoparlante (computador en vez de ordenadororçamento y no presupostojuro en lugar de interesse, etc.), sin renunciar por ello a los vocablos propios del portugués hablado en Galicia, naturalmente. De esta forma el gallegoparlante se conectaría con más personas. Dicho sea de paso, este es un ejemplo paradigmático de que en las lenguas minorizadas acercarse a lo estándar, a lo general, no es para nada empobrecer dichas lenguas, sino de hecho garantizar su supervivencia en muchos casos.

Desde el punto de vista del vocabulario, en contextos de sustitución lingüística como el que se da en Galicia existe un determinado campo léxico que está especialmente expuesto a caer en desuso y a ser sustituido por empréstitos de lujo provenientes del castellano. En concreto, Fagim y Pichel apuntan a que aquellos vocablos que no son deducibles a partir del castellano, la lengua central en términos socioeconómicos, están más expuestos a ser sustituidos y a dejar de ser definitivamente utilizados. Es decir, el castellano opera en Galicia como filtro, mientras que eso no sucede en Portugal y en Brasil (este país es, como bien señala el gaitero Carlos Núñez, clave para la conexión del gallego al portugués internacional). Todavía hoy se sigue identificando en gran medida al gallegoportugués con sectores sociales rurales (con el evidente desprestigio que eso supone para un mundo cada vez más urbanita). El castellano, por el contrario, es el idioma de «la cultura», de las clases instruidas, de las ciudades, del progreso, del futuro.

La correlación de fuerzas desigual entre el castellano y el gallego en Galicia conlleva un problema de comunicación entre los hablantes de ambas lenguas. Lo que habitualmente sucede, recuerdan Pichel y Fagim, es que por regla general es el hablante de la lengua más débil en términos socioeconómicos y políticos, el gallegoportugués, el que termina cediendo. Por eso apenas hay false friends en uso. El gallegohablante tiende a facilitar la comunicación en beneficio del castellanohablante, a costa de empobrecer el registro lingüístico del gallego (nunca sucede al contrario). Por eso, los dos autores definen a Galicia como a república do decalque (‘la república del calco’). Un fenómeno que se da mucho más entre las generaciones más jóvenes y que se explica fundamentalmente por el entrelazamiento de dos factores: un conocimiento incompleto del gallego como variante lingüística del portugués internacional y una situación de desigualdad manifiesta entre el castellano y el portugués.

Una de las cosas que más llaman la atención de todo esto es que no es Galicia el territorio del Estado español donde más se aprovecha la ventaja lingüística de pertenecer a la comunidad lusófona internacional, sino Extremadura, Andalucía, Madrid o Cataluña. ¡Qué pena que en Galicia no hablen la misma lengua que en Portugal, Brasil o Angola…! ¿No?

Si bien es innegable que en el caso extremeño sí es totalmente lógica la gran cercanía a la lusofonía debido a su vecindad histórica con Portugal (Badajoz, por ejemplo, es en gran parte lo que es gracias al comercio transfronterizo con Portugal, que es vital para su economía), es de todo punto incomprensible que Galicia, compartiendo lengua con el mundo lusohablante, no sea hoy el puente que une a las comunidades hispanófona y lusófona. En definitiva, todo muy ilustrativo de la situación que vive el gallego: es Extremadura prácticamente en solitario (Galicia pinta más bien poco) el puente lusófono en el Estado español.

Lo que se acepta para el castellano, ¿por qué no se acepta para el gallegoportugués?

Tal y como nos recuerdan muy elocuentemente Fagim y Pichel, todo hablante de castellano acepta que su lengua tiene diferentes formas o variantes, y que estas no perjudican en absoluto su unidad. Es más, desde los prebostes de la quintaesencia del español se nos machaca diariamente con la idea de que todas las variedades del castellano actual no son sino la expresión más prístina de la enorme riqueza de esta lengua.

La arbitrariedad de los argumentos en contra de considerar el gallego como parte del diasistema lingüístico portugués queda patente cuando uno cae en la cuenta de que las mismas razones que sirven para explicar que existe un diasistema lingüístico español con una gran cantidad de variantes… ¡de repente no sirven para explicar por qué el gallego sí forma parte del portugués como lengua internacional!

