Lenguas y conflictos sociopolíticos en el mundo

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Enseñanza bilingüe en una escuela infantil del estado mexicano de San Luis Potosí. Imagen extraída del periódico La Jornada (2016).

Tras un largo paréntesis de más de dos años, debido fundamentalmente a motivos de índole profesional ajenos por completo a mi voluntad, he decidido retomar la actividad en este modesto blog que creé hace ahora casi seis años. Blog creado, como saben los que me conocen, gracias a mi pasión, además de profesión, hacia todo lo relacionado con la lingüística y la teoría y crítica de la literatura. En esta ocasión he decidido, profundizando en mi labor de análisis crítico de distintos fenómenos y problemáticas de naturaleza lingüística, tratar de forma breve, y sin ninguna pretensión de exhaustividad ni sistematicidad, la cuestión de los conflictos lingüísticos —que, como veremos, en realidad no responden a razones endógenamente lingüísticas— en el mundo actual.

Empecemos por lo que considero más importante. Ningún conflicto que en nuestra época histórica sacude a alguna región del globo por motivos aparentemente lingüísticos tiene como raíz material problemas derivados con la naturaleza de las propias lenguas en cuanto que dispositivos de comunicación humana propios de cada comunidad nacional (o internacional).  Dicho de forma más sencilla: el problema no son las lenguas, sino las relaciones de poder vehiculadas en torno a estas.

Veamos primero el caso ucraniano. En esta república exsoviética, como sabemos, se vive una situación de guerra civil desde 2014 (la tristemente famosa Guerra del Donbas, que sacude al este de Ucrania).

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Imagen extraída del sitio web Animal Político (2014).

Tal y como se observa en el mapa, en el país europeo hay dos zonas lingüísticas claramente diferenciadas: en la zona occidental de Ucrania, la lengua mayoritaria es el ucraniano (lengua perteneciente, junto con el ruso y el bielorruso, a la familia de las lenguas eslavas orientales, hablada por unos 60 millones de personas en Ucrania, Polonia, República Checa y Rumanía, fundamentalmente), mientras que el ruso apenas si es hablado por un 5 % de la población; en el este y sureste de la nación ucraniana, por el contrario, el idioma ruso es considerablemente más hablado, siendo lengua materna de una gran cantidad de la población en ciudades como Donetsk, Jarkov o Dnipropetrovsk. Pues bien, han sido y son numerosos los episodios de marginación, exclusión o marginación de la minoría rusoparlante en Ucrania. Pero ninguno de ellos se debe a problemas específicos entre el ucranio y el ruso; son la política dominante, las rivalidades económicas entre distintos actores y los roces entre potencias los únicos causantes de tales fricciones interidiomáticas.

Si nos vamos ahora a Camerún, en pleno golfo africano de Guinea, podemos encontrar otro caso de serio conflicto lingüístico que en el fondo nada tiene que ver con un problema de supuesta incompatibilidad entre idiomas.

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Lenguas de Camerún central sudoccidental. Mapa extraído de Promotora Española de Lingüística (PROEL).

Observamos que en el país africano se hablan una gran cantidad de lenguas (hasta 230), si bien son dos las predominantes: el francés y el inglés, como recuerdo bien presente del pasado colonial reciente de Camerún. De nuevo, nos encontramos con que los trastornos lingüísticos que en principio causan altercados tan serios en el país, sobre todo en la región de Ambazonia, esconden en realidad fricciones de tipo económico y político: las élites francófonas y anglófonas (tampoco olvidemos la relevante minoría germanófona camerunesa) no se ponen de acuerdo para garantizar un mínimo consenso de poder. Las consecuencias más negativas, por supuesto, las sufren sobre todo las abrumadoras mayorías hablantes de una y otra lengua, que se ven envueltas en una violencia sistemática y en auténticos pogromos de un lado y de otro, si bien es verdad que, a pesar de ser un país oficialmente bilingüe, es el Gobierno central camerunés el que más leña al fuego viene echando al conflicto entre las dos comunidades, discriminando cada vez más a los ciudadanos anglófonos en las zonas donde más se habla el francés, así como en el conjunto del Estado. Es decir, la realidad vuelve a demostrarnos que las lenguas al final son solo vías de transmisión y expresión de los conflictos de poder, pero que en sí y por sí mismas no implican choque alguno, sean cuales sean las diferencias entre unos idiomas y otros.

