Lenguas y conflictos sociopolíticos en el mundo

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Enseñanza bilingüe en una escuela infantil del estado mexicano de San Luis Potosí. Imagen extraída del periódico La Jornada (2016).

Tras un largo paréntesis de más de dos años, debido fundamentalmente a motivos de índole profesional ajenos por completo a mi voluntad, he decidido retomar la actividad en este modesto blog que creé hace ahora casi seis años. Blog creado, como saben los que me conocen, gracias a mi pasión, además de profesión, hacia todo lo relacionado con la lingüística y la teoría y crítica de la literatura. En esta ocasión he decidido, profundizando en mi labor de análisis crítico de distintos fenómenos y problemáticas de naturaleza lingüística, tratar de forma breve, y sin ninguna pretensión de exhaustividad ni sistematicidad, la cuestión de los conflictos lingüísticos —que, como veremos, en realidad no responden a razones endógenamente lingüísticas— en el mundo actual.

Empecemos por lo que considero más importante. Ningún conflicto que en nuestra época histórica sacude a alguna región del globo por motivos aparentemente lingüísticos tiene como raíz material problemas derivados con la naturaleza de las propias lenguas en cuanto que dispositivos de comunicación humana propios de cada comunidad nacional (o internacional).  Dicho de forma más sencilla: el problema no son las lenguas, sino las relaciones de poder vehiculadas en torno a estas.

Veamos primero el caso ucraniano. En esta república exsoviética, como sabemos, se vive una situación de guerra civil desde 2014 (la tristemente famosa Guerra del Donbas, que sacude al este de Ucrania).

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Imagen extraída del sitio web Animal Político (2014).

Tal y como se observa en el mapa, en el país europeo hay dos zonas lingüísticas claramente diferenciadas: en la zona occidental de Ucrania, la lengua mayoritaria es el ucraniano (lengua perteneciente, junto con el ruso y el bielorruso, a la familia de las lenguas eslavas orientales, hablada por unos 60 millones de personas en Ucrania, Polonia, República Checa y Rumanía, fundamentalmente), mientras que el ruso apenas si es hablado por un 5 % de la población; en el este y sureste de la nación ucraniana, por el contrario, el idioma ruso es considerablemente más hablado, siendo lengua materna de una gran cantidad de la población en ciudades como Donetsk, Jarkov o Dnipropetrovsk. Pues bien, han sido y son numerosos los episodios de marginación, exclusión o marginación de la minoría rusoparlante en Ucrania. Pero ninguno de ellos se debe a problemas específicos entre el ucranio y el ruso; son la política dominante, las rivalidades económicas entre distintos actores y los roces entre potencias los únicos causantes de tales fricciones interidiomáticas.

Si nos vamos ahora a Camerún, en pleno golfo africano de Guinea, podemos encontrar otro caso de serio conflicto lingüístico que en el fondo nada tiene que ver con un problema de supuesta incompatibilidad entre idiomas.

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Lenguas de Camerún central sudoccidental. Mapa extraído de Promotora Española de Lingüística (PROEL).

Observamos que en el país africano se hablan una gran cantidad de lenguas (hasta 230), si bien son dos las predominantes: el francés y el inglés, como recuerdo bien presente del pasado colonial reciente de Camerún. De nuevo, nos encontramos con que los trastornos lingüísticos que en principio causan altercados tan serios en el país, sobre todo en la región de Ambazonia, esconden en realidad fricciones de tipo económico y político: las élites francófonas y anglófonas (tampoco olvidemos la relevante minoría germanófona camerunesa) no se ponen de acuerdo para garantizar un mínimo consenso de poder. Las consecuencias más negativas, por supuesto, las sufren sobre todo las abrumadoras mayorías hablantes de una y otra lengua, que se ven envueltas en una violencia sistemática y en auténticos pogromos de un lado y de otro, si bien es verdad que, a pesar de ser un país oficialmente bilingüe, es el Gobierno central camerunés el que más leña al fuego viene echando al conflicto entre las dos comunidades, discriminando cada vez más a los ciudadanos anglófonos en las zonas donde más se habla el francés, así como en el conjunto del Estado. Es decir, la realidad vuelve a demostrarnos que las lenguas al final son solo vías de transmisión y expresión de los conflictos de poder, pero que en sí y por sí mismas no implican choque alguno, sean cuales sean las diferencias entre unos idiomas y otros.

Veamos un tercer y último ejemplo (se podrían poner decenas más, pero mejor no agotemos la paciencia del lector… y de quien esto escribe).

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«Fumar mata», escrito en serbio, croata y bosnio, variantes de un mismo diasistema lingüístico, en algún lugar de la República de Bosnia y Herzegovina. Imagen extraída de Agence France Press (2017).