De ahí que Pichel y Fagim afirmen que lo que en el caso del gallegoportugués es fuente de división, en el caso del castellano es una riqueza. Es como decir que un coche solo es un coche en función de su marca. Es un absurdo que nada tiene que ver con la ciencia lingüística. Si en el caso del español nadie piensa que el voseo, el seseo o el ceceo pongan en tela de juicio la unidad dentro de la variedad del sistema lingüístico español, en el caso del gallegoportugués, por un salto lógico muy singular (que nadie nos explica nunca cómo se da realmente), tenemos que las vocales nasales y su ausencia… —¡tachán!— sí son variaciones lo suficientemente importantes como para hablar de lenguas distintas. La arbitrariedad por bandera.

Algo muy similar pasa entre ciertos sectores académicos, políticos, sociales y culturales a la hora de hablar de otro de los tres grandes sistemas lingüísticos de la Península Ibérica (junto con el gallegoportugués y el castellano): el catalán. De nuevo, si en Santander y en Sevilla se hablan la misma lengua (cosa innegable), pese a que hay enormes diferencias fonéticas, léxicas e incluso gramaticales, ¿por qué en Cataluña, Islas Baleares y País Valenciano las diferencias son tales que hacen que, según algunos, no se pueda hablar de una misma lengua? Esto tiene mucho de caprichoso y de interesado desde el punto de vista político, pero no tiene nada de justificable ni de cierto desde el plano lingüístico.

Es decir, si seguimos los planteamientos hegemónicos todavía sobre la diversidad interna de lenguas como el castellano, el gallegoportugués o el catalán, en Zamora y en San Pedro Sula (Honduras) se hablan la misma lengua, el español, mientras que en Oporto o Santiago de Compostela se hablan dos lenguas distintas.

En muchas ocasiones se argumenta que el gallego y el portugués son lenguas distintas porque es altamente probable que un gallegoparlante no entienda a un lusoparlante de Portugal. De nuevo, un argumento arbitrario, que vale para unos pero no para otros.

Aun aceptando este grado de ininteligibilidad mutua (que tampoco es cierta), ¿algún castellanoparlante de una ciudad como Madrid ha probado a adentrarse en un barrio popular de Santiago de Chile, Valparaíso o Concepción? Bueno, como estamos en época de crisis económica y la cosa está muy mala, no hace falta viajar tan lejos para entender a qué me refiero, basta con ver estos dos vídeos…

O, por quedarnos más cerca, ¿algún castellanohablante de la forma estándar ha viajado alguna vez a algún pueblo de la campiña sevillana? ¿De verdad, escuchando la variante real de español que se habla en todos estos lugares, esta persona lo ha entendido todo o casi todo?… La respuesta es evidente. Y si en un sistema como el español esto no se considera justificado para hablar de lenguas distintas dentro de un mismo diasistema, ¿por qué el mismo criterio no se aplica en el caso del gallegoportugués? Y lo mismo ocurre con casi todos los idiomas del mundo. ¿Alguien de verdad cree que un hablante de chino mandarín, de árabe, de ruso o de inglés se entiende a la perfección con otros hablantes de cada una de las variantes de todos estos idiomas…?

Al final, lo interesante de la variedad interna de las lenguas es que todos terminamos entendiéndonos, o no, en función de una cosa muy importante: el contexto en que se habla, que deviene una variable fundamental en relación con la intercomprensión.

Mucho camino nos queda por recorrer aún en el conjunto del Estado español a propósito del tema lingüístico. Si en Galicia se transmite por regla general la idea de que el gallego y el portugués son dos lenguas distintas, en el resto del Estado la cosa no es muy distinta… Además, aunque esto ya daría para otro artículo (me lo apunto para algún día), estamos muy lejos de propiciar una intercomprensión real, simétrica y justa entre los hablantes de —al menos— las principales lenguas del Estado: el vasco, el gallego, el catalán y el castellano. De momento, la preponderancia general del castellano es innegable. Poco aprendemos de referentes como el escandinavo, en cuyas televisiones se fomenta la inteligibilidad entre el sueco, el noruego y el danés. Pero ya sabemos que estos escandinavos están locos. Seguro que lo correcto es lo que hacemos en España, sí…