Veamos un tercer y último ejemplo (se podrían poner decenas más, pero mejor no agotemos la paciencia del lector… y de quien esto escribe).

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«Fumar mata», escrito en serbio, croata y bosnio, variantes de un mismo diasistema lingüístico, en algún lugar de la República de Bosnia y Herzegovina. Imagen extraída de Agence France Press (2017).

Todo el mundo que vive en este planeta y que está mínimamente interesado por la historia humana contemporánea sabe que que existió, hasta principios de los 90 del siglo pasado, un Estado llamado Yugoslavia (oficialmente denominado República Federativa Socialista de Yugoslavia). En ese país multinacional y pluriétnico, con sus más y sus menos, se daba un intercambio pacífico entre las distintas lenguas (fundamentalmente, serbocroata, albanés y esloveno). El país funcionaba razonablemente bien en base al respeto y reconocimiento entre los hablantes de todos los idiomas existentes en el país (podríamos remontarnos, aunque a un nivel menos inclusivo y forzado más por las circunstancias que por un proyecto político voluntario, al antiguo Imperio austro-húngaro, con su enorme diversidad lingüística y su mosaico de pueblos, naciones, nacionalidades y etnias). Sin embargo, tras una serie de crisis internas entre los distintos sectores dominantes de las repúblicas que componían la ex Yugoslavia, los roces entre comunidades por motivos de lengua comenzaron a salpicar el paisaje social. Obviando aquí los tristemente célebres episodios de guerras fratricidas que han sacudido a los Balcanes desde entonces, a partir del momento en que todo saltó por los aires se empezaron a acenturar las divisiones lingüísticas, hasta el punto de que cada nuevo Estado independiente impuso una lengua como idioma oficial obligatorio, con los correspondientes problemas ocasionados a las minorías nacionales y étnicas hablantes del resto de idiomas que antaño convivían sin demasiados problemas.

En definitiva, los tres ejemplos vistos demuestran que en el mundo actual coexisten dos tendencias contradictorias, que se retroalimentan, en relación con el problema de los conflictos lingüísticos y la naturaleza de los idiomas: por una parte, la internacionalización es cada vez mayor, sobre todo por la expansión de lenguas como el inglés (por cierto, ¿será, algún día, la única lengua universal como predecían no pocos intelectuales occidentales durante finales del siglo XIX y principios del XX…?), el español o el chino mandarín; pero, por otra parte, crecen los choques entre naciones y países que tienen como vehículo de expresión determinadas lenguas. La pregunta pertinente es: ¿y qué culpa tienen las lenguas?

Si tuviera que expresar algún tipo de propuesta —por supuesto, eminentemente subjetiva, pues aquí ya no hablamos de ciencia, aunque no se pueda prescindir de ella, sino de una cierta forma de ver el mundo— en lo concerniente al problema tratado, diría que la vacuna más eficaz contra las distintas variantes de discriminación, maltrato u opresión contra hablantes de determinadas lenguas pasa por dos antivirales básicos. El primero es garantizar por ley que, en aquellos Estados donde conviven varias lenguas, ninguna de ellas sea la lengua oficial obligatoria. El segundo es la garantía de que, sin segregar en absoluto a los alumnos, todos los ciudadanos pertenecientes a minorías lingüísticas, nacionales o regionales, tengan la oportunidad de aprender su lengua materna. Volviendo a los ejemplos ucraniano, camerunés y balcánico, todos los niños, por ejemplo, cuyo idioma materno sea el ruso en Jarkov, el inglés en Yaundé o el esloveno en Zagreb deberían tener el derecho a estudiar, además de en la otra lengua que sea oficial en esos territorios, en su lengua materna, sin menoscabo ni discriminación de ningún tipo.

El problema es, me temo, que para llegar a tal puerto es necesario resolver antes los conflictos de origen extralingüístico. Sin embargo, ¿pueden estas medidas aminorar tales conflictos? Nadie tiene una respuesta tajante, realmente, pero no parece que haya otro camino. En todo caso, hay algunos países que, sin llegar a ser perfectos en este terreno (¿alguna cosa es realmente perfecta?), sí constituyen referentes en el tratamiento justo de estos problemas. Problemas que no deberían ser tales. Pero eso será, queridos lectores, objeto de otra entrada. Mientras tanto, recuerden: hablen la/s lengua/s que quieran, ¡pero no obliguen a los demás a hablarla/s, así como no desean que les obliguen a ustedes!