Todo el mundo que vive en este planeta y que está mínimamente interesado por la historia humana contemporánea sabe que que existió, hasta principios de los 90 del siglo pasado, un Estado llamado Yugoslavia (oficialmente denominado República Federativa Socialista de Yugoslavia). En ese país multinacional y pluriétnico, con sus más y sus menos, se daba un intercambio pacífico entre las distintas lenguas (fundamentalmente, serbocroata, albanés y esloveno). El país funcionaba razonablemente bien en base al respeto y reconocimiento entre los hablantes de todos los idiomas existentes en el país (podríamos remontarnos, aunque a un nivel menos inclusivo y forzado más por las circunstancias que por un proyecto político voluntario, al antiguo Imperio austro-húngaro, con su enorme diversidad lingüística y su mosaico de pueblos, naciones, nacionalidades y etnias). Sin embargo, tras una serie de crisis internas entre los distintos sectores dominantes de las repúblicas que componían la ex Yugoslavia, los roces entre comunidades por motivos de lengua comenzaron a salpicar el paisaje social. Obviando aquí los tristemente célebres episodios de guerras fratricidas que han sacudido a los Balcanes desde entonces, a partir del momento en que todo saltó por los aires se empezaron a acenturar las divisiones lingüísticas, hasta el punto de que cada nuevo Estado independiente impuso una lengua como idioma oficial obligatorio, con los correspondientes problemas ocasionados a las minorías nacionales y étnicas hablantes del resto de idiomas que antaño convivían sin demasiados problemas.

En definitiva, los tres ejemplos vistos demuestran que en el mundo actual coexisten dos tendencias contradictorias, que se retroalimentan, en relación con el problema de los conflictos lingüísticos y la naturaleza de los idiomas: por una parte, la internacionalización es cada vez mayor, sobre todo por la expansión de lenguas como el inglés (por cierto, ¿será, algún día, la única lengua universal como predecían no pocos intelectuales occidentales durante finales del siglo XIX y principios del XX…?), el español o el chino mandarín; pero, por otra parte, crecen los choques entre naciones y países que tienen como vehículo de expresión determinadas lenguas. La pregunta pertinente es: ¿y qué culpa tienen las lenguas?

Si tuviera que expresar algún tipo de propuesta —por supuesto, eminentemente subjetiva, pues aquí ya no hablamos de ciencia, aunque no se pueda prescindir de ella, sino de una cierta forma de ver el mundo— en lo concerniente al problema tratado, diría que la vacuna más eficaz contra las distintas variantes de discriminación, maltrato u opresión contra hablantes de determinadas lenguas pasa por dos antivirales básicos. El primero es garantizar por ley que, en aquellos Estados donde conviven varias lenguas, ninguna de ellas sea la lengua oficial obligatoria. El segundo es la garantía de que, sin segregar en absoluto a los alumnos, todos los ciudadanos pertenecientes a minorías lingüísticas, nacionales o regionales, tengan la oportunidad de aprender su lengua materna. Volviendo a los ejemplos ucraniano, camerunés y balcánico, todos los niños, por ejemplo, cuyo idioma materno sea el ruso en Jarkov, el inglés en Yaundé o el esloveno en Zagreb deberían tener el derecho a estudiar, además de en la otra lengua que sea oficial en esos territorios, en su lengua materna, sin menoscabo ni discriminación de ningún tipo.

El problema es, me temo, que para llegar a tal puerto es necesario resolver antes los conflictos de origen extralingüístico. Sin embargo, ¿pueden estas medidas aminorar tales conflictos? Nadie tiene una respuesta tajante, realmente, pero no parece que haya otro camino. En todo caso, hay algunos países que, sin llegar a ser perfectos en este terreno (¿alguna cosa es realmente perfecta?), sí constituyen referentes en el tratamiento justo de estos problemas. Problemas que no deberían ser tales. Pero eso será, queridos lectores, objeto de otra entrada. Mientras tanto, recuerden: hablen la/s lengua/s que quieran, ¡pero no obliguen a los demás a hablarla/s, así como no desean que les obliguen a ustedes!

Fuentes

Castilla, Valerio (2019). “El idioma de la India”: la intersección lingüística de miles de lenguas y dialectos. La Revista de Babbel, edición digital.

Colodrón Denis, Victoriano (2002). ¿Guerra de lenguas en Europa? Cuaderno de lengua: crónicas personales del idioma español5.

Escribano, Daniel (2014). Orígenes de los conflictos lingüísticos en el Reino de España. Sin Permiso.

Grasso, Daniele (2014). Cinco mapas para entender lo que está pasando en Ucrania. El Confidencial, edición digital.

Hans Nelde, Peter (1993). Conflictos lingüísticos en la Europa plurilingüe con una visión hacia 1993. Estudios de Lingüística Aplicada, UNAM.

López García-Molins, Ángel (2018). El conflicto lingüístico y el problema de España. Linred Información.

Paul, Carlos (2016). SC busca promover derechos y diversidad lingüística indígena. La Jornada, edición digital.

Promotora Española de Lingüística (PROEL). Sitio web consultado para las lenguas de Ucrania, Camerún y la antigua Yugoslavia.

Rodríguez Andreu, Miguel (2018). De lenguas y nacionalismos en los Balcanes. Portal esglobal.

Suárez Cuadros, Simón José (2003). La situación lingüística actual de Ucrania. Interlingüística14, 953-958.

UNESCO (2020). Atlas de las lenguas del mundo en peligro. Edición digital.