Los grandes mitos acerca de las lenguas

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Probablemente uno de los campos de la cultura en particular y de la sociedad vigente en general donde más abundan y proliferan los mitos y mixtificaciones es el de las lenguas. Efectivamente, las lenguas y su estudio constituyen uno de esos ámbitos en los que parece que cualquiera puede sentar cátedra sin conocer siquiera los fundamentos más básicos de la lingüística: se puede decir que tal lengua es más o menos «útil» sin ruborizarse lo más mínimo; se puede afirmar que una lengua es «superior» a otra sin (casi) despeinarse... Y la cosa empeora si se tiene en cuenta que son precisamente numerosas eminencias de la lingüística y la filología, auténticos prebostes de la cultura contemporánea, quienes son en muchas ocasiones los artífices de propagar —cuando no de generar— todas las falsificaciones anticientíficas en relación con las lenguas del mundo.

No es mi intención en esta entrada sistematizar o profundizar en el estudio de los grandes mitos acerca de las lenguas, puesto que esta es una tarea que se extralimita de este blog. En realidad, me atrevería a decir que el análisis, la denuncia y la superación de las mitificaciones (y mixtificaciones) lingüísticas ha de ser por definición una obra colectiva. Y no solo de las personas que estudian la lingüística, sino del conjunto de la comunidad de hablantes.

Este escrito tiene una pretensión mucho más humilde: tan solo se trata de dar a conocer de forma sintetizada los mitos más destacados en torno a las lenguas, que constituyen en mi opinión la más compleja de las construcciones socioculturales de las sociedades humanas desde que estas comenzaron a crear los grandes sistemas de comunicación que hoy conocemos como lenguas, idiomas o sistemas lingüísticos.

Si bien todos estos mitos tienen aspectos particulares, específicos, lo que subyace a todos ellos es una concepción dogmática y anticientífica del lenguaje humano, de las lenguas; una concepción que, además de no tener en cuenta la naturaleza cambiante de los 3000-5000 idiomas que hablamos los humanos en todo el mundo, utiliza estos maravillosos artefactos de ideas y de prácticas sociales que son las lenguas cual arma arrojadiza para enfrentar a unos pueblos y otros. En definitiva, es una visión que entiende lo lingüístico como algo fosilizado, convertido en fetiche y cuya «pureza» solo puede ser garantizada por unas supuestas autoridades lingüísticas, autoerigidas en la auténtica salvaguarda de nuestras lenguas. 

Primer mito.

Cada vez se habla peor, cada día que pasa usamos un caudal léxico menor

Este es un mito que prácticamente se remonta a los primeros años de uso de cualquier lengua. Ni a nivel mediático se habla o se escribe hoy menos o «peor» que antes, ni los peques hablan hoy peor en los patios de los colegios que los del Siglo de Oro español. No hay ningún elemento que pueda llevar a pensar que el caudal léxico de las lenguas disminuye progresivamente. De hecho, más bien sucede una tendencia contraria: conforme se expande el mundo explorado, descubierto, pensado y practicado por las sociedades humanas, más se amplía el vocabulario. Aunque, al final, unas palabras terminan sucumbiendo ante otras nuevas. Es el proceso de producción y reproducción normal de las lenguas. Se puede decir que, a largo plazo, hay una cierta nivelación entre el léxico que se crea o que se importa de otra lengua y el léxico que poco a poco va feneciendo.

Harina de otro costal es el tipo de ideas dominantes que hoy se expresan desde diferentes atalayas. Pero eso no tiene nada que ver con el hecho de que nuestros idiomas sean hoy más pobres desde el punto de vista léxico que hace cincuenta, cien o doscientos años. Y nadie lo ha demostrado hasta ahora, porque no se puede demostrar cierto lo que de partida está falseado.

Segundo mito.

La juventud habla francamente mal. Por su culpa nuestra lengua se está degradando

La juventud no habla ni mal ni bien. La juventud habla, simplemente, y lo hace de muchas maneras. O tal vez es más preciso hablar de las juventudes, porque hay muchas clases de jóvenes (como hay muchos tipos de adultos): hay jóvenes en paro y jóvenes con trabajo, hay jóvenes hipsters y jóvenes góticos, hay jóvenes universitarios y jóvenes con formación profesional, hay jóvenes que leen decenas de libros al año y jóvenes que leen básicamente el MARCA. Curiosamente, este prejuicio nunca se da a la inversa: es decir, de jóvenes a adultos o ancianos. Es una clara muestra del rechazo y de la incomprensión de ciertos grupos sociales por aceptar que la juventud de hoy no habla como hablaba la juventud de nuestros abuelos, como tampoco nuestros abuelos cuando eran jóvenes hablaban igual que sus abuelos…

Lo único que degrada a los sistemas lingüísticos que hoy empleamos es utilizarlos para denigrar a otros, para fortalecer relaciones de opresión de unos sobre otros, para difamar. Eso sí que degrada el lenguaje. La «juventud» no degrada ninguna lengua, únicamente la emplea como puede y sabe, y además de modos muy diversos según el tipo de juventud.