Fuentes

Castilla, Valerio (2019). “El idioma de la India”: la intersección lingüística de miles de lenguas y dialectos. La Revista de Babbel, edición digital.

Colodrón Denis, Victoriano (2002). ¿Guerra de lenguas en Europa? Cuaderno de lengua: crónicas personales del idioma español5.

Escribano, Daniel (2014). Orígenes de los conflictos lingüísticos en el Reino de España. Sin Permiso.

Grasso, Daniele (2014). Cinco mapas para entender lo que está pasando en Ucrania. El Confidencial, edición digital.

Hans Nelde, Peter (1993). Conflictos lingüísticos en la Europa plurilingüe con una visión hacia 1993. Estudios de Lingüística Aplicada, UNAM.

López García-Molins, Ángel (2018). El conflicto lingüístico y el problema de España. Linred Información.

Paul, Carlos (2016). SC busca promover derechos y diversidad lingüística indígena. La Jornada, edición digital.

Promotora Española de Lingüística (PROEL). Sitio web consultado para las lenguas de Ucrania, Camerún y la antigua Yugoslavia.

Rodríguez Andreu, Miguel (2018). De lenguas y nacionalismos en los Balcanes. Portal esglobal.

Suárez Cuadros, Simón José (2003). La situación lingüística actual de Ucrania. Interlingüística14, 953-958.

UNESCO (2020). Atlas de las lenguas del mundo en peligro. Edición digital.

Los grandes mitos acerca de las lenguas

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Probablemente uno de los campos de la cultura en particular y de la sociedad vigente en general donde más abundan y proliferan los mitos y mixtificaciones es el de las lenguas. Efectivamente, las lenguas y su estudio constituyen uno de esos ámbitos en los que parece que cualquiera puede sentar cátedra sin conocer siquiera los fundamentos más básicos de la lingüística: se puede decir que tal lengua es más o menos «útil» sin ruborizarse lo más mínimo; se puede afirmar que una lengua es «superior» a otra sin (casi) despeinarse... Y la cosa empeora si se tiene en cuenta que son precisamente numerosas eminencias de la lingüística y la filología, auténticos prebostes de la cultura contemporánea, quienes son en muchas ocasiones los artífices de propagar —cuando no de generar— todas las falsificaciones anticientíficas en relación con las lenguas del mundo.

No es mi intención en esta entrada sistematizar o profundizar en el estudio de los grandes mitos acerca de las lenguas, puesto que esta es una tarea que se extralimita de este blog. En realidad, me atrevería a decir que el análisis, la denuncia y la superación de las mitificaciones (y mixtificaciones) lingüísticas ha de ser por definición una obra colectiva. Y no solo de las personas que estudian la lingüística, sino del conjunto de la comunidad de hablantes.

Este escrito tiene una pretensión mucho más humilde: tan solo se trata de dar a conocer de forma sintetizada los mitos más destacados en torno a las lenguas, que constituyen en mi opinión la más compleja de las construcciones socioculturales de las sociedades humanas desde que estas comenzaron a crear los grandes sistemas de comunicación que hoy conocemos como lenguas, idiomas o sistemas lingüísticos.

Si bien todos estos mitos tienen aspectos particulares, específicos, lo que subyace a todos ellos es una concepción dogmática y anticientífica del lenguaje humano, de las lenguas; una concepción que, además de no tener en cuenta la naturaleza cambiante de los 3000-5000 idiomas que hablamos los humanos en todo el mundo, utiliza estos maravillosos artefactos de ideas y de prácticas sociales que son las lenguas cual arma arrojadiza para enfrentar a unos pueblos y otros. En definitiva, es una visión que entiende lo lingüístico como algo fosilizado, convertido en fetiche y cuya «pureza» solo puede ser garantizada por unas supuestas autoridades lingüísticas, autoerigidas en la auténtica salvaguarda de nuestras lenguas. 

Primer mito.

