A vueltas con la coma del vocativo… y el orden de los adjetivos

Espero que, independientemente de la fase en que se encuentren de la cuarentena, estén todos bien. Por cierto, extiendo este deseo a los lectores que tengo en la América hispanohablante y en cualquier lugar del mundo. Hoy volveré a darles la tabarra (eso sí, en muy pocos caracteres) con el temita de la coma del vocativo. Primero, porque, pese a que el trasfondo que vivimos es indudablemente trágico (y, por qué no decirlo, distópico), el ejemplo que compartiré con ustedes hoy me parece deliciosamente divertido. Pero, además, porque nos permite seguir enfatizando los conflictos que existen en el español actual con la dichosa coma (o comita, diminutivo que denota cierto hartazgo) del vocativo.

Hace escasos días, un amigo muy querido me envió un wasap con una imagen que, hasta donde he podido comprobar, no es fake, sino completamente real. Me refiero a esta pintada, hecha en alguna sede del PSOE, uno de los dos partidos gobernantes en España actualmente:

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Dejando a un lado consideraciones netamente políticas, en esta pintada llaman la atención al menos dos cosas para cualquier lingüista, sociolingüista o curioso de las lenguas: por un lado, el adjetivo antepuesto, asesino, colocado detrás del nombre propio, Pedro; por otro lado, la más que habitual, e incluso lógica, ausencia de coma propia del vocativo en los registros coloquiales del español escrito. Sobre esto último ya he hablado en la anterior entrada, así que tampoco tiene sentido insistir mucho en ello ahora mismo. En todo caso, sí diré que es una evidencia cada vez más palpable de que el hablante medio de español, cuando escribe, no encuentra motivo alguno para colocar ese signo de puntuación, que puede llegar a ser tan socorrido, llamado coma. Sin embargo, bajo mi punto de vista, lo más llamativo en el mensaje de marras no es la dichosa coma del vocativo, sino más bien la disposición en que el autor de tamaña creación ha decidido ordenar el grupo sintáctico constituido por adjetivo y sustantivo. Por regla general, parece que cuando alguien llama asesino a otra persona (afortunadamente, nunca he tenido la oportunidad de experimentar tal cosa), suele hacer uso del adjetivo pospuesto, no antepuesto. Así, lo habitual es decir Pedro, asesino, y no Asesino, Pedro. Es que, como mínimo, no sé, podemos decir que suena un pelín raro. ¿O no?

Así lo ha considerado más gente. Prueba de ello es que, casi al momento de hacerse pública la creación artística urbana, apareció la magia del meme (por cierto, tengo pendiente publicar una reflexión sobre la memización del lenguaje) para hacer de las suyas y convertir la pintoresca y extraña pintada en una maravilla de fotomontaje, convertido además en un homenaje a una célebre saga de videojuegos:

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Si me permiten el comentario, literalmente escupí el café cuando vi el fotomontaje (a propósito, desconozco quién es el autor del meme, pues me lo pasaron tal cual; en todo caso, felicito a su creador). Me pasé varios minutos riéndome a carcajadas, sin exagerar ni un ápice. Para quien no lo sepa, el juego en el que aparece el rostro chopeado de Pedro Sánchez es Assassin’s Creed, desarrollado por la compañía Ubisoft. En fin, que el (o la) artista de la pintada, bien podría al menos haberle dado dos vueltas a la idea antes de haberse lanzado a la piscina de la redacción de un mensaje tan corto como cargado de significado. Seguramente la intención, tal vez aderezada con elementos inconscientes, llevó a nuestro avezado y ansioso pintor a enfatizar el epíteto de asesino, y lo demás salió solo: ASESINO PEDRO. Esperemos que, mientras dure la pandemia, al menos podamos seguir divirtiéndonos y sacándoles jugo a situaciones tan lingüísticamente valleinclanianas como esta. Por ahora, yo seguiré pintando por todas las fachadas de mi ciudad: ¡ASESINO CORONAVIRUS!, a la espera de que algún experimentado chopeador haga el oportuno meme.

El entierro de la coma del vocativo

La historia real de los africanos del ataúd que triunfan en redes

Es público y notorio que la lengua hablada y escrita por el hablante medio va por un lado y lo prescrito por la norma estándar va por otro. Este es un problema, hasta cierto punto inevitable, que se ha discutido largo y tendido por numerosos lingüistas y sociolingüistas. Sin embargo, si hay un claro hiato entre norma estándar y usos habituales del hablante promedio es el que se da con la coma del vocativo (la expresión nominal en función apelativa, como en el ejemplo de «Toma esto, María»), que, si me permiten el uso del famoso meme de los ghaneses sobre el entierro, hace tiempo que ha desaparecido de una buena parte de los escribientes hispanoparlantes en Internet y las redes sociales. Veamos un ejemplo ilustrativo al respecto.