Tercer mito.

Hay grupos de hablantes, normalmente pertenecientes a las clases populares, que hablan de forma incorrecta

Este mito es primo hermano del anterior mito o prejuicio, solo que este tiene un ropaje más directamente clasista. Es la expresión del atávico desprecio de las clases dirigentes hacia las clases sojuzgadas. Todo uso que se desvíe de la norma impuesta por los hablantes «cultos» es automáticamente tachado de incorrecto, inapropiado, vulgar, etc. ¿Sabrán algunos de estos cultísimos y refinadísimos hablantes que, gracias a las «incorrecciones», «impurezas» y «errores» de los hablantes del latín vulgar, tenemos lenguas como el catalán, el italiano, el castellano, el gallego…?

Los únicos usos inapropiados desde el punto de vista estrictamente lingüístico o discursivo son aquellos que no transmiten información, sino ruido; aquellos que resultan ininteligibles. Es una incorrección decir *Se prescriptivista lingüístico alma pies los cuando cae me leo el, pero no lo es en modo alguno decir Me se cae el alma a los pies cuando leo a un prescriptivista lingüístico. Solamente existe una anteposición de un pronombre sobre otro: se trata de un uso más; tal vez minoritario, sí, pero de un uso al fin y al cabo.

Además, no solamente es innegable que los hablantes de las clases populares no pervierten en absoluto los idiomas, sino que de hecho son los que, básicamente, permiten que estos sean productos vivos, dinámicos; que haya cada día nuevas palabras y construcciones sintácticas, que las lenguas sean en definitiva tal y como son (y no tal como algunos prefiguran que deberían ser).

Cuarto mito.

Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación están empobreciendo cada vez más las lenguas

Los canales de comunicación tienen limitaciones, sí, pero también abren nuevas vías para la comunicación entre seres humanos. Ni WhatsApp, ni Twitter, ni YouTube ni muchas otras redes sociales o herramientas virtuales empobrecen los sistemas lingüísticos. Únicamente generan nuevos códigos, signos, construcciones, etc. Este mito parte, además, de otro mito ya ampliamente refutado: las lenguas son cada vez más pobres desde el punto de vista lexicosemántico, sintáctico, etc.

Seguro que algún pulcro y excelso hablante de chino mandarín perteneciente a la élite social y cultural del siglo XI d. C. se horrorizó también al comprobar cómo iba a deteriorarse su lengua tras el invento de la imprenta de tipos móviles. Diez siglos después, seguro que algunos de sus tataranietos se siguen llevando hoy las manos a la cabeza por lo mal que escribimos por culpa de las TIC y las redes sociales. Por suerte, la mayoría de los hablantes no hace mucho caso a estas doctas recomendaciones y prefiere seguir usando su lengua en todos aquellos canales que permiten al ser humano comunicarse.

Quinto mito.

Lo que habla la comunidad lingüística de la que formo parte es una lengua; lo que hablan los hablantes de otras comunidades lingüísticas son dialectos

Esta es la variante supremacista lingüística de la aseveración misógina según la cual «todas son putas menos mi hermana o mi madre». Lo que llamamos dialectos —o, más correctamente, variantes lingüísticas— no son sino las diversas manifestaciones generales o colectivas en que se subdivide toda lengua. Pero no existe una lengua en abstracto que hablen ciertos hablantes, y después algunas variantes que hablen el resto de los hablantes. Todos los hablantes utilizan una determinada variante. Tanto es así, que la variante considerada estándar de cualquier lengua no es sino una variante más, que, si se ha convertido en estándar, lo ha hecho solo y exclusivamente por razones de índole económica, política, etc. Y, por supuesto, las lenguas minoritarias que apenas conocemos —porque no tenemos interés en conocerlas, porque no queremos que se sigan hablando— no dejan de ser lenguas y pasan a convertirse en dialectos por el hecho de no conocerlas o de estar relegadas a un segundo plano. Sí, efectivamente, el aragonés y el asturiano no son dialectos, sino lenguas.