Cada vez se habla peor, cada día que pasa usamos un caudal léxico menor

Este es un mito que prácticamente se remonta a los primeros años de uso de cualquier lengua. Ni a nivel mediático se habla o se escribe hoy menos o «peor» que antes, ni los peques hablan hoy peor en los patios de los colegios que los del Siglo de Oro español. No hay ningún elemento que pueda llevar a pensar que el caudal léxico de las lenguas disminuye progresivamente. De hecho, más bien sucede una tendencia contraria: conforme se expande el mundo explorado, descubierto, pensado y practicado por las sociedades humanas, más se amplía el vocabulario. Aunque, al final, unas palabras terminan sucumbiendo ante otras nuevas. Es el proceso de producción y reproducción normal de las lenguas. Se puede decir que, a largo plazo, hay una cierta nivelación entre el léxico que se crea o que se importa de otra lengua y el léxico que poco a poco va feneciendo.

Harina de otro costal es el tipo de ideas dominantes que hoy se expresan desde diferentes atalayas. Pero eso no tiene nada que ver con el hecho de que nuestros idiomas sean hoy más pobres desde el punto de vista léxico que hace cincuenta, cien o doscientos años. Y nadie lo ha demostrado hasta ahora, porque no se puede demostrar cierto lo que de partida está falseado.

Segundo mito.

La juventud habla francamente mal. Por su culpa nuestra lengua se está degradando

La juventud no habla ni mal ni bien. La juventud habla, simplemente, y lo hace de muchas maneras. O tal vez es más preciso hablar de las juventudes, porque hay muchas clases de jóvenes (como hay muchos tipos de adultos): hay jóvenes en paro y jóvenes con trabajo, hay jóvenes hipsters y jóvenes góticos, hay jóvenes universitarios y jóvenes con formación profesional, hay jóvenes que leen decenas de libros al año y jóvenes que leen básicamente el MARCA. Curiosamente, este prejuicio nunca se da a la inversa: es decir, de jóvenes a adultos o ancianos. Es una clara muestra del rechazo y de la incomprensión de ciertos grupos sociales por aceptar que la juventud de hoy no habla como hablaba la juventud de nuestros abuelos, como tampoco nuestros abuelos cuando eran jóvenes hablaban igual que sus abuelos…

Lo único que degrada a los sistemas lingüísticos que hoy empleamos es utilizarlos para denigrar a otros, para fortalecer relaciones de opresión de unos sobre otros, para difamar. Eso sí que degrada el lenguaje. La «juventud» no degrada ninguna lengua, únicamente la emplea como puede y sabe, y además de modos muy diversos según el tipo de juventud.

Tercer mito.

Hay grupos de hablantes, normalmente pertenecientes a las clases populares, que hablan de forma incorrecta

Este mito es primo hermano del anterior mito o prejuicio, solo que este tiene un ropaje más directamente clasista. Es la expresión del atávico desprecio de las clases dirigentes hacia las clases sojuzgadas. Todo uso que se desvíe de la norma impuesta por los hablantes «cultos» es automáticamente tachado de incorrecto, inapropiado, vulgar, etc. ¿Sabrán algunos de estos cultísimos y refinadísimos hablantes que, gracias a las «incorrecciones», «impurezas» y «errores» de los hablantes del latín vulgar, tenemos lenguas como el catalán, el italiano, el castellano, el gallego…?

Los únicos usos inapropiados desde el punto de vista estrictamente lingüístico o discursivo son aquellos que no transmiten información, sino ruido; aquellos que resultan ininteligibles. Es una incorrección decir *Se prescriptivista lingüístico alma pies los cuando cae me leo el, pero no lo es en modo alguno decir Me se cae el alma a los pies cuando leo a un prescriptivista lingüístico. Solamente existe una anteposición de un pronombre sobre otro: se trata de un uso más; tal vez minoritario, sí, pero de un uso al fin y al cabo.

Además, no solamente es innegable que los hablantes de las clases populares no pervierten en absoluto los idiomas, sino que de hecho son los que, básicamente, permiten que estos sean productos vivos, dinámicos; que haya cada día nuevas palabras y construcciones sintácticas, que las lenguas sean en definitiva tal y como son (y no tal como algunos prefiguran que deberían ser).

Cuarto mito.

Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación están empobreciendo cada vez más las lenguas

Los canales de comunicación tienen limitaciones, sí, pero también abren nuevas vías para la comunicación entre seres humanos. Ni WhatsApp, ni Twitter, ni YouTube ni muchas otras redes sociales o herramientas virtuales empobrecen los sistemas lingüísticos. Únicamente generan nuevos códigos, signos, construcciones, etc. Este mito parte, además, de otro mito ya ampliamente refutado: las lenguas son cada vez más pobres desde el punto de vista lexicosemántico, sintáctico, etc.

Seguro que algún pulcro y excelso hablante de chino mandarín perteneciente a la élite social y cultural del siglo XI d. C. se horrorizó también al comprobar cómo iba a deteriorarse su lengua tras el invento de la imprenta de tipos móviles. Diez siglos después, seguro que algunos de sus tataranietos se siguen llevando hoy las manos a la cabeza por lo mal que escribimos por culpa de las TIC y las redes sociales. Por suerte, la mayoría de los hablantes no hace mucho caso a estas doctas recomendaciones y prefiere seguir usando su lengua en todos aquellos canales que permiten al ser humano comunicarse.

Quinto mito.

Lo que habla la comunidad lingüística de la que formo parte es una lengua; lo que hablan los hablantes de otras comunidades lingüísticas son dialectos

Esta es la variante supremacista lingüística de la aseveración misógina según la cual «todas son putas menos mi hermana o mi madre». Lo que llamamos dialectos —o, más correctamente, variantes lingüísticas— no son sino las diversas manifestaciones generales o colectivas en que se subdivide toda lengua. Pero no existe una lengua en abstracto que hablen ciertos hablantes, y después algunas variantes que hablen el resto de los hablantes. Todos los hablantes utilizan una determinada variante. Tanto es así, que la variante considerada estándar de cualquier lengua no es sino una variante más, que, si se ha convertido en estándar, lo ha hecho solo y exclusivamente por razones de índole económica, política, etc. Y, por supuesto, las lenguas minoritarias que apenas conocemos —porque no tenemos interés en conocerlas, porque no queremos que se sigan hablando— no dejan de ser lenguas y pasan a convertirse en dialectos por el hecho de no conocerlas o de estar relegadas a un segundo plano. Sí, efectivamente, el aragonés y el asturiano no son dialectos, sino lenguas.

Sexto mito.

En el Estado español, los dialectos del castellano hablados son el leonés, el aragonés, el andaluz, las hablas de tránsito (el murciano, el extremeño, el riojano y el canario) y el judeoespañol o sefardí. En Valladolid, Ciudad Real, Madrid, Salamanca o Segovia no hay dialectos

Este prejuicio lingüístico parte de la premisa falsa según la cual hay una lengua estándar y culta que, como la gravedad en la teoría general de la relatividad, curva el espacio-tiempo de los «dialectos». Digamos que para esta teoría hay una «lengua estándar» que flota en el vacío, y luego ya están los «dialectos». Nada más lejos de la realidad, puesto que, como dijimos más arriba, todo lo que habla un grupo de hablantes determinado forma parte de una variante concreta.

Para la filología tradicional española, los dialectos siempre son los de los demás. Los que hablan «distinto», los que se alejan de la norma «estándar». Difícilmente encontrarán en algún manual clásico de filología española alguna mención al «dialecto» madrileño, conquense, vallisoletano, toledano o salmantino. Pareciera como si en estos lugares no se hablara ninguna variante de castellano, sino el castellano. Nada más lejos de la verdad: en Toledo, Madrid o Salamanca también tienen sus dialectos, sus variantes lingüísticas, porque también tienen su forma particular de pronunciar los sonidos del castellano, porque también tienen sus propias construcciones sintácticas, porque también tienen su léxico específico…

Séptimo mito.

Hay lenguas superiores y lenguas inferiores

Este es uno de los grandes mitos acerca de las lenguas. Afortunadamente, cada día es más cuestionado por la comunidad de lingüistas. Pero aún sigue calando entre muchos sectores de la sociedad, sobre todo en territorios donde hay conflictos o roces por motivos nacionales o en países que son potencias en lo económico, militar, ideológico, cultural, etc.