Hace escasos días, concretamente el 23 de abril, un conocido bussinessman y gurú social del mundo hispanohablante, Martín Varsavsky, escribió lo siguiente a propósito del actual confinamiento por el SARS-CoV-2:

Comas. Para el blog, martes 28-4-2020

Varsavsky, indignado, le pedía al ínclito Pedro Sánchez (al que por cierto le haría falta, igualmente, un curso acelerado de ortografía, en particular sobre el uso de los signos de puntuación) que aislara ya, de una vez, a las deportistas salidas. Yo estoy plenamente de acuerdo con Martín. ¡Los sufridos hombres llevamos ya mucho tiempo aguantando a mujeres atletas cuyo desaforado apetito sexual nos perturba e incomoda! Así que me sumo a la petición del hispanoargentino: ¡Sánchez, aísle de una maldita vez a las deportistas salidas, que nos acosan con sus miradas!

Chanzas aparte, es evidente que lo que en realidad quería expresar Varsavsky era que nuestro honorable presidente del Gobierno permitiera a las personas deportistas realizar salidas controladas, por lo que la redacción correcta, naturalmente, debería haber sido esta: «¡Deportistas, salidas aisladas ya!». El asunto es en el fondo serio, ya que demuestra, como decía al principio, que hay una norma ortográfica que va por detrás de la norma hablada y escrita por la mayoría de los hablantes, que por distintos motivos no ven la necesidad de colocar la coma del vocativo. De hecho, en medios más informales aún como WhatsApp o Telegram, ¿cuántos de nuestros contactos, sinceramente, usan la coma del vocativo al saludar? ¿Cuántos dicen «Hola, Naiara», en lugar de «Hola Naiara»? Pocos, muy pocos. Sin embargo, no creo que haya que rasgarse las vestiduras por ello (¡lo dice un corrector ortotipográfico y de estilo obsesionado con las comas y los puntos y comas!), ni culpar al hablante promedio. El problema, me parece, tiene que ver con lo ya señalado: hay un claro desajuste entre ambos niveles de la lengua. Mientras no solucionemos esa falla, de poco servirá lamentarnos. Eso sí, que al menos se nos permita reírnos un rato, que falta nos hace. Y me sumo a la exigencia de Varsavsky: ¡aíslen de una vez a las peligrosas deportistas salidas! Pasen Uds. un buen día.

Guía práctica de español de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC)

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En esta ocasión solo quiero compartir con ustedes un documento, con el que he tenido la obligación y el placer de trabajar recientemente, que me parece muy útil para cualquier corrector ortotipográfico y de estilo de lengua castellana (y para cualquier persona curiosa). Me refiero a la Guía práctica de español, elaborado por el Servicio Lingüístico de la Universitat Oberta de Catalunya, que animo desde aquí a leer, criticar y consultar cada vez que sea menester.

El documento se agrupa en siete grandes bloques: 1) ortografía; 2) morfología y sintaxis; 3) neologismos y nuevas grafías; 4) redacción y construcción de la frase; 6) convenciones formales; y, por último, 7) edición de materiales didácticos, además de cuatro anexos sobre los errores y dudas más frecuentes en español, los antropónimos extranjeros, los topónimos extranjeros, de naciones y Estados del mundo, y los tratamientos protocolarios en castellano.

Por comentar únicamente algunos aspectos que me parecen particularmente reseñables, recomendaría de modo encarecido, en lo relativo al bloque temático de la ortografía, el apartado relativo a la escritura de casos dudosos (como el grupo consonántico -st-postsoviético; sin embargo, posguerra y no postguerra*), el tema del guion en las palabras compuestas (centroizquierda francoespañola, y no centro-izquierda* y franco-española*) o el eterno problema de los signos de puntuación y de la acentuación, que es algo en lo que persisten muchísimas dudas por parte de los hablantes (o escribientes, en este caso) de castellano.

En el bloque sobre morfología y sintaxis, el epígrafe concerniente al género de los sustantivos concita un gran interés, sobre todo si tenemos en cuenta que este sigue siendo un asunto polémico. Como curiosidad, respecto a los determinantes, ¿cuántos hablantes conocen que la norma prescribe el uso de los numerales ordinales en el lugar de los habitualmente usados partitivos (capítulo decimotercero, en lugar de capítulo treceavo*)? Aquí, sin embargo, surge el problema de hasta qué punto la norma prescriptiva puede seguir ignorando el uso común (la norma descriptiva, si se acepta la expresión). Otro aspecto digno de mención me parece el abuso, según el criterio de la UOC, al que se ha llegado con el empleo de los sustantivos deverbales (Tomamos la decisión de la salida, en vez de Tomamos la decisión de salir*). 

El tema dedicado a los neologismos y nuevas grafías es, debo admitirlo, una de mis grandes debilidades como lingüista. Todo lo que suponga creatividad, innovación lingüística… todo lo que implique crear problemas, quebraderos de cabeza o dudas respecto a la norma académica me hace disfrutar de lo lindo. ¡Qué le vamos a hacer! En este caso, hay recomendaciones de la RAE que me parecen manifiestamente mejorables. Por ejemplo, güisqui en lugar de whisky. Creo que no hace falta explicar por qué.