Sexto mito.

En el Estado español, los dialectos del castellano hablados son el leonés, el aragonés, el andaluz, las hablas de tránsito (el murciano, el extremeño, el riojano y el canario) y el judeoespañol o sefardí. En Valladolid, Ciudad Real, Madrid, Salamanca o Segovia no hay dialectos

Este prejuicio lingüístico parte de la premisa falsa según la cual hay una lengua estándar y culta que, como la gravedad en la teoría general de la relatividad, curva el espacio-tiempo de los «dialectos». Digamos que para esta teoría hay una «lengua estándar» que flota en el vacío, y luego ya están los «dialectos». Nada más lejos de la realidad, puesto que, como dijimos más arriba, todo lo que habla un grupo de hablantes determinado forma parte de una variante concreta.

Para la filología tradicional española, los dialectos siempre son los de los demás. Los que hablan «distinto», los que se alejan de la norma «estándar». Difícilmente encontrarán en algún manual clásico de filología española alguna mención al «dialecto» madrileño, conquense, vallisoletano, toledano o salmantino. Pareciera como si en estos lugares no se hablara ninguna variante de castellano, sino el castellano. Nada más lejos de la verdad: en Toledo, Madrid o Salamanca también tienen sus dialectos, sus variantes lingüísticas, porque también tienen su forma particular de pronunciar los sonidos del castellano, porque también tienen sus propias construcciones sintácticas, porque también tienen su léxico específico…

Séptimo mito.

Hay lenguas superiores y lenguas inferiores

Este es uno de los grandes mitos acerca de las lenguas. Afortunadamente, cada día es más cuestionado por la comunidad de lingüistas. Pero aún sigue calando entre muchos sectores de la sociedad, sobre todo en territorios donde hay conflictos o roces por motivos nacionales o en países que son potencias en lo económico, militar, ideológico, cultural, etc.

Esta es una de esas falacias que deberían caen por su propio peso, y que solo tienen justificación si se considera que unos pueblos tienen derecho a estar por encima de otros. La realidad es que no existen lenguas mejores ni peores que otras, solo diferentes. Cada una de las lenguas destaca en un aspecto o varios, pero no se puede decir que haya una lengua, en general, de manera abstracta, superior a otra. Es probable que pocas lenguas como el alemán tengan la posibilidad de expresar con una sola palabra que algo puede o debe ser abolido, conservado y superado a la vez. Pero también sucede que muy pocas lenguas tienen la capacidad de expresar el concepto de nieve en diez, quince o veinte vocablos distintos como el inuit groenlandés o canadiense. En muchos aspectos, el desarrollo de una lengua depende del desarrollo de la sociedad de hablantes en que se inserta dicha lengua. Sin embargo, no hay ningún criterio lingüístico que permita colocar a una lengua por encima o por debajo de otra.

Octavo mito.

Hay lenguas más útiles que otras

Claro, si se sostiene que hay lenguas superiores y lenguas inferiores, ¿cómo no se va a afirmar que unas lenguas son más útiles que otras? Este mito es una derivada del anterior, lo que ocurre es que en este caso se trata de una derivación light de la creencia mendaz de que unas lenguas están por encima de otras. Digamos que el octavo mito tiene como base el séptimo mito, pero disimulado (que no se note mucho ese supremacismo lingüístico-cultural, ese chovinismo).

¿Hay lenguas más útiles que otras? No de forma abstracta o general. Las lenguas son más o menos útiles en relación con múltiples factores, por lo que es absurdo y ajeno a la ciencia lingüística determinar, en términos absolutos, que una lengua es más o menos útil para un hablante individual o para una cierta comunidad de hablantes. Casualmente (es una forma de hablar; en esta vida nada es casual, sino causal), este tipo de argumentario capcioso es esgrimido por no pocos castellanoparlantes de España que consideran poco «útil» hablar o comprender lenguas como el catalán, el gallego o el euskera. Curiosa forma de demostrar justo lo contrario de lo que se pretendía demostrar: si empleamos la misma lógica tramposa del utilitarismo lingüístico en términos absolutos, ¡claro que es más útil en el Estado español conocer el vasco, el catalán o el asturiano que el italiano, el francés o el camboyano!