Esta es una de esas falacias que deberían caen por su propio peso, y que solo tienen justificación si se considera que unos pueblos tienen derecho a estar por encima de otros. La realidad es que no existen lenguas mejores ni peores que otras, solo diferentes. Cada una de las lenguas destaca en un aspecto o varios, pero no se puede decir que haya una lengua, en general, de manera abstracta, superior a otra. Es probable que pocas lenguas como el alemán tengan la posibilidad de expresar con una sola palabra que algo puede o debe ser abolido, conservado y superado a la vez. Pero también sucede que muy pocas lenguas tienen la capacidad de expresar el concepto de nieve en diez, quince o veinte vocablos distintos como el inuit groenlandés o canadiense. En muchos aspectos, el desarrollo de una lengua depende del desarrollo de la sociedad de hablantes en que se inserta dicha lengua. Sin embargo, no hay ningún criterio lingüístico que permita colocar a una lengua por encima o por debajo de otra.

Octavo mito.

Hay lenguas más útiles que otras

Claro, si se sostiene que hay lenguas superiores y lenguas inferiores, ¿cómo no se va a afirmar que unas lenguas son más útiles que otras? Este mito es una derivada del anterior, lo que ocurre es que en este caso se trata de una derivación light de la creencia mendaz de que unas lenguas están por encima de otras. Digamos que el octavo mito tiene como base el séptimo mito, pero disimulado (que no se note mucho ese supremacismo lingüístico-cultural, ese chovinismo).

¿Hay lenguas más útiles que otras? No de forma abstracta o general. Las lenguas son más o menos útiles en relación con múltiples factores, por lo que es absurdo y ajeno a la ciencia lingüística determinar, en términos absolutos, que una lengua es más o menos útil para un hablante individual o para una cierta comunidad de hablantes. Casualmente (es una forma de hablar; en esta vida nada es casual, sino causal), este tipo de argumentario capcioso es esgrimido por no pocos castellanoparlantes de España que consideran poco «útil» hablar o comprender lenguas como el catalán, el gallego o el euskera. Curiosa forma de demostrar justo lo contrario de lo que se pretendía demostrar: si empleamos la misma lógica tramposa del utilitarismo lingüístico en términos absolutos, ¡claro que es más útil en el Estado español conocer el vasco, el catalán o el asturiano que el italiano, el francés o el camboyano!

Pero no caeremos nosotros en esa trampa: todas las lenguas son útiles, y las que son menos útiles para unos son más útiles para otros. Y, a propósito de esto, el aprendizaje de cualquier lengua, independientemente de que sea hablada por mil hablantes o por mil millones de hablantes, es siempre algo positivo y beneficioso para cualquiera. Cosa que muchas veces se olvida.

Noveno mito.

Hay lenguas fáciles y lenguas difíciles de aprender

Esta es una verdad a medias que, como toda verdad a medias, es en el fondo una mentira por el hecho de estudiar los fenómenos de manera unilateral y reduccionista. En términos absolutos, ¿hay realmente lenguas más fáciles de aprender que otras? No. Los idiomas son más fáciles (o más difíciles) solamente en relación con varios factores, que a veces se entrecruzan.

Por ejemplo, la proximidad entre una lengua (L1) y otra (L2) facilita el aprendizaje mutuo, aunque también es cierto que este mismo hecho comporta que pueda haber más errores o confusiones (interferencias) entre la L1 y la L2. Por regla general, ¿será más fácil para un catalanoparlante hablar francés que para un malayoparlante? Evidentemente. Aun así, si ese hablante de catalán tiene familia en Malasia y está habituado al menos a oír el malayo, la cosa podrá cambiar considerablemente.

Otro factor que influye en la mayor facilidad o dificultad para el aprendizaje de una lengua concreta es el tipo de formación sociocultural en que se inserta el hablante. Me explico. Si un hablante forma parte de un territorio históricamente bilingüe o plurilingüe, lo más normal es que ese hablante tenga más facilidades para aprender otras lenguas, sobre todo si son vecinas. Esto tiene mucho que ver con un mito muy parecido a este: el mito según el cual hay pueblos que de forma innata son más dados a aprender idiomas que otros. Falso. Si hay pueblos que tienen aparentemente más facilidades que otros a la hora de dominar otros sistemas lingüísticos ajenos al materno, ello se debe a razones históricas (políticas, económicas, sociales, etc.), y no a supuestos caracteres consustanciales a ciertas comunidades nacionales.