Acerca del tema reservado a la redacción y construcción de la frase, considero que la guía de la UOC expone, con una gran frescura además, los problemas más importantes que en cualquier momento se encuentra cualquier persona que decide escribir en la lengua de Cervantes. Me quedo en este punto con un consejo: evitemos construcciones artificiosas o rebuscadas. Si podemos decir algo de una forma clara, explícita y sencilla, ¿por qué acudir a complicaciones innecesarias? ¡No vamos a ser más listos ni más cultos por ello!

Por último, para los sibaritas obsesivos de la norma (entre los cuales no me incluyo, ¿por quién me han tomado?), son una delicia los epígrafe centrados en las convenciones formales (abreviaciones [abreviaturas, símbolos, siglas, acrónimos], mayúsculas y minúsculas, numerales, con letras o con cifras; enumeraciones, tipos de letra [negrita, cursiva, etc.], fórmulas matemáticas, criterios de traducción al español para personajes contemporáneos, históricos y legendarios; o el tratamiento de masculinos y femeninos y la ordenación alfabética) y en las cuestiones que tienen que ver con la edición de materiales didácticos, como el uso de las minúsculas para las formas de designación genérica de las personas o el de las mayúsculas para los enunciados de los ejercicios de los libros de texto.

En definitiva, que, si no han leído esta guía de la UOC, ¡ya están tardando en hacerlo! Y ahora, después de esta publicidad subliminal de la OUC (por cierto, estoy abierto a colaboraciones, ¡ejem!), me retiro a mis aposentos reales a continuar con mis labores. ¡Que sigan Uds. bien (confinados, pero bien)!

¿Con o sin solución de continuidad? Un ejemplo de la complejidad del trabajo de corrector

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Me complace enormemente inaugurar con esta breve entrada el apartado reservado en mi blog para el apasionante y difícil trabajo de corrector ortotipográfico y de estilo. En este caso, haciendo uso del método inductivo vamos a comprobar la dificultad que encierra esta labor al tratar con una realidad dinámica, viva y multifactorial como son las lenguas (concretamente el castellano). Veamos qué podemos extraer del sintagma solución de continuidad, que, como se suele decir coloquialmente, se las trae.

Imaginemos que un corrector se encuentra con la siguiente oración:

No hay solución de continuidad entre los disturbios acaecidos en Ferguson (Misuri, EEUU) y la opresión de índole racial, social y económica que sufre gran parte de la comunidad afroamericana.

¿Sabría el lector decirnos si, según se dice en la oración anterior, hay o no vínculo entre la primera idea (los disturbios que sacuden la ciudad norteamericana) y la segunda idea (la desigualdad racial, social y económica en los Estados Unidos de América)? ¿Y los correctores? ¿Sabemos en general interpretar correctamente la expresión sin solución de continuidad?

Pero no empecemos la casa por el tejado, así que veamos, primeramente, cómo desentrañar la dificultad que encierra esta expresión. Este complejo problema, que forma parte de lo que algunos lingüistas denominan «las ramificaciones del lenguaje», requiere que el corrector se detenga para estudiarlo con profundidad y cautela. No obstante, a primera vista el problema parece fácil de resolver: solución de continuidad equivale a discontinuidad, mientras que sin solución de continuidad equivale a sin discontinuidad. Pero, como observamos los correctores, esta idea se olvida rápidamente, y no solo en el caso de lectores o escritores noveles.

Entonces, ¿por qué tantas dudas y confusiones al respecto? Por la idea general que los hablantes de castellano tenemos del vocablo solución, que ha perdido ya su significación original (el de ‘separación’) y que, por ende, no se corresponde con las acepciones más comunes recogidas por el Diccionario de la RAE, institución que ya registró la expresión en 1899, definiéndola como «interrupción o falta de continuidad».

En el día a día, e incluso en la comunicación institucional y empresarial, se percibe claramente una confusión cada vez mayor con respecto a esta expresión, lo que debe llevarnos a los correctores a hilar muy fino al encontrarnos un documento con la expresión, pues es muy posible que no esté bien empleada. Por ejemplo, es muy recurrente encontrar mensajes de empresas en los que estas, para comunicar que garantizan un servicio permanente (es decir, sin interrupciones), hablan de solución de continuidad, cuando deberían decir sin solución de continuidad.

Recapitulando, tanto para lectores y escritores noveles como para correctores ortotipográficos y de estilo, el secreto para poder afrontar correctamente esta expresión es recordar siempre que solución no equivale a su acepción más extendida (es decir, «acción y efecto de resolver una duda o dificultad», según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua), sino a ‘separación’. Teniendo claro esto, no importa que nos encontremos con el sintagma solución de continuidad o con el sintagma sin solución de continuidad, ya que la única dificultad estriba en saber de qué hablamos cuando escribimos o decimos solución en esta enmarañada locución. Por todo ello, si alguien escribe que no hay solución de continuidad entre los disturbios de Ferguson y la específica situación socioeconómica de la mayor parte de la población afroamericana, está queriéndonos decir que no hay separación de continuidad entre una cuestión y otra, esto es, que no hay falta de vínculo o relación entre una y otra (o, dicho de forma más sencilla aún, que hay relación entre ambas variables).