Pero no caeremos nosotros en esa trampa: todas las lenguas son útiles, y las que son menos útiles para unos son más útiles para otros. Y, a propósito de esto, el aprendizaje de cualquier lengua, independientemente de que sea hablada por mil hablantes o por mil millones de hablantes, es siempre algo positivo y beneficioso para cualquiera. Cosa que muchas veces se olvida.

Noveno mito.

Hay lenguas fáciles y lenguas difíciles de aprender

Esta es una verdad a medias que, como toda verdad a medias, es en el fondo una mentira por el hecho de estudiar los fenómenos de manera unilateral y reduccionista. En términos absolutos, ¿hay realmente lenguas más fáciles de aprender que otras? No. Los idiomas son más fáciles (o más difíciles) solamente en relación con varios factores, que a veces se entrecruzan.

Por ejemplo, la proximidad entre una lengua (L1) y otra (L2) facilita el aprendizaje mutuo, aunque también es cierto que este mismo hecho comporta que pueda haber más errores o confusiones (interferencias) entre la L1 y la L2. Por regla general, ¿será más fácil para un catalanoparlante hablar francés que para un malayoparlante? Evidentemente. Aun así, si ese hablante de catalán tiene familia en Malasia y está habituado al menos a oír el malayo, la cosa podrá cambiar considerablemente.

Otro factor que influye en la mayor facilidad o dificultad para el aprendizaje de una lengua concreta es el tipo de formación sociocultural en que se inserta el hablante. Me explico. Si un hablante forma parte de un territorio históricamente bilingüe o plurilingüe, lo más normal es que ese hablante tenga más facilidades para aprender otras lenguas, sobre todo si son vecinas. Esto tiene mucho que ver con un mito muy parecido a este: el mito según el cual hay pueblos que de forma innata son más dados a aprender idiomas que otros. Falso. Si hay pueblos que tienen aparentemente más facilidades que otros a la hora de dominar otros sistemas lingüísticos ajenos al materno, ello se debe a razones históricas (políticas, económicas, sociales, etc.), y no a supuestos caracteres consustanciales a ciertas comunidades nacionales.

¿Significa todo esto, entonces, que la lingüística descriptiva no puede ni debe comparar idiomas? Por supuesto que no. El método analítico de la comparación, de la analogía, es básico para la lingüística; no en vano se habla de lingüística comparada. De hecho, la comparación es fundamental para cualquier ciencia: piénsese en la anatomía, en la botánica, etc., etc. Pero se compara solamente para estudiar las diferencias y similitudes entre unas lenguas y otras, para analizar sus vínculos… nunca para dictaminar cuál es mejor o peor, cuál es más fácil o difícil. La igualdad de las lenguas no radica en que estas sean formalmente iguales, idénticas (no existe una sola cosa en este mundo que sea totalmente idéntica a la otra), sino en que son construcciones socioculturales igualmente legítimas, dignas y necesarias para expresar lo que cada pueblo expresa con ellas.

Décimo mito.

Si no fuera por los lingüistas defensores de lo estándar, de lo «correcto», nuestras lenguas se degradarían irremisiblemente

Este último mito también caería fácilmente por su propio peso de no ser por la influencia que el prescriptivismo lingüístico aún ejerce dentro del mundo de la lingüística. No hay nada de cierto en este mito. Es más, la tarea del prescriptivismo lingüístico, que básicamente consiste en censurar determinados usos lingüísticos por supuestas razones «gramaticales», es totalmente estéril por definición, ya que jamás va a lograr que el conjunto de los hablantes modifique sus hábitos lingüísticos diversos, que en absoluto son censurables desde un prisma lingüístico si cumplen su función comunicativa correspondiente.

La verdadera labor del lingüista no pasa por censurar a un hablante por que en lugar de decir si lloviera diga si llovería. No, ahí lo único que debe hacer el lingüista es describir ese uso desde el punto de vista lingüístico y sociolingüístico, explicar su origen, etc.