¿Significa todo esto, entonces, que la lingüística descriptiva no puede ni debe comparar idiomas? Por supuesto que no. El método analítico de la comparación, de la analogía, es básico para la lingüística; no en vano se habla de lingüística comparada. De hecho, la comparación es fundamental para cualquier ciencia: piénsese en la anatomía, en la botánica, etc., etc. Pero se compara solamente para estudiar las diferencias y similitudes entre unas lenguas y otras, para analizar sus vínculos… nunca para dictaminar cuál es mejor o peor, cuál es más fácil o difícil. La igualdad de las lenguas no radica en que estas sean formalmente iguales, idénticas (no existe una sola cosa en este mundo que sea totalmente idéntica a la otra), sino en que son construcciones socioculturales igualmente legítimas, dignas y necesarias para expresar lo que cada pueblo expresa con ellas.

Décimo mito.

Si no fuera por los lingüistas defensores de lo estándar, de lo «correcto», nuestras lenguas se degradarían irremisiblemente

Este último mito también caería fácilmente por su propio peso de no ser por la influencia que el prescriptivismo lingüístico aún ejerce dentro del mundo de la lingüística. No hay nada de cierto en este mito. Es más, la tarea del prescriptivismo lingüístico, que básicamente consiste en censurar determinados usos lingüísticos por supuestas razones «gramaticales», es totalmente estéril por definición, ya que jamás va a lograr que el conjunto de los hablantes modifique sus hábitos lingüísticos diversos, que en absoluto son censurables desde un prisma lingüístico si cumplen su función comunicativa correspondiente.

La verdadera labor del lingüista no pasa por censurar a un hablante por que en lugar de decir si lloviera diga si llovería. No, ahí lo único que debe hacer el lingüista es describir ese uso desde el punto de vista lingüístico y sociolingüístico, explicar su origen, etc.

La ciencia lingüística ya ha demostrado con creces que, si hay algo que degrade a las lenguas, no es precisamente la diversidad de usos lingüístico-discursivos. Las lenguas, desde un punto de vista estrictamente lingüístico, no son degradadas en absoluto por palabras o construcciones sintácticas consideradas «incorrectas» de ciertos grupos de hablantes. Por eso, la única salvaguardia real de las lenguas comienza con el estudio, sin apriorismos ni dogmas, de la forma en que operan los sistemas lingüísticos, del modo en el que evolucionan su léxico y su morfosintaxis… Nos hace mucha falta aprender a describir más y mejor nuestras lenguas. No nos hace ninguna falta prescribir por razones lingüísticas.

El influjo del quechua en el castellano actual

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La danza del Wayño. Fuente: Aló

Para los estudiosos y amantes de las lenguas del mundo, son muy conocidos las investigaciones acerca de las influencias del español o castellano en las lenguas autóctonas que se hablan en Hispanoamérica (guaraní, nahuátl, quechua, quiché, mapuche, aimara y un largo etcétera). Pero no sucede lo mismo a la inversa: aún existen mucho desconocimiento entre el público en general y cierto desinterés entre los lingüistas españoles o hispanoparlantes en relación con los préstamos lingüísticos de lenguas amerindias al castellano.

Hoy reservaremos en este blog, empeñado en defender siempre la plena igualdad y dignidad de todas las lenguas habladas en el mundo, un pequeño espacio para contarles de forma sucinta qué huellas ha dejado en el léxico español una de las lenguas indígenas de la América mayoritariamente hispanohablante más habladas en la actualidad: el quechua.

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Diego de Torres Rubio, «Arte de la lengva qvichva» (1619). Fuente: Biblioteca Digital Mundial

Los quechuismos en el vocabulario del castellano actual

El quechua (o quichua), una lengua hablada por unos diez millones de habitantes distribuidos entre Argentina, Chile, Bolivia, Colombia, Perú y Ecuador, ha logrado sobrevivir cinco siglos desde la conquista de América por la Corona de Castilla y Aragón. Y no solamente eso, sino que además ha sido capaz de prestar vocablos a una lengua tan poderosa como el español.