La ciencia lingüística ya ha demostrado con creces que, si hay algo que degrade a las lenguas, no es precisamente la diversidad de usos lingüístico-discursivos. Las lenguas, desde un punto de vista estrictamente lingüístico, no son degradadas en absoluto por palabras o construcciones sintácticas consideradas «incorrectas» de ciertos grupos de hablantes. Por eso, la única salvaguardia real de las lenguas comienza con el estudio, sin apriorismos ni dogmas, de la forma en que operan los sistemas lingüísticos, del modo en el que evolucionan su léxico y su morfosintaxis… Nos hace mucha falta aprender a describir más y mejor nuestras lenguas. No nos hace ninguna falta prescribir por razones lingüísticas.

La otra poesía del Siglo de Oro español

1.

Primero, el marco histórico (muy brevemente), imprescindible para comprender a un autor o a un grupo de escritores de una determinada época y de un género literario específico: siglo XVII, economía desgarrada y en coma, moneda e inflación descontroladas, fortalecimiento de la propiedad territorial, miseria generalizada de un sector importante de las clases explotadas, inseguridad e incertidumbre vitales crecientes… Todos estos ingredientes forman un cóctel que condicionan al ser humano del Barroco, y especialmente a los escritores que englobamos dentro del Siglo de Oro español.

Es decir, nos encontramos frente una formación socioeconómica, la española, que en pleno siglo XVII afronta una profunda crisis en todos los ámbitos. Ante esta crisis, y como consecuencia de ella, emerge una nueva concepción del mundo y de la literatura, concepción que interpreta el mundo como un teatro en constante conflicto, repleto de contradicciones, envuelto en un sinfín de choques, en medio de un desconcierto generalizado. Todo ello provoca un incremento espectacular de la figura de la antítesis en la literatura. Al menos, todas estas expresiones reflejan claramente que se ha abandonado una visión inmutable de la vida, lo cual repercutirá, sin duda alguna, en la desatada y dinámica creatividad del Barroco español.

Como tendremos ocasión de ver seguidamente en los poemas de cinco poetas —relativamente— poco conocidos que compartiré hoy con mis lectores, la literatura barroca, y más en concreto la poesía, se construye sobre las ruinas. Unas ruinas creadas por ese ente poderoso e ineluctable que es el paso del tiempo, que no perdona a nadie (ni siquiera a los poderosos pertenecientes a las clases dominantes). Lo caduco y lo envejecido también tendrán un lugar muy especial en la poesía de la Edad de Oro española. Asimismo, lo fugaz, lo fugitivo y lo melancólico marcarán un sello indeleble entre los creadores barrocos. Al final, todo estará mediado por el pesimismo y el desengaño ante una realidad inasible y vivida como insoportable. Y todos estos elementos se entrecruzarán con la tendencia a la soledad, que termina por empaparlo todo (no solo en la literatura).

Paradójicamente (o no), la tendencia a recrearse en la decadencia humana impone de alguna forma una contratendencia: la fascinación rayana en lo obsesivo por los sentidos, por la sensualidad de las cosas, por los detalles más insignificantes de los objetos. Esto se reflejará de manera muy clara en la estética barroca, que primará la exaltación del artificio por encima de la idealización renacentista de la naturaleza. Por eso cautivaránn tanto los laberintos a los creadores barrocos.

Para la mayoría de los escritores y poetas del Siglo de Oro español, uno de los propósitos estéticos más importantes pasa por sorprender al lector con el artificio más rebuscado, con la metáfora más atrevida, con la exageración más delirante. En síntesis, la agudeza del concepto y de la idea pasa a ser lo fundamental. Golpear con el dardo de palabra —golpear por golpear, golpear por mostrar el desengaño ante una existencia alienante— se convierte en la función primordial del oficio del literato en el Barroco español.

1. Pedro Liñán de Riaza (1557?-1607)

Gran amigo del ínclito Lope de Vega y secretario del duque de Ahumada, escribió poemas de un hondo calado barroco. Uno de los mejores, bajo mi punto de vista, es «La condición humana», en el que Liñán recuerda a los mortales, tristes y alegres, que al final les llegará a todos la mortaja; a los primeros como algo deseado; a los segundos como algo temido.

LA CONDICIÓN HUMANA

Si el que es más desdichado alcanza muerte,

ninguno es con extremo desdichado;

que el tiempo libre le pondrá en estado

que no espere ni tema injusta suerte.

Todos viven penando si se advierte:

éste por no perder lo que ha ganado,

aquél porque jamás se vio premiado.

¡Condición de la vida injusta y fuerte!

Tal suerte aumenta el bien, y tal le ataja;

a tal despojan porque tal posea;

sucede a gran pesar grande alegría,

mas, ¡ay!, que al fin les viene en la mortaja,

al que era triste lo que más desea,

al que es alegre lo que más temía.

2. Antonio de Maluenda (1554-1615)

Monje de origen burgalés y considerado como el «Fénix español y Virgilio castellano» por Villamediana. Compuso un poema, «Los trabajos de la vida», de un gran interés no solamente estético, sino social e histórico, puesto que enaltece el valor del trabajo, algo tan despreciado por nobles y sus acólitos en esa época histórica.

LOS TRABAJOS DE LA VIDA

¡Trabajos, peso dulce, don precioso,

al que con humildad os sufre y lleva;

toque de la virtud; ilustre prueba

del corazón constante y generoso!

¡Saludable licor, néctar sabroso

que las fuerzas del ánimo renueva;

breve y seguro atajo; senda nueva

para llegar al reino del reposo!

¡Dichoso el que os abraza y se sustenta

del fruto del honor y de la gloria

que entre vuestras espinas nace y crece!

Mas ¡ay de aquel que, en ocio y vida exenta,

dejando al mundo infame su memoria,

sin beber de este cáliz envejece!

3. Alonso de Ledesma (1562-1633)

Uno de los creadores del conceptismo español más desconocidos por la crítica y el público en general. Sus poesías destacaron por el permanente juego ingenioso con el concepto. En mi opinión, nos encontramos ante uno de los precursores españoles del teatro del absurdo, tal como se comprueba en su villancico «Al niño perdido».

AL NIÑO PERDIDO

En metáfora de un refrán

VILLANCICO

El perdido, que es perdido

por buscar a quien se pierde,

que se pierda, ¿qué se pierde?

Que se pierde que os perdáis,

Niño, cuando vos queréis,

pues por ganarme os perdéis

y tan cierto me ganáis.

Si el tiempo tan bien gastáis

en buscar a quien se pierde,

que se pierda, ¿qué se pierde?

¿Qué se pierde (bien mirado),

si a recoger ha venido

el más ganado perdido

al más perdido ganado?

Quien tan bien anda ocupado

en buscar a quien se pierde,

que se pierda, ¿qué se pierde?

4. Luisa de Carvajal (1566-1614)

Cortesana devota y natural de la localidad extremeña de Jaraicejo, esta escritora fue varias veces encarcelada en Londres. Destaco el siguiente poema, sin título conocido y muy representativo del espíritu barroco español.

En el siniestro brazo recostada

de su amado pastor, Silvia dormía,

y con la diestra mano la tenía

con un estrecho abrazo a sí allegada.

Y de aquel dulce sueño recordada,

le dijo: «El corazón del alma mía

vela, y yo duermo. ¡Ay! Suma alegría,

cuál me tiene tu amor tan traspasada.

«Ninfas del paraíso soberanas,

sabed que estoy enferma y muy herida

de unos abrasadísimos amores.

«Cercadme de odoríferas manzanas,

pues me veis, como fénix, encendida,

y cercadme también de amenas flores.»

5. Joaquín Setantí (1540-1617)

Catalán, este poeta barroco destacó, entre otras cosas, por los Frutos de la historia, libro en que seleccionó las célebres máximas de ínclitos personajes de la Grecia clásica como Herodoto, Tucídides o Jenofonte.

No juzgues a los hombres por el talle;

por las palabras los descubre y mira.

Si quieres defenderte de enemigos,

pon en orden más obras que palabras.

Como telas de araña son las leyes,

que prenden a la mosca, y no al milano.

Las causas de morir son diferentes,

y de ellas saca el seso el sentimiento.

Mal se ordena ciudad desordenada

con los que fueron causa del desorden.

Deben de obrar los regidores justos

con las manos del pueblo obediente.

Si lo pasado y lo presente apuras,

serás por conjeturas adivino.

Jamás se pagan los servicios hechos

al justo precio ni al debido tiempo.


Para más información sobre la poesía del Siglo de Oro español, vid. Blecua, J. M. (1984). Poesía de la Edad de Oro. Madrid: Castalia.