Hay que decir que esto solo ha sido posible gracias al empeño de decenas y decenas de centros y asociaciones lingüístico-culturales que han conseguido mantener e incluso fomentar una lengua como el quechua. Este hecho demuestra que, cuando realmente hay interés por dar apoyo institucional a una lengua, esta, siempre que exista una mínima comunidad de hablantes, sobrevive e incluso puede disfrutar de cierto crecimiento con respecto a otras lenguas.

Probablemente se estén preguntando qué palabras ha podido tomar el castellano de un sistema lingüístico como el quichua. A continuación les ofreceremos una lista muy especial de las más importantes para que salgan de dudas. Probablemente algunos vocablos no les sorprenderán, pero tal vez otros les hagan decir para sus adentros: «¿De verdad esta palabra que tanto uso proviene del quechua? ¡Pues vaya, no tenía ni idea!». (Eso sí, hay que tener en cuenta que muchas de estas palabras han sido prestadas al español hablado en países latinoamericanos, por lo que a algunos lectores de España pueden resultarles más desconocidas.)

¿Han cambiado alguna vez la rueda de su coche? Seguramente sí. O tal vez no sepan cómo hacerlo y decidan llamar siempre al gruista. Pero, tengan idea o no sobre cómo cambiar una rueda, ¿saben que el caucho, látex imprescindible para fabricar sus neumáticos, proviene de la voz quechua kawchu?

Ahora imagínense que van con su coche y se quedan tirados en plena montaña. ¡Cómo agradecerían tener en su maletero en ese momento una carpa (‘tienda de campaña’)!, ¿verdad? Seguro que mucho. tanto como contar con batería en el coche y poder disfrutar de un buen partido de su equipo de fútbol favorito batiéndose el cobre en la cancha (‘recinto, terreno, espacio o lugar destinado al juego de pelota…’).

Si además de con carpa cuentan ustedes con un buen saco de dormir, ya no será necesario dormir con ropa, porque… ¡qué mejor que dormir calato (‘desnudo’) disfrutando de las vistas de una bella chacra (‘granja o pequeña partición de tierra cultivable’)!

Llega la hora del desayuno y al chango (‘niño, muchacho’) morocho (‘persona de pelo negro o tez morena’) de la familia se la ha antojado comer una chirimoya (‘fruto del chirimoyo. Es una baya verdosa con pepitas negras y pulpa blanca de sabor muy agradable. Su tamaño varía desde el de una manzana al de un melón’). Menos mal que aún hay de sobra, y menos mal que también ha quedado un poco de charqui (‘carne secada y salada’) y papas (‘tubérculo de Solanum tuberosum‘), que sientan muy bien acompañados de mate (‘bebida elaborada de las hojas y ramas de Ilex paraguariensis‘). Afortunadamente, la guagua (‘niño pequeño’) se sacia rápido. (Menudo lío se formaría en Canarias con la guagua montada en la guagua.)

Bueno, y ahora que el chango ya se quedado lleno, toca salir de la chacra y un dar paseo por la pampa (‘cualquier llanura o planicie sin vegetación arbórea’) para disfrutar de la presencia de las llamas (‘camélido sudamericano empleado como animal de carga’). Pero… ojo, ¡cuidado con sus esputos, que ensucian un poco! Aunque, a decir verdad, estos son inofensivos. No podemos decir lo mismo de las fauces del puma (‘felino americano’), animal tan bello como fiero que podrán encontrarse por algunos parajes americanos. Y, para terminar, ¿qué les parece un pucho (‘cigarro’) junto con su matecito? Les dejo con él. Y vigilen que no se les acerque un puma…

¿De dónde provienen las lenguas que hablamos en todo el mundo?

En esta lacónica entrada tan solo pretendo dos cosas: una, mostrar a través de unas infografías la evolución de todas las lenguas del mundo; dos, que descubran, si es que no lo han hecho ya, uno de los portales sobre lingüística más importantes de todo el mundo, el Ethnologue (de donde, dicho sea de paso, he extraído estas infografías).

No olviden que todas las lenguas del mundo son distintas e iguales al mismo tiempo. No olviden de dónde provienen las palabras con las que exhortamos, llamamos, indicamos, amamos, vociferamos, instamos, vituperamos, lloramos, reímos, insultamos, calumniamos, adoramos, odiamos y vacilamos